abro otra lata de cerveza y me acuesto desnuda. el cuarto está bañado de penumbras y mi cuerpo también. cuando corre un poco de aire, los tonos de las sombras varían.
cierro los ojos. el aroma del sahumerio evoca el mix de hojas verdes y tornasoles violáceos que dejé en remojo para la cena. vuelvo a reparar en ellas: en la mizuna (que no conocía), en los rulitos de la lechuga crespa, en las estrías de la mostaza, en la firmeza del kale, en los tallos de la rúcula. hoy voy a cocinar para mí como si cocinara para las dos, por eso me di el gusto de comprar unos cherris, aunque sea fin de mes. me gusta explotarlos en la boca y sentir el salpicón en el paladar.
me prometí este momento conmigo para empezar el fin de semana largo. total, la tarjeta de crédito no va a dejar de estar detonada y vencida por comprar arroz, pan y cebolla. el celular está en modo avión. no estoy haciendo nada ni tengo que hacer nada para nadie. estoy acostada en mi casa, desnuda. soy toda para mí. a tientas alcanzo el aceite de caléndula que está en la mesita. me embadurno con las dos manos. desde la nuca paso por el cuello y llego al esternón para masajearlo.
me gusta este aceite artesanal. suelo untárselo a ella cuando se entrega desnuda, en su piel huele distinto. les da un aire vegetal a los mimos, fluye en todas las curvas. sigo por los pies. le dedico un tiempo a cada uno de mis dedos. me masajeo las pantorrillas, los muslos, la entrepierna. recuerdo cómo era mi cuerpo. no sé hasta dónde llego, pero no soy solo un cuerpo. no estoy pegada a una sábana. juego a sentir que me sostiene el universo, el cosmos o lo que hay más allá. puedo entregarme porque no hay abismo, hay sostén, y hay sostén aunque no haya materia y yo me haya vuelto ínfima. no soy casi nada y eso quiere decir que estoy viva.
mi garganta está árida. siento cómo pasa el agua con cada trago, hasta que el vaso queda vacío. ella está con su impermeable rojo en la gruta La Llorona. esa tarde, las dos estábamos empapadas. llovía, hacía tres días que no paraba de llover. los arroyos estaban desbordados y los riachuelos, henchidos. la gente del lugar nos dijo que la gruta nunca deja de llorar, ni siquiera lo hizo durante la última sequía, una de las más jodidas de las que se tenga memoria. pero también hacía mucho tiempo que sus cascadas no se veían así, tan exultantes y tan sonoras. el olor, el frescor y el verdor de la clorofila del monte indígena se me presentan en simultáneo otra vez. la gota, la inmensidad, el musgo, los helechos, nosotras… tomo todo lo que me traje de La Llorona y no puede ser fotografiado.
me siento poderosa y anhelante, me toco con frenesí. quiero que te acabes. ¿te podés acabar para mí?, dice ella mientras presiona mi garganta. puedo escucharla. quiero que me lo diga y creo que ella quiere decírmelo, pero no es como en las películas. la fantasía sí puede viajar a la velocidad de la luz. si querés que sea la putita de siempre, quemame la piel, le contesto. las primeras gotas de vela derretida caen sobre mi abdomen. no sé dónde caerán después, estoy vendada y amarrada. me caza los pelos por la nuca. que se haya animado me provoca una eyaculación. así me gusta, bien mojadita. una gota de cera se deslizó por mi pecho. quiero sentir esa quemazón en mis tetas. me jala de un pezón y me dice ya lo sé. quiero tocarme la concha, pero estoy amarrada de verdad.
tocame un poquito, por favor.
voy a mi concha y rozo con un dedo uno de sus labios. parece que pinta un orgasmo. estoy jugosa, a punto, como aquellos duraznos hace un par de noches. ella me dejó una esquela en la heladera, sabe que me excita su caligrafía. la mojo con un verso, escribió (Peri Rossi siempre vuelve a nuestras sábanas). abrí la heladera, saqué los duraznos y me siguió al dormitorio. aceptó mi invitación de distribuir la pulpa en todo su territorio y luego comí cada trozo a mi tiempo, sin apuro, mientras sus caderas se ponían cada vez más inquietas. ella empezó a masturbarse y yo también.
exploto con un quejido gutural y dejo que mis jugos salpiquen todos mis mundos. que cada contracción les dé vida a todas las que soy.
ay, mi amor… ese susurro es su aliento final.
busco su pecho mullido para retozar ensambladas, tapadas hasta la cabeza, mirándonos cada tanto, entredormidas, hasta que nos cansemos. hay caricias antes de darnos vuelta para el otro lado. ella sigue estando ahí y yo sigo estando acá, aunque estemos cola con cola, mirando en direcciones diferentes.
se me olvidó que su cuerpo no está en mi cama, está en mí. no sé (nunca sé) en qué fase está la luna.
yo también estoy en mí.