El 5 de mayo se cumplen 200 años del nacimiento de Karl Marx. Y este año, 170 de la aparición del Manifiesto comunista, su obra más difundida, escrita junto a su inseparable camarada Federico Engels. El materialismo dialéctico es una de las tres grandes concepciones de la civilización occidental, precedida por el cristianismo y luego por la individualista, que surgió con Montaigne en el siglo XVI y que históricamente corresponde al liberalismo y la concepción burguesa del mundo.
Una concepción es una visión de conjunto de la naturaleza y de la sociedad. Representa una filosofía, pero además una acción, una actitud militante y no espectadora. Y es la obra y la expresión de una época. La materialista dialéctica se desprende del conocimiento racional, científico, y por consiguiente, no termina con Marx y Engels. Por eso Marx dijo que él no era marxista, porque el materialismo dialéctico tiene la particularidad de poder negar sus propias afirmaciones, en tanto el análisis científico lo determine.1
Desde la caída de los regímenes del “socialismo real”, el materialismo dialéc-tico se presenta como una concepción abierta, sin pretensiones de infalibilidad, y sobre todo con una tradición de teoría al servicio de las clases y sectores explotados, oprimidos y alienados. En los aportes de sus fundadores y de sus continuadores están las raíces críticas del capitalismo y la promoción de la lucha revolucionaria en pos de una nueva sociedad, con una primera fase socialista y una segunda comunista, meta última de Marx y Engels, cuando cada individuo aportaría de acuerdo a sus posibilidades, y recibiría de acuerdo a sus necesidades. La teoría es plenamente reivindicable y es ajena a la pretensión doctrinaria de una filosofía de la historia o sociología de las clases que anuncie la inevitable victoria del proletariado, o de la idea de la inexorabilidad del progreso.
El capitalismo del siglo XXI
El capitalismo ha demostrado adaptabilidad y ha sobrevivido a las diversas crisis y a las luchas de las clases, capas y sectores explotados y oprimidos. Con los descubrimientos e inventos que más le sirven, ha conseguido desarrollar las fuerzas productivas, que en la actualidad se expanden especialmente con las tecnologías de la información y la comunicación. Además, la tendencia de la burguesía es a unificar sus empresas y su poder a escala mundial, lo que se ha denominado “globalización”. Y por encima de los organismos oficiales –como la Onu, la Otan, el Banco Mundial y el Fmi– existe un verdadero poder en las sombras, el denominado Club de Bilderberg, en el que desde hace décadas los principales líderes políticos y empresariales del mundo delinean las orientaciones de las organizaciones antedichas y de los estados nacionales. Al creciente poder centralizado que opera en el campo económico, político, militar, etcétera, se agrega el inmenso poder de los medios masivos de comunicación, de iglesias oscurantistas y de Ong “humanitarias” que “orientan” la opinión de las grandes masas en beneficio de esos poderes y no de ellas mismas.
El materialismo dialéctico nació con la revolución industrial y el proletariado moderno y pensó en esta clase como la revolucionaria por excelencia. Una clase constituida por los que sólo poseen su fuerza de trabajo, que tiene su fuente de ingresos en el salario y que se destaca por su elevada concentración en un mismo lugar de trabajo, una característica derivada de la gran industria. Sin embargo, con las revoluciones científico-técnicas ocurridas en los últimos dos siglos, el motor del desarrollo económico se ha desplazado de la industria a los servicios, y todas las modificaciones estructurales del capitalismo han fragmentado al proletariado y transformado el conjunto de la masa trabajadora.
El resultado es la existencia de una nueva clase trabajadora, también explotada, oprimida, alienada, pero con otras características. Además, ha aumentado la cantidad de marginados, carentes de una concepción revolucionaria, que se contentan –para decirlo con palabras de Lenin– con “las migajas” del festín de la burguesía trasnacional. Todo lo cual obliga a analizar las nuevas relaciones sociales entre las clases y sus luchas, que involucran también a otros componentes, como las etnias (muy importantes en ciertas regiones de nuestra América) y diversos sectores componentes del bloque popular.
Del socialismo en estado larvario al socialismo
El materialismo dialéctico debe asumir el fracaso del presunto “sistema socialista”, mejor definido como protosocialismo o socialismo en estado larvario,2 que no ha conducido al socialismo, lo que es muy bien utilizado por el bloque burgués dominante.
Fracaso que abre la interrogante: ¿hay motivos para pensar que habrá una transición socialista en el futuro? En todo caso, el desarrollo histórico no es lineal y lo confirma el capitalismo. Un “primer capitalismo” triunfó en Europa en el siglo XVI en la zona mediterránea, desapareció ante la reacción nobiliaria y reapareció en la Inglaterra de la revolución industrial, en los siglos XVIII y XIX.3
¿Qué han dejado dichas experiencias? De las afirmaciones de los principales teóricos vale rescatar dos conclusiones: que el socialismo es imposible de construir mientras haya pobreza material y espiritual de los pueblos, y que son inviables las construcciones aisladas en los marcos nacionales.
De lo expuesto, ¿puede inferirse que la humanidad debe optar por el capitalismo, pues quizás consiga superar sus deficiencias? No lo creemos, porque las razones para combatir al capitalismo son cada día mayores. Señalamos las principales. Pese a que toda la humanidad podría vivir bien, asistimos a una repugnante desigualdad: las ocho personas más ricas del mundo poseen la misma riqueza que la mitad más pobre de la humanidad, aproximadamente 3.500 millones. La cantidad de personas subalimentadas aumenta: de 777 millones en 2015 a 815 millones en 2016. Pero la ganancia está ante todo: en 2017 en Uruguay se tiraron toneladas de manzanas para evitar la caída de su precio.
El capitalismo además perturba peligrosamente a la naturaleza. Contamina el agua, el aire, la tierra, al tiempo que desaparecen especies animales y vegetales. Lo ha dicho el papa Francisco y Evo Morales lo ha sintetizado así: “o muere el capitalismo o muere la madre Tierra”.
Otro asunto “menor” es el de los problemas físicos y psíquicos perjudiciales para los seres humanos, que el capitalismo no ha creado, pero que agrava. El sedentarismo es uno de ellos. Hemos pasado de ser animales altamente activos a sedentarios. Desde la era industrial se ha acentuado la discordancia entre el pasado del género humano y el presente. Sabemos que es preciso equilibrar el ejercicio físico y el mental, pero las condiciones económicas, tecnológicas, y aun culturales, lo impiden para las grandes mayorías.
Aceptar el funcionamiento del capitalismo actual además vuelve imposible la equidad, naciones pobres no podrían vivir como las ricas, porque si todas adoptaran el modo de vida estadounidense se necesitarían cinco o seis planetas como la Tierra para abastecerlas. Con el 7 por ciento de la población mundial, Estados Unidos consume la cuarta parte de los recursos del planeta. Si todos los habitantes vivieran con el nivel de vida medio de Francia se necesitarían tres planetas. Al capitalismo lo disfrutan pocos y lo sufren muchos.
¿Son tiempos de revoluciones?
A nivel mundial en general no son tiempos de revoluciones, como los de la revolución francesa o la rusa. Para que haya una revolución es precisa una situación revolucionaria, caracterizada por que las clases dominantes no pueden mantener inmutable su dominación, porque se agravan la miseria y los sufrimientos del bloque social explotado y oprimido. Y porque hay intensa actividad de resistencia de las masas, de la población activa. Además, se precisa una crisis revolucionaria que agregue a esas condiciones la capacidad de los “de abajo” de accionar con fuerza para derribar al régimen cuestionado. La crisis del sistema capitalista se perfila de larga duración, y no habrá retroceso inmediato del sistema porque no hay quien lo derribe.
En tales condiciones, vale trabajar con base en la clase trabajadora –aunque sea diferente al proletariado fordista–, perfeccionando la lucha ideológica desde diversos puntos del mundo, contra la alienación propagada por el gran capital, para que se enhebren procesos, acercando progresivamente las legítimas y diversas experiencias de los pueblos en la búsqueda del socialismo y del comunismo. Para ello es primordial fortalecer el internacionalismo de los trabajadores, imprescindible ante el poder mundial de las grandes trasnacionales.
Parece atinado contribuir desde el “arriba” del poder estatal si se cuenta con él, por quienes buscan la meta socialista, aunque no sea una “dictadura del proletariado” (por ejemplo, China o Cuba), o en cualquier país, desde el “abajo” de las organizaciones sociales y políticas. Desde el poder estatal se contribuye con cierta planificación y defendiendo formas de propiedad colectivas y estatales, con vistas a eliminar el hambre, la miseria, la ignorancia. Y, por ese camino, posibilitar que efectivamente las grandes mayorías puedan pelear por sus derechos, haciendo viables la plena libertad y la igualdad, eliminando la propiedad capitalista.
En todos los casos –con o sin el poder estatal–, desde el “abajo” resulta acertado desarrollar la conciencia de clase de los trabajadores y de sus aliados populares, extender las organizaciones de masas y luchar por su funcionamiento democrático, al mismo tiempo que fortalecer las movilizaciones. Para que de esta manera, a través de una lucha de clases que será prolongada, se conduzca a la humanidad a los destinos soñados por tantos, entre otros por Marx y Engels. En suma, una meta que se irá perfeccionando a medida que la praxis de esas grandes masas lo permita.
- Una elaboración más desarrollada de esto se encuentra en Marxismo, ese ocultado, de mi autoría (Arca, 2007).
- Rudolf Bahro, La alternativa. Contribución crítica al socialismo realmente existente. Alianza Editorial, Madrid, 1979.
- Jürgen Kuczynski, Breve historia de la economía. Colección Hechos, Ideas y Ciencia. Buenos Aires, 1961.