Hay películas que, de tan personales, pasan a ser un emprendimiento vital. Por poner algunos ejemplos: Los Fabelman, de Steven Spielberg, Persépolis, de Marjane Satrapi, o Aftersun, de Charlotte Wells, títulos que suponen no solo una forma de catarsis y exorcismo personal, sino, además, un esfuerzo inconmensurable, resultado de décadas de preparación y maduración. El retrato de mi padre es cine de este porte y, además, una obra profunda, emotiva y memorable que amerita ir a ver en salas de cine.
En 2012, Juan Ignacio Fernández Hoppe debutaba con Las flores de mi familia, un documental en el que registraba, con recato y paciencia, los cambios drásticos en la vida de su abuela Nibia, de 90 años, cuando su madre Alicia se mudaba para comenzar a vivir en pareja. En esa película demostraba ser ...
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