«Porque a los tibios los vomitaré de mi boca.» Esto no lo dijo Javier Milei en la noche del domingo 19 de noviembre, aunque bien podría haberlo hecho. No usó esta cita muy conocida del tercer capítulo del Apocalipsis de San Juan. Pero sí dijo varias veces, esa noche y en los días subsiguientes, que en su futuro gobierno no habría lugar para los tibios.
Sin embargo, el suyo corre el riesgo de ser un gobierno débil, tensionado por diferentes disputas ideológicas, y amenazado por el descontento y la protesta social. Su estabilidad dependerá esencialmente, entre otros factores, de unos aliados en comparación mucho más tibios y moderados.
UNA ALIANZA IDEOLÓGICAMENTE INESTABLE
La primera y, por lejos, la menos importante de esas tensiones ideológicas, pero no por ello del todo desdeñable, es la que existe dentro de su propia fuerza política. Milei es un anarcocapitalista que, siguiendo las ideas que defendió en su momento el economista neoyorquino, también anarcocapitalista, Murray N. Rothbard (1926-1995), entendió que la alianza política de los liberales más radicales debía ser con la derecha conservadora también más radical, incluso a pesar de que esta fuese antiliberal, como suele serlo, y no con la derecha más moderada y centrista, aunque esta última fuese liberal, como también suele serlo. Rothbard llamó a esta estrategia paleolibertarianismo y también populismo libertario (véase «La hora del liberalismo plebeyo», Brecha, 18-VIII-23).
En esa línea, Milei reclutó como vicepresidenta a la abogada católica Victoria Villarruel, hija de un veterano de la guerra de Malvinas, una persona encuadrada dentro de una corriente ideológica de contornos muy bien definidos: el nacionalismo católico argentino. Esta corriente tiene una larga tradición, que se remonta a los años treinta del siglo pasado, de la que es imposible hablar aquí en detalle, aunque hay algunas cosas que se pueden decir de forma muy sucinta. El nacionalismo católico argentino es furibundamente antisemita, furibundamente antiliberal y furibundamente antibritánico. No es que el autor de estas líneas anduviera escaso de adverbios: es que todo es furibundo en el nacionalismo católico argentino. La cercanía personal de Milei al judaísmo, su claro alineamiento internacional con el Estado de Israel, sus reiteradas loas a la ya fallecida primera ministra de Reino Unido Margaret Thatcher, y, desde luego, su liberalismo extremo no calzan nada bien con esa tradición política.
En cualquier caso, la inestabilidad de ese aliado es, por lejos, el menor de los problemas que tiene Milei. Los que lo aborrecen por liberal anglófilo y librecambista, y por su cercanía al judaísmo, ya lo vienen atacando sin piedad desde hace tiempo, y los que no lo han atacado todavía no parece que vayan a empezar a hacerlo justo ahora por esos motivos. Esa alianza, aunque no exenta de contradicciones ideológicas, parece firme. Salvo por el hecho de que los nuevos aliados macristas de Milei aspiran a tener incidencia en zonas de la política que el presidente electo había pactado dejar bajo la influencia de su vicepresidenta, por ejemplo, la política de seguridad, la política de defensa y la de inteligencia. O Milei honra sus acuerdos con el nacionalismo católico (fuertemente comprometido con la defensa de la última dictadura y la causa de sus represores presos), o no lo hace y entrega, al menos parcialmente, esas áreas estratégicas a sus nuevos aliados. En cualquier caso, quedará gente descontenta. Habrá que ver si lo suficientemente descontenta como para hacer qué cosas.
UN GOBIERNO EN DISPUTA
La estrategia rothbardiana de Milei de hacer alianzas con la derecha radical, incluso con la derecha radical antiliberal, y no con la derecha más moderada tenía su gran culminación, su gran coronación en una victoria en primera vuelta. Ello no ocurrió, como se sabe. Lo que obligó a Milei a buscar aliados más centristas para la segunda.
La tesis fundamental del populismo libertario, explicó Rothbard, es que el pueblo trabajador está sujeto a la dominación de una élite extractiva, una coalición entre unos gobernantes que se hinchan con el dinero extraído coactivamente a los ciudadanos, unos empresarios que se benefician de ese mismo dinero merced a sus tratos de favor con políticos de toda laya y varios grupos influyentes de intereses específicos, como los periodistas, los artistas, los activistas de organizaciones no gubernamentales y los profesores universitarios, untados todos con dinero de similar procedencia.
Durante su campaña para las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias, y también de cara a la primera vuelta de las elecciones generales, Milei desplegó un discurso típicamente populista con el que dividió el campo social en dos grupos, en dos clases enfrentadas: la de los creadores de la riqueza, por una parte, y la casta parasitaria que no produce riqueza alguna y vive a costas de la riqueza producida por otros, que extrae mediante diversos mecanismos coactivos al amparo del aparato del Estado, por otra. Para la segunda vuelta, en cambio, se plegó más bien al discurso de sus nuevos aliados, la derecha neoliberal macrista, de la que previamente había hablado pestes por considerarla parte de esa élite extractiva, justamente. Quedaba la duda de qué Milei iba a hablar el domingo por la noche, si el de antes o el de la segunda vuelta. Inequívocamente, habló el de antes.
Milei se impuso con casi 14 millones y medio de votos, que representan casi el 56 por ciento de los votos que fueron emitidos a uno u otro candidato. Es indudable que Milei aportó directamente 30 puntos porcentuales a esa victoria, pero no es menos cierto que los que ahora quizás sean sus socios de gobierno aportaron los casi 26 puntos porcentuales restantes. Milei quiere transformar a Argentina en el experimento anarcocapitalista más grande de la historia. No parece que sus aliados estén por la labor.
Mucho, pero muchísimo más importante que las tensiones internas entre anarcocapitalistas, nacionalistas católicos y otros reaccionarios de distinto pelaje que integran su fuerza política, mucho, muchísimo más importante que esas tensiones ideológicas van a ser las que lo enfrenten con sus aliados externos y posibles socios de gobierno.
Cuando a Milei, en la prensa de izquierda, se lo considera un «neoliberal» o un «neoconservador», se le está bajando drásticamente el precio. Milei no es un neoliberal ni sus aliados dentro de La Libertad Avanza son neoconservadores. Milei no es Mauricio Macri, ni Villarruel es Patricia Bullrich. Milei es un liberal radical, todo lo radical que se puede ser. Su objetivo de largo plazo, que ha hecho explícito en todo momento, es el de reducir el Estado a su más mínima expresión, hasta hacerlo casi desaparecer: hacer que todo, absolutamente todo lo que pueda estar en manos del sector privado esté efectivamente en manos del sector privado. Pero, aunque juntó casi 14 millones y medio de votos en la segunda vuelta, solo algo más de la mitad son suyos. El resto son de la derecha moderada (moderada si se la compara con él, y con su proyecto), que no quiere extinguir el Estado, ni muchísimo menos. Reducirlo, sí, desde luego. Extinguirlo, no, en absoluto.
Ahora bien, Milei puede que esté loco, pero loco y todo sabe perfectamente que su desafío al día de hoy es estabilizar la economía y hacer algunas (pocas) grandes reformas, y, para ello, bien podría contar con el apoyo de Macri. Ya habrá tiempo para soñar con el proyecto de máximos: privatizar todo lo privatizable, reducir el Estado a su más mínima expresión, quizás extinguirlo por completo. Milei es como esos gobernantes comunistas (es decir, pertenecientes a partidos comunistas) que buscan nominalmente la instauración de la dictadura del proletariado, pero que, en la práctica, son indistinguibles, salvo pequeños detalles, de otros gobernantes de izquierda nominalmente mucho más moderados. Milei no es un neoliberal. Es mucho, muchísimo más radical que eso, pero es probable que su gobierno se parezca mucho a uno de corte neoliberal y neoconservador, es decir, uno de corte relativamente moderado.
Será, no obstante, un gobierno en disputa entre la facción neoliberal y neoconservadora, liderada por Macri, y la facción paleolibertaria, paleoconservadora y anarcocapitalista, comparativamente muchísimo más radical, encabezada por el propio Milei. Macri tiene un importante aparato, y Milei no. Habrá que ver cuánto pesa esto en la futura toma de decisiones.
UN ELECTORADO POSIBLEMENTE DESCONTENTO
El programa de Milei es poco atractivo para los tibios, y debería serlo también para los votantes personal y socialmente débiles, para los pobres, para los desamparados, porque la suya es una ideología del éxito mercantil. Toma el éxito mercantil como medida de todas las cosas, como criterio último de valor. Todo esfuerzo humano que se traduce en éxito mercantil es valioso; todo aquel que no se traduce de esa manera, por la causa que sea, carece de valor. No existe ninguna injusticia, de ninguna clase, si el mercado distribuye sin intervención alguna premios y castigos. Todos esos premios son justos, al igual que todos los castigos. Milei tuvo éxito en convencer a millones de argentinos que no han sido bendecidos hasta ahora por el éxito mercantil de que el obstáculo para que ello ocurriera había sido exclusivamente la intervención estatal en la economía y la casta parasitaria que se beneficia de ella.
Milei convocó con éxito a los sectores subalternos, que lo votaron masivamente. Transformó con éxito el liberalismo, un asunto de gentes de traje y corbata, en una ideología plebeya, al menos en sus apoyos. En las próximas semanas y los próximos meses, su gobierno instrumentará un brutal ajuste de las cuentas públicas. Está por verse si Milei mantendrá o no, en esas circunstancias, el apoyo obtenido en las urnas.
El gran desafío que tiene el presidente electo por delante es, pues, el de realizar efectivamente su voluntad de no ser tibio. El primer y principal constreñimiento para ello es la propia realidad económica de la Argentina que va a heredar. Luego, su marco de alianzas. Después, las fuerzas que se opongan a su proyecto, dentro y fuera del Parlamento. Y, finalmente, pero no menos importantes, las limitaciones de su propio proyecto.
Milei ha sugerido que la frágil situación económica que enfrenta el país no solamente no constituye un obstáculo para sus planes, sino que, de hecho, los facilita. Estas declaraciones son bastante increíbles. Uno pensaría que el escenario es, justamente, el contrario. En fin, el tiempo dirá. Se verá si Milei tendrá finalmente, o no, la fuerza y la capacidad para llevar adelante el experimento anarcocapitalista que busca llevar a cabo. Quizás sus propios socios de gobierno se lo impidan. Quizás se lo impidan sus contrincantes. Quizás se lo impidan el descontento y la protesta social. Quizás se lo impidan una mezcla de todos los factores anteriores. O quizás no. Quizás consiga llevar a cabo sus planes. Nadie lo sabe.
Es muy probable que todo se resuelva bastante rápido. Quizás basten algunas semanas, algunos pocos meses, para saber a ciencia cierta hasta dónde llegará, y hasta dónde no, Milei. Si llega lejos en sus planes, parafraseando una vieja y famosa declaración de un dirigente del Partido Socialista Obrero Español, Alfonso Guerra, a Argentina ya no la va a reconocer ni la madre que la parió.