En el contexto del genocidio en curso en Palestina, abundan imágenes tan aterradoras e inquietantes como reveladoras de lo que el lenguaje aún no puede expresar. Imágenes que causan repulsión a la vez que invitan a la reflexión, o más bien a la contemplación, cuando nos enfrentamos a ellas con asombro y nos preguntamos: ¿cómo es posible?
Entre estas imágenes hay una que llama la atención no por su brutalidad y horror evidentes, sino por su absurdo: un soldado de las fuerzas de ocupación israelíes sosteniendo una bandera del arcoíris, símbolo de la lucha de las minorías sexuales y de género, frente a un tanque de combate y rodeado de los escombros de lo que era Gaza. Publicada en la cuenta oficial de Israel en la red social X, la imagen va acompañada de un pie de foto que dice: «La primera bandera del orgullo izada en Gaza».
¿Cómo es posible? ¿Cómo es posible que una imagen así pueda producir sentido?, ¿y qué sentido pretende producir? Lejos de tratarse de un hecho aislado, esta imagen es parte de una forma relativamente antigua de propaganda que, a su vez, es una continuación del discurso orientalista sobre la sexualidad y las relaciones de género en las sociedades árabes o de mayoría musulmana. Para comprender el significado y el motivo de esta imagen, es necesario analizar dos conceptos: el homonacionalismo y el pinkwashing.
DEFINIENDO HOMONACIONALISMO Y PINKWASHING
Los movimientos sociales de las minorías sexuales y de género siempre han estado marcados por la oposición entre corrientes asimilacionistas y radicales. Por asimilacionista entendemos la búsqueda de la asimilación de las minorías sexuales y de género a las estructuras sociopolíticas imperantes, mientras que radical se refiere a la idea de que estas estructuras han sido formadas por el heteropatriarcado y, por tanto, deben ser profundamente transformadas o erradicadas. Esta oposición constituye un espectro, y los diferentes movimientos y personas pueden, por supuesto, adoptar diversas posturas en relación con los dos polos.
Desde los años noventa se observa que, especialmente en las llamadas sociedades occidentales y en su periferia inmediata, los derechos LGBTQ fueron incluidos como política de Estado en el orden neoliberal ultrahegemónico de la época. Las corrientes más radicales del activismo de las minorías sexuales y de género, antes prominentes, fueron marginadas en favor del asimilacionismo, culminando en lo que Lisa Duggan denominó homonormatividad.1 Esta última se refiere a la integración homosexual en las normas íntimamente asociadas a la heterosexualidad, siguiendo una trayectoria de asimilación a estas normas que se combina con la clase económica, la raza y la nacionalidad, entre otros factores.
Jasbir Puar utiliza el término homonacionalismo para referirse explícitamente a los acuerdos contemporáneos del excepcionalismo sexual estadounidense y la nación, en un contexto de asimilación de las minorías sexuales a la narrativa del Estado capitalista, patriarcal y heteronormativo.2 Se trata, entonces, de una expansión de la homonormatividad a la esfera internacional, que establece una jerarquía civilizatoria entre los Estados en los que se reconocen los derechos LGBTQ, por un lado, y los Estados en los que estos derechos están ausentes, por otro. También según Puar, se ha producido un desplazamiento, sobre todo desde el 11 de setiembre de 2001, de la figura del perverso, antes ocupada por el homosexual, a la del terrorista y, más en general, a la de los musulmanes o árabes en general.
Cynthia Weber describe el mismo fenómeno afirmando que «los “subdesarrollados”, los “no desarrollables”, el “inmigrante no deseado” y el “terrorista” siguen siendo temidos, excluidos y a veces asesinados, mientras que los “titulares de derechos homosexuales” y el “patriota gay” son celebrados, incluidos y protegidos».3 En el campo discursivo homonacionalista, los Estados del centro hegemónico occidental ocupan la posición de «titulares de los derechos homosexuales», frente a los Estados de mayoría musulmana o árabe, que son representados como inherentemente homófobos, intolerantes y atrasados.
En este contexto se desarrolla el pinkwashing, una forma de estrategia discursiva utilizada para justificar o encubrir las políticas imperialistas y las violaciones de los derechos humanos con el pretexto de defender los derechos LGBTQ. Elaborado por activistas LGBTQ de Palestina, el concepto de pinkwashing se utiliza principalmente para describir la manipulación de la visión homonacionalista por el Estado de Israel y sus partidarios, contraponiendo su condición de «titular de los derechos LGBTQ» a la opresión sombría y letal que supuestamente viven las minorías sexuales y de género palestinas, árabes o musulmanas.
Se trata, por tanto, de la inclusión de la diversidad sexual y de la diversidad de género como pilares de la civilización occidental que garantizan la superioridad moral sobre el otro «oriental», justificando la dominación y la violencia ejercidas por Israel y sus aliados occidentales sobre palestinos, árabes y otros pueblos del Sur global. Ampliamente difundido, el pinkwashing se manifiesta últimamente en los incesantes comentarios dirigidos a las personas LGBTQ que apoyan la liberación palestina, como: «En Gaza no hay desfile del orgullo» o «en Gaza decapitan a los gays». Una fantasía infundada que parece más un deseo que una amenaza.
LOS DISPOSITIVOS SEXUALES EN LAS SOCIEDADES ÁRABES Y MUSULMANAS
No se puede negar, sin embargo, que las minorías sexuales y de género sufren diversos grados de marginación y de precariedad social y jurídica en la gran mayoría de los países de mayoría árabe o musulmana. De los siete países en los que las relaciones sexuales entre hombres son pasibles de pena de muerte, seis son de mayoría musulmana y tres son árabes. En otros países árabes o musulmanes, aunque no existe condena legal –como Jordania, Turquía y la Cisjordania palestina, entre otros–, las minorías sexuales y de género encuentran importantes obstáculos.
Sin embargo, el escenario desfavorable para las minorías sexuales y de género en esos países no se debe a ningún elemento inherente e inmutable de las culturas locales o de la religión islámica. Al igual que cualquier régimen sexual y de género, los acuerdos sexuales en las sociedades árabes o musulmanas experimentaron cambios considerables a lo largo de la historia, y, en una región que ha sufrido constantes y profundas intervenciones occidentales durante tres siglos, han sido fuertemente moldeados por el colonialismo y el imperialismo.
De hecho, el homoerotismo y las expresiones de género no binarias siempre estuvieron presentes en las sociedades de lengua árabe o de religión islámica. En la literatura árabe clásica, la poesía homoerótica es particularmente prolífica y, como explica Khaled el-Rouayheb, en las épocas premodernas existía una relativa tolerancia hacia las prácticas no heterosexuales.4 Sin embargo, la llegada del colonialismo y del capital occidental al sudoeste asiático y al norte de África incitó a las élites locales a interiorizar la moral europea de los siglos XIX y XX. La conformación de un régimen heteronormativo al estilo europeo en la región, en detrimento de la rica historia local de diversidad sexual y de género, fue resultado directo e indirecto del colonialismo. Esto también se aplica a algunas de las leyes actuales utilizadas para oprimir a las minorías sexuales y de género, a menudo impuestas o inspiradas por las antiguas potencias coloniales.
La actual animadversión hacia las sexualidades y las expresiones de género no normativas en las sociedades musulmanas, señala Momin Rahman, es el resultado de varios factores complejos. Entre ellos está la creciente islamofobia mundial, que aumentó significativamente en paralelo a la internacionalización del discurso de los derechos LGBTQ. Según Rahman, «los derechos de las y los homosexuales se instrumentalizan cada vez más dentro de un discurso de superioridad de la civilización occidental que sustenta la islamofobia. Tenemos que abordar la formación de la homofobia musulmana en el contexto de la islamofobia, en lugar de reducirla a un componente preexistente de una cultura islámica premoderna y monolítica».5
Al difundir la idea de una alineación automática de las personas LGBTQ de todo el mundo con la hegemonía occidental, el homonacionalismo invisibiliza y pone en peligro a las minorías sexuales y de género del Sur global. Se les acusa sistemáticamente, sobre todo en las sociedades musulmanas, de ser agentes del imperialismo occidental. Sin embargo, las personas LGBTQ no son una etnia aparte, sino parte integral de sus sociedades y culturas nativas.
PALESTINA Y EL ACTIVISMO POR LA SEXUALIDAD Y EL GÉNERO
El homonacionalismo occidental sostiene que las intervenciones imperialistas –ya sean políticas, económicas o militares– son necesarias para liberar a las minorías sexuales y de género del Sur global. Sin embargo, se equivocan al suponer que estas poblaciones no tienen capacidad para luchar por sí mismas por sus derechos.
Una prueba notable de lo contrario es el movimiento LGBTQ palestino. Representado por dos asociaciones fundadas a principios de los años dos mil –Aswat, un colectivo de mujeres LBTQ, y alQaws, que hace campaña por la diversidad sexual y de género en la sociedad palestina–, este movimiento se inscribe dentro de la lucha de liberación anticolonial, afirmando que la ocupación israelí es el principal obstáculo para la vida de las personas LGBTQ palestinas.
A lo largo de sus más de dos décadas de existencia, el movimiento LGBTQ palestino se ha consolidado como un actor epistémico autónomo. Además de presentar herramientas analíticas como el concepto de pinkwashing, ha desarrollado, junto con otros movimientos de la región, una actualización léxica de la lengua árabe para hacerla capaz de expresar la diversidad sexual y de género. Además, el movimiento cuestiona conceptos importados de Occidente, como la noción de salir del armario, y representa un caso único de militancia LGBTQ en un contexto colonial.
Uno de los obstáculos a los que se enfrenta el movimiento es la fragmentación del territorio palestino. Aun así, las asociaciones militantes han conseguido establecerse en varias ciudades del país, incluida Gaza, donde se esforzaron por crear espacios seguros para las minorías sexuales y de género. La destrucción de Gaza es también la supresión de esa historia.
Mientras tanto, las organizaciones mainstream LGBTQ de Occidente han guardado silencio ante el genocidio palestino, cuando no han declarado su apoyo al Estado colonial de Israel. El discurso homonacionalista impregna tan profundamente el imaginario LGBTQ que prevalece la idea de una homofobia inherente a las sociedades árabes y musulmanas, y no es raro oír decir a personas LGBTQ, incluso en Brasil, que la población de Gaza merece el genocidio porque supuestamente apoya a Hamás.
¿Hay algo que simbolice más la bancarrota moral del asimilacionismo identitario que el «argumento» de que la pretendida homofobia de una población es una justificación para exterminarla? ¿Qué podemos decir, entonces, de la población estadounidense por elegir a Donald Trump?, ¿o de quienes votaron a Jair Bolsonaro? ¿Merecen ser víctimas de genocidio por ello?
Por otro lado, en los últimos meses hemos visto importantes manifestaciones de personas y colectivos LGBTQ anticolonialistas. Eso nos indica que debemos luchar por un nuevo internacionalismo LGBTQ, capaz de dialogar horizontalmente, reconociendo y acogiendo la producción epistémica del Sur global y rechazando el homonacionalismo, el homocapitalismo y el homocolonialismo.
1. Lisa Duggan es profesora de Análisis Social y Cultural de la Universidad de Nueva York. Véase Lisa Duggan, «The New Homonormativity: The Sexual Politics of Neoliberalism», en Russ Castronovo y Dana D. Nelson (editores), Materializing Democracy: Toward a Revitalized Cultural Politics. Duke University Press, Durham, 2002.
2. Jasbir Puar es profesora de la cátedra de Estudios de Género y de las Mujeres de la Universidad Rutgers. Véase Jasbir K. Puar, Terrorist Assemblages: Homonationalism in Queer Times. Duke University Press, Durham, 2007.
3. Cynthia Weber es profesora de Relaciones Internacionales de la Universidad de Sussex. Véase Cynthia Weber, Queer International Relations: Sovereignty, Sexuality and the Will to Knowledge. Oxford University Press, Nueva York, 2016. (Traducción del autor.)
4. Khaled el-Rouayheb es profesor de Historia Intelectual Islámica de Harvard. Véase Khaled el-Rouayheb, Before Homosexuality in the Arab-Islamic World, 1500-1800. University of Chicago Press, Chicago, 2011.
5. Momin Rahman es profesor de Sociología especializado en género y sexualidad en la Universidad de Trent. Véase Momin Rahman, «Sexual Diffusions and Conceptual Confusions: Muslim Homophobia and Muslim Homosexualities in the Context of Modernity», en Manuela L. Picq, Markus Thiel, Sexualities in World Politics. Routledge, Abingdon, 2015. (Traducción del autor.)
(Traducción de María Landi.)
* Gabriel Semerene, escritor y activista brasileño de origen libanés, es magíster en Ciencias Políticas (Aix-Marseille) y en Literatura Árabe (Sorbonne), y doctorando en Relaciones Internacionales (Brasilia). Investiga y escribe sobre narrativas queer y de género en la cultura y la literatura árabes.
– Sima: refugiada palestina en Ecuador, activista transfeminista e integrante de Oliva Colectiva.
– Kais: palestino-brasileño queer, periodista y comunicador de la Federación Árabe Palestina de Brasil.
– Jimena: militante LGBTI+, integrante de los colectivos Sandía – Coordinadora Transfeminista por Palestina y Judíes x Palestina de Argentina.
– Gabriel Semerene: militante y escritor libanés-brasileño.