Israel, Estado de excepción - Semanario Brecha
El racismo israelí institucionalizado

Israel, Estado de excepción

Tienen que morir y sus casas deben ser demolidas. Ellos son nuestros enemigos y nuestras manos deberán estar manchadas con su sangre. Esto también se aplica a las madres de los terroristas fallecidos […]. Detrás de cada terrorista hay decenas de hombres y mujeres sin los cuales no podría atentar. Ahora todos son combatientes enemigos, y su sangre caerá sobre sus cabezas. Incluso las madres de los mártires, que los envían al infierno con flores y besos. Nada sería más justo que siguieran sus pasos […]. Deberían desaparecer junto con sus hogares, donde han criado a estas serpientes. De lo contrario, criarán más pequeñas serpientes.

Ayelet Shaked 1

«¿Hasta qué punto, si es el caso, han imitado los israelíes de origen askenazi las actitudes raciales germanas no solo hacia los árabes, sino incluso hacia los judíos orientales, los sefardíes?», se pregunta Noam Chomsky en 1986, y sigue: «Si le estás pisando la cabeza a alguien, tienes que odiarle, ya que solo así puedes justificar lo que estás haciendo». Sami Michael (2014) dice: «Hace dos años me vi obligado personalmente a llevar a cabo una manifestación individual en Tel Aviv contra la horrible manifestación de racismo en la escuela Emmanuel, donde se había establecido un muro de separación en el patio de la escuela para evitar el contacto entre las niñas askenazíes “puras” y las niñas mizrajíes “impuras”. Esta misma escuela obligaba a llevar uniforme, pero el color elegido para los alumnos de askenazíes era diferente al de los mizrajíes».

Quizás esta diferenciación nos resulte irrelevante si no comprendemos la larga tendencia racista que se gestó en el interior del Estado de Israel desde sus primeros días, entre la mayor parte de los judíos del este de Europa que sufrían de una «mentalidad de gueto» y aquellos judíos provenientes de países árabes e islámicos que, según Michael, «eran conscientes de que existían otros judíos en el mundo que eran diferentes de ellos por el idioma y las costumbres». El premio nobel de literatura se pregunta: «¿Cómo hemos arrastrado esta enfermedad racista hasta nuestros hogares aquí? Cuán horrible es darse cuenta de que un pueblo que pagó un precio terrible en sangre durante el siglo pasado debido a un muro racista alzado a su alrededor podía permitir que se construyera un muro tan despreciable dentro de su patria […]. El racismo se está arraigando gradualmente en la sociedad israelí con el fortalecimiento político de la derecha religiosa».

Estas reflexiones del autodenominado judío árabe e iraquí Sami Michael nos permiten pensar la configuración de nuevos regímenes democráticos-autoritarios. El primer paso en la ruta hacia la dominación total es asesinar a la persona jurídica con el fin de dominarlos completamente (Hannah Arendt, 1951). El estado de excepción (Giorgio Agamben, 1998) que caracteriza a la política israelí se erige sobre la sangre y el fuego, ius sanguinis, ius soli, de un pueblo masacrado, el palestino, y de otro hostigado, el judío-árabe-israelí. Los colonos blancos israelíes han desarrollado una concepción orgánica del conjunto de su comunidad en cuanto contrapuesta a los «otros», extraños, practicando duras formas de exclusión.

En este régimen, «el campo se vuelve el nomos subyacente, tanto de las democracias como de los totalitarismos modernos» (Enzo Traverso, 2012). Michael Mann (1998) dice: «La limpieza étnica y política, masiva y homicida, no es realmente la antítesis de la democracia, como suele pensarse. Más bien, constituye su envés». Shlomo Sand, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Tel Aviv, reflexiona: «Nunca llegué a considerar la posibilidad de que Israel lograría asentar a más de medio millón de personas en los territorios recientemente ocupados. Que, de formas complejas, conseguiría mantenerlas cerradas y aisladas frente a las poblaciones locales que se verían despojadas de sus elementos de derechos humanos, subrayando desde el principio el carácter colonizador, etnocéntrico y segregacionista de toda la empresa nacional».

El Estado israelí lleva aplicando una jurisdicción militar en Cisjordania y Gaza desde 1967, de la misma forma que lo hizo con los palestinos residentes en el resto del país entre 1948 y 1967. El proyecto de la guerra continúa siendo, para sus administradores, un proyecto a largo plazo, sin victorias ni derrotas conclusivas. Casi podría decirse, siguiendo a Rita Segato (2014), que «el plan es que se transformen, en muchas regiones del mundo, en una forma de existencia».

Pioneras empresas de la tecnología de seguridad, como Comverse Technology, NICE Systems, SuperCom, Check Point, Instinctive Shooting International, International Security Instructors, Golan Group, Magal y Elbit, han crecido en el Estado de Israel. La seguridad, por tanto, se ha convertido en un mercado millonario que es necesario explotar. Len Rosen, agente financiero israelí, dijo a la revista Fortune: «La seguridad es más importante que la paz». El «antiterrorismo» ocupa el centro de la exportación de la economía. Las exportaciones de defensa del país en 2022 alcanzaron el récord de 12.500 millones de dólares e hicieron de Israel uno de los diez mayores comerciantes de armas del mundo, de acuerdo a cifras oficiales israelíes y del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo.

Israel posee, además, más de 400 corporaciones dedicadas a vender productos para la seguridad interna, inaugurando así la era de la economía de la guerra continua o de «armas y caviar», como algunos la llaman. El concepto combina estabilidad con inestabilidad, shock político-militar, climático y económico, con crecimiento financiero, comercial e industrial.

Por mucho tiempo se ha creído que las situaciones catastróficas no hacían más que arruinar los intereses económicos de las corporaciones capitalistas. El Estado de Israel constituye el nuevo paradigma en el que se puede transcurrir por un shock político, como lo fue la guerra sostenida contra el Líbano en 2006 o con Hamás en 2007, experimentando un elevado crecimiento económico. Parafraseando a Naomi Klein, la única perspectiva que amenaza la prosperidad de la economía del desastre es la posibilidad de conseguir, en alguna medida, estabilidad y paz geopolítica. Respetar cualquier acuerdo de paz (ya sea de Oslo, en 1993, o de Camp David, en 1978) atenta contra la inseguridad como sinónimo de crecimiento económico.

En un país donde el ejército es la institución más respetada como expresión de la nación en armas y casi todos los primeros ministros fueron generales, gran parte de la población árabe israelí se encuentra exenta del servicio militar. La etnocracia israelí considera ciudadanos con derechos plenos a los judíos de origen principalmente askenazi y con una ciudadanía parcial a los árabes-palestinos que viven dentro de sus fronteras. Esta segregación establece claramente una clasificación en un Estado donde el principio de sangre constituye el elemento central para la concreción de una particular constitución ciudadana en la que el pionerismo (militarización) y la colonización (invasión) son los dos pilares fundamentales.

Estamos en presencia del homo sacer del que nos hablaba Agamben (1989), haciendo referencia a aquel ser vivo exterior a la comunidad política, aquel cuyo asesinato no constituye un crimen ante la ley. David Ben-Gurión, Isaac Shamir, Shimon Peres, Golda Meyerson (Meir), Isaac Rabin (aunque este último fuera asesinado por «ortodoxos radicales»), Ariel Sharón, Moshé Dayán, Menahem Beguín, Benjamín Netanyahu y Ehud Olmert y casi por unanimidad todos los partidos del Knéset, que profundizaron y avalaron la política de destrucción y aniquilamiento, que es lo mismo que decir «la redención del pueblo judío a costa del sacrificio de los palestinos».

Elias Khoury, escritor libanés y reconocido hombre de teatro, habla con pasión de la imposible lucha por mantener la memoria del pueblo palestino, en general, y por la matanza de Sabra y Shatila, en particular: «La ley de la memoria no funciona entre los palestinos porque las matanzas continúan: Deir Yassín, Qibya, Sabra y Shatila y, hoy, Jenín. Les resulta imposible mirar el pasado porque el pasado sigue siendo el presente. Desde 1948 están sometidos a un mecanismo infernal… Los palestinos son víctimas de la instrumentalización de la shoah que lleva a cabo el gobierno israelí. Las normas éticas se detienen en las fronteras de Israel. En este contexto, incluso la idea de la tragedia de Sabra y Shatila se vuelve marginal…» (Pierre Péan, 2002).

1. Shaked fue ministra de Justicia (2015-2019) y ministra del Interior (2021-2022) de Israel, además de miembro del parlamento de Israel hasta 2022.

Referencias

Agamben G (1998) «Homo Sacer I El poder soberano y la nuda vida» Ed Pre-Texto Diciembre 1998.

Arendt H (1951) «Los orígenes del Totalitarismo» Parte III Alianza Editorial. 

Chomsky N (1986) «Crónicas de la discrepancia» entrevista realizada por David Barsamin, p 102.

Girard R (2007) «La guerra fallida de Israel contra Hezbola». Ed Alabar.

Klein. N (2007) «La doctrina del shock». Paidós.

Maan. M (1998) “La cara oculta de la democracia: la limpieza étnica y política como tradición moderna”. The Social Science Research Council Workshon, «Democracia, uso de la fuerza y cambio social global» (Democracy, the Use of Force and Global Social Change), Universidad de Minnesota.

Michel. S (2014) «Israel es el Estado más racista del mundo industrializado». 

Péan P (2002) «Sabra y Chatila, recuerdos de una masacre» Le Monde Diplomatique, número 83, septiembre de 2002.

Sad. S (2012) «La Invención de la tierra de Israel» Akal, pp-15-16.

Segato R (2014) «Las nuevas formas de la guerra y el cuerpo de las mujeres» Contrapunto. 

Traverso E (2012) «La historia como campo de batalla» Fondo de la Cultura Económica. 2012.

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