El título del disco es Secreto,1 y el dibujo de una oreja en la tapa sugiere una comunicación íntima, quizá intimista. Pero el tono del disco no es este, sino uno similar al de los fonogramas previos de Lucas Lessa (este es el tercero, luego de Copetín, de 2012, y Berretín, de 2016): expansivo, luminoso, con un gusto por las sonoridades tupidas, con muchos instrumentos tocando en cada surco, muy pocos momentos despejados y suaves. Lucas es un músico de clara afiliación tuquera (es decir, vinculado al candombe beaty el conglomerado de especies musicales que gravitaron tradicionalmente alrededor de él, como el funky, el rock y la murga). Siempre sacó sus discos en forma independiente, pero si los editara Montevideo Music Group, el sello lo ubicaría naturalmente en el movimiento al que bautizó Mpu. Lucas calza muy bien en esa etiqueta, en la que se destacaría como uno de los músicos más refinados y frescos de la movida.
La mayor parte de lo que hace son canciones, aunque el disco incluye un par de instrumentales. En las canciones, la música tiene preponderancia sobre la letra. Lessa parece ser una persona que vive música –es su forma de comunicación natural–, pero no tiene un manejo comparable de las palabras, el tratamiento artístico de los conceptos y la expresión poética. Parece haberse metido en esos terrenos para redondear la situación de canción. Cuando tiene la intención expresa de decir algo preconcebido, le sale medio llano, como en el alegato ecologista “Estamos haciendo mierda el mundo” (el título ilustra aquello a lo que me refiero). Dudo de que alguna de sus canciones vaya a pegar primero por el texto, pero este suele generar el clima (casi siempre vinculado a la gozadera, el disfrute de la naturaleza y el aire libre, la conexión anímica con los amigos o la amada, la evocación de epifanías) que ambienta las músicas. La excepción es la citada “Estamos haciendo mierda el mundo”, en la que el texto es alarmante, pero la música no se puede despojar de la vivacidad satisfecha que suele ser su coloque habitual (la discrepancia se da especialmente con el ritornelo de voces en falsete). Por suerte, los textos nunca traslucen una pretensión “poética”, sino que se preservan ahí, en su lugarcito, que hace buen juego con el manejo de la voz que los comunica.
El canto de Lucas es sencillo; su voz no es muy potente, pero tiene una ronquerita simpática, que pasa muy bien y está controlada por un privilegiado oído musical, así que todo funciona. Lucas no pretende que el canto sea el alma de estas músicas. La voz está mezclada con cuidado para que uno la distinga con claridad y entienda los textos, pero, una vez defendido ese modesto terreno, la intención es repartir la responsabilidad con el conjunto. Lessa dirige, arregla y produce con especial seguridad y está rodeado por músicos excelentes. Los que más participan son los integrantes del cuarteto básico de todos sus discos, es decir, Tato Bolognini en batería y percusión, Rodrigo Calzada en bajo, Álvaro Piñeyro en teclados y Nico Ibarburu en guitarras, pero hay varios otros (en total figuran 41 instrumentistas y cantantes).
Aparte de tocar la guitarra, cantar y componer, Lucas también es un muy buen trompetista, con una raíz jazzística que impregna sus composiciones. Su sonido básico nunca cambió desde el primer disco. La impresión que deja el fonograma es de una base de candombe beat a lo Rada: batería, percusión, bajo, guitarra básica, primera guitarra (que suele ser limpia, a la usanza jazzística) y teclados (con un gusto especial por el timbre de piano eléctrico, que contribuye a la asociación con el Rada de los años setenta y ochenta, y también con el jazz fusión). Cuando se sale de este estándar, es para aventurarse en uno cercano. Nunca tiene un planteo sonoro que se zarpe con respecto a esos referentes, pero siempre hay algún detallecito creativo, algún instrumento, alguna tendencia tímbrica que le da vida a cada planteo de arreglo, y eso contribuye a diferenciar un surco de otro.
El disco está armado en un esquema centrífugo, es decir, describe un círculo y luego se escapa de él, conformando cuatro grandes zonas: se establece el candombe (surcos 1 a 3), derivamos a lo pop (4 a 6), regresamos al candombe (7) y de ahí zarpamos a otras zonas de la uruguayez (8 y 9). Ese diseño global de la forma del disco está aún más pronunciado por la manera en que están trabajadas esas zonas rítmico-estilísticas. La primera canción, “Secreto”, es un candombe beat con algún gen pícaro de samba (a lo Mandrake Wolf), arrugado por una armonía medio manierista –casi nunca persiste en un mismo ámbito tonal por más de dos acordes consecutivos– y una métrica irregular, incluidos algunos cambios de pie (lo que sería el pulso 3 de pronto resulta que es el 1).
Las siguientes piezas distorsionan la rítmica del candombe tradicional: “Estamos haciendo mierda el mundo” está en compás de 7, y la instrumental “Ainda sur” tiene partes en 6 y 5. Esta última es una de las instrumentales, que son, curiosamente, más lisas y recordables que los temas con letra. “Ainda sur”, en su cercanía con el soul y el protagonismo transferido a los vientos, recuerda mucho el trabajo de Lady Jones.
El capítulo pop del disco empieza con una única canción lenta (“Sueño profundo”) y sigue con otra más viva, con ritmo roquero y espíritu pop, incluida cierta extranjería en la adopción de una gramática castiza (“Sal de ahí”). Un tema de corte medio soul (pulso subdividido en 4, muy sincopado, y armonías con influencia de jazz) parece operar como retransición al mundo del candombe, que regresa con “Sicarios de Palermo”. Este es otro instrumental, ahora bien vigoroso, con la cuerda de tambores especialmente contundente. Nuevamente hay reminiscencias de Lady Jones, incluida, aquí, una participación del mismísimo Tucuta en guitarra, emitiendo unos gritos y gruñidos rítmicos.
Los últimos dos surcos son distintos de todo lo que vino antes. “¿Qué pasado nos conviene?” fue un cuplé que Lucas compuso, con texto de Soledad Castro Lazaroff, para Falta y Resto en 2014. Lidia con el interesante, complejo e importante asunto de la “historia como una construcción histórica” y desemboca en una interpelación de la impunidad. La bella melodía de Lucas alterna entre marcha camión, samba y candombe, y está realizada por una selección de cantantes de la Falta, una batea, un bajo muy jaimesco, guitarras y un acordeón.
El surco final es espectacular. “Cálida tarde de enero” es un toco (¡vive y lucha ese ritmo maravilloso!), con la guitarra base más prominente que nunca, una flauta que le da un toque muy Mateo y Trasante, un arreglo de cuerdas beatle(con viola y chelo, sin violín) y un clarinete. Las líneas zigzagueantes de distintos instrumentos solistas que se alternan dibujan serpentinas que determinan la personalidad de ese peculiar decorado sonoro. Al final, una inesperada percusión abolerada aporta un toque caribeño, mientras el coro masivo parece culminar el viaje en un clima de trascendente jolgorio.
1. Edición del intérprete, 7600-2, 2019.