—¿Cómo valoran estos dos años de genocidio transmitido en vivo? ¿Qué se ha puesto en crisis y qué no en Gaza, en Palestina y en el mundo?
Qassam Muaddi —Para el pueblo palestino han cambiado muchas cosas. Hemos vivido muchos episodios violentos en nuestra historia. Para empezar, 1948. Es un trauma que llevamos como herencia. Nuestros abuelos le llamaron Nakba [catástrofe], pero la palabra no expresa la magnitud de lo que sucedió. Fue un apocalipsis: la mitad de las ciudades y pueblos de Palestina fueron borrados del mapa en menos de año y medio. Yo crecí durante la segunda intifada; recuerdo los helicópteros israelíes lanzando bombas sobre Nablus, el sitio de Yenín, el de la iglesia de la Natividad de Belén, los tanques en las calles de Ramala; recuerdo niños de mi edad (yo tenía 12) cargando los cadáveres de compañeros de clase asesinados por tirar piedras a los tanques…
Pero nada de eso se compara con estos dos años. Lo que hizo ahora Israel fue lanzar una ofensiva intencionalmente desmedida contra la existencia palestina; no contra la resistencia, sino contra cualquier cosa palestina. El mensaje que Israel te da es que tenés los días contados. Y que no tenés futuro, que no sabés si vas a poder permanecer en tu casa, en tu tierra en los próximos años o meses, que no sabés cuándo llegará tu turno.
Hemos entendido que Israel no solo nunca cambió su plan, sino que el mundo nos mintió cada vez que nos dijo que tenemos derecho a vivir. Hablo de los países y gobiernos que tienen poder para decidir por el resto del mundo, sobre todo los occidentales, que tienen la capacidad de presionar a Israel y no lo hacen. Nos mintieron cada vez que nos dijeron, desde los Acuerdos de Oslo: «Vamos a modernizar Palestina, solo cambien un poco el tono, olvídense del 48, sean más dóciles y tendrán su Estado, o por lo menos tendrán derecho a vivir». Ese sistema mundial nos demostró en estos dos años que somos un pueblo sobrante.
Cada vez que Ursula von der Leyen, Olaf Scholz, Emmanuel Macron, Keir Starmer, Joe Biden o Donald Trump repetían que Israel tenía derecho a defenderse nos estaban diciendo: «Ustedes no tienen ningún valor. Su vida o su muerte vale menos que el polvo del suelo». Y ese sentimiento es muy profundo, es desgarrador… Sentir que tú, tu familia, tu comunidad, tus amigos, tu cultura, tus raíces, tus tradiciones, tu futuro son indeseados, no tienen lugar… Es algo que no se nos va a quitar de la memoria. Yo nunca voy a olvidar quiénes fueron los que nos deshumanizaron; nunca los vamos a perdonar.
Inès Abdel Razek —Muchos habían olvidado lo que significó el proceso de Oslo. Treinta años en los que se intentó borrar la realidad de lo que es realmente la cuestión palestina: una lucha nacional contra una colonización occidental. Eso entró en crisis y ahora se volvió a entender la realidad: 100 años de colonización británica, europea, que apoyó el proyecto sionista para reemplazar a la población originaria por gente judía inmigrante. Lo peligroso –se lo percibe en los medios mainstream– es que muchos piensan aún que es una pelea entre dos primos que se disputan una herencia, que hay dos versiones de la historia y cada uno tiene su responsabilidad.
De todas maneras, cada vez más gente entiende que el pueblo palestino está bajo una dominación colonial. Y queda más en evidencia la tremenda hipocresía de los gobiernos occidentales: aunque muchos países del Sur global no dijeron nada, los más cómplices son Estados Unidos, la Unión Europea, Reino Unido. Y esta hipocresía se dio solo un año después de Ucrania. Es ese discurso de doble rasero, de hablar de derechos humanos y de luchar contra la ocupación, pero cuando se trata de Palestina apoyar los peores crímenes contra la humanidad y no poner a Israel ni una sola sanción. Y esto es tan obvio, hasta dentro de los círculos de poder y decisión, que en Europa no saben muy bien cómo esconder esta hipocresía, cómo manejarla.
Para el pueblo palestino es uno de los peores episodios de nuestra historia nacional, y va a tener consecuencias sobre varias generaciones. Yo estoy aquí ahora, y estoy luchando porque mis abuelos fueron expulsados de Palestina en 1948. Yo no hablaba árabe porque crecí en la diáspora. Mis abuelos eran de un pueblito muy cerca de la frontera con Líbano. Estuve en su pueblo, al que nunca pudieron volver. Y mi papá creció en Líbano como refugiado. A ese trauma intergeneracional se suma ahora este episodio de Nakba que va a ser mucho peor, porque hablamos de un genocidio, de dos millones de personas desplazadas, y que ya eran refugiadas, porque siempre es bueno recordar que el 75 por ciento de la población de Gaza es refugiada del 48.
—Una de las víctimas de este genocidio ha sido el orden internacional construido tras la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué significa esta crisis del sistema mundial causada por la impunidad de Israel?
I. A. R. —Como todos dicen, Gaza es la prueba de fuego del orden internacional. Michael Fakhri, relator especial de Naciones Unidas sobre el derecho a la alimentación, dijo que la ONU murió en Gaza. Muchos países reconocen que no hay nada que mantener de ese orden mundial que crearon Estados Unidos y los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, porque es usado de manera política por los poderosos. Por eso creo que en las consecuencias del genocidio, en la sangre del pueblo palestino, se está dibujando otro sistema mundial, aunque todavía no sabemos muy bien cómo va a ser.
También es la crisis de la democracia liberal debido a la fractura entre los pueblos y los gobiernos, a los que no les importa lo que quiera la gente con tal de seguir apoyando a Israel. Los países del Sur que no tienen democracias liberales ven ahora que Occidente no está habilitado para darles ninguna lección sobre el respeto a los derechos humanos y al derecho internacional. La creencia de los países occidentales de que sus valores son superiores también se ha destruido.
Y todo eso revela también el racismo inherente a este tipo de foros internacionales. Yo lo vi porque trabajé en la ONU tres años y me fui. Era justo después del ataque israelí a Gaza en 2014. Y vi cómo en estas instituciones, aunque haya personalidades de todo el mundo en ellas, al final funcionan y responden según reglas occidentales, de los europeos, de los estadounidenses. Y de Palestina las funcionarias palestinas no podíamos hablar. Si había un tema sobre Noruega, iban al colega noruego para pedirle su experticia; pero yo no podía dar mi palabra sobre Palestina porque era “sesgada”.
Q. M. —Lo que sucedió es muy peligroso, pero aún más peligroso es lo que pueda no suceder. El hecho de que Israel haya cometido estos crímenes con tanto sadismo y arrogancia, que los propios soldados los hayan publicado y se hayan visto en el mundo entero, y que después de todo eso los gobiernos poderosos estén buscando la forma de hacer olvidar lo que sucedió y de regresar a las relaciones normales con Israel es muy peligroso. Lo que falta es hacer justicia, demostrar que el derecho internacional tiene alguna relevancia.
La Corte Internacional de Justicia dio un dictamen sobre el [plausible] genocidio y otro sobre la hambruna. La Corte Penal Internacional emitió órdenes de captura contra Benjamin Netanyahu y Yoav Galant; aunque no sea suficiente, es importante que algún responsable sea juzgado en un tribunal internacional. Pero se necesita voluntad política, porque esos tribunales no tienen mecanismos de coerción, y ahí entra en juego la correlación de fuerzas.
Lo que se haga o no con el genocidio en Gaza será determinante para ver en qué clase de mundo vivirán las próximas generaciones. Por eso es importante que los países que no tienen suficiente poder para influir en las decisiones mundiales unan sus fuerzas y por fin alguien le plante cara a Estados Unidos y diga que no. Hay mecanismos legales para que los tribunales de terceros países tomen la responsabilidad de juzgar a Netanyahu, como se hizo con Pinochet.
—Es inevitable hablar del «alto el fuego» y el «plan de paz» imperial de Trump e Israel para Gaza y para el futuro de Palestina.
Q. M. —Lo de Sharm el Sheij no fue un «acuerdo de paz»: fue un evento de relaciones públicas. Es apenas un alto el fuego parcial: cese de hostilidades e intercambio de prisioneros. Pero el plan no habla de las causas de fondo que alimentan el conflicto desde hace un siglo; ni siquiera se vuelve a la situación anterior al 7 de octubre de 2023, porque ahora el Ejército israelí está dentro de Gaza.
¿Por qué se hizo esa cumbre? Más allá de la fama de pacificador que busca Trump, hay dos factores importantes: en primer lugar, Trump llega a la presidencia con planes económicos, no bélicos. Quiere ampliar la influencia económica de su país en el mundo, y esta región es muy importante para contener el avance de China. Para eso necesita integrar a Israel a los Estados petroleros del Golfo, a Egipto; no olvidemos los megaproyectos para sacar el gas natural de Gaza a los mercados europeos, para construir puertos marítimos en el Golfo… Y no logra avanzar en sus negocios porque Netanyahu se empeñó en que no quería terminar la guerra.
Por eso cada vez que habla de su «plan de paz», inmediatamente dice: «Vamos a expandir los Acuerdos de Abrahán», que son acuerdos económicos de normalización. Pero lo que quiere esquivar, aún después de estos dos años de genocidio, es esa roca inmensa que se le planta delante, que es la causa palestina. Lo que siempre ha impedido que Estados Unidos termine de integrar a Israel en la región es que el pueblo palestino no desaparece y exige su autodeterminación.
Por eso es que decía antes que sobramos como pueblo, nuestra existencia está en el camino de proyectos geopolíticos mundiales. Y no nos quieren libres, lo único que quieren es esquivarnos. Ese es el plan de Trump: chantajear a los países árabes para expandir la normalización económica con Israel, integrarlo más a la región, y deshacerse de la causa palestina, que ahora estará sumergida en la reconstrucción y recuperación de Gaza; y mientras tanto, Israel sigue con su proyecto colonial en Cisjordania.
El otro factor es que no se habría logrado un alto el fuego si no hubiera sido por la presión de la gente en las calles. Trump lo dijo en la última entrevista que dio a Fox News en la Casa Blanca: que Israel estaba perdiendo el apoyo que tenía en el mundo y si alguien no paraba a Netanyahu, iba a perder lo que le quedaba. No solo son millones de personas conmovidas por las imágenes del genocidio: son millones de personas que ahora entienden la causa palestina y la adoptan como una brújula moral, política y de lucha. Por eso decimos que hay que seguir: porque eso demuestra que la presión popular y ciudadana en el mundo sí tiene un efecto; no está todo perdido.
I. A. R. —El riesgo con esta pretensión de alto el fuego y este discurso de paz es la intención de distraer y de barrer bajo la alfombra el cadáver del genocidio. Eso es muy peligroso, porque la violencia no paró, el alto el fuego no se está respetando, como sabíamos que ocurriría, porque Israel no tiene intención de parar. Y todavía controla toda Gaza, ocupa y continúa colonizando más y más Cisjordania. El plan de Trump no habla de levantar el bloqueo a Gaza ni parar la colonización en Cisjordania.
La intención de imponer una nueva autoridad colonial sobre el pueblo palestino es peligrosa, como la idea de que pueden decidir quién puede gobernarnos, quién es un buen palestino o un mal palestino, quién puede salir de la cárcel o no. Todo es parte de un sistema de opresión muy fuerte; todavía hay una gran impunidad. Algunas cosas cambiaron, pero Israel sabe que las consecuencias por sus atrocidades son pocas todavía…
Los palestinos no participaron en la discusión de este plan; fue diseñado por Estados Unidos en consulta con Israel y responde a los intereses israelíes. Lo que los actores palestinos intentaron en la reunión de El Cairo fue decir: «Miren, ustedes intentan dividirnos, pero podemos llegar a cierta unidad y consenso». Pero su influencia sobre el curso del proceso es bastante débil. Lo que hay es una realidad colonial en la que otros deciden por nosotros. Y cuando hablamos de la política interna palestina y todo lo que se está cocinando entre Abu Mazen y Hussein Al Sheikh y su entorno: ellos responden a las órdenes de Israel y de sus aliados, no del pueblo palestino.
Vamos a ver quién va a reconstruir Gaza. Los billonarios ven una oportunidad de negocios. Pero se toparán con la dignidad de la población de Gaza: la mayoría de la gente no se fue; hay gente que en medio de la destrucción está ingeniándoselas para crear soluciones en los campos de carpas, intentando hacer sonreír y educar a la niñez. La gente de Gaza nos enseña vida a todos; realmente nos dan una lección de humildad. Pero también el nivel de dignidad que se pide a la población palestina es inhumano. Para que la gente nos vea como un pueblo que merece vivir en libertad, tenemos que demostrar cien veces más valores de dignidad, de coraje, de resiliencia que cualquier pueblo. Y eso no es justo. Somos una sociedad como cualquier otra.
La oportunidad es que Israel está perdiendo su imagen mundial. A ellos no les importan las vidas palestinas, nos han deshumanizado, piensan que somos animales. Pero lo que les duele es tener una mala imagen internacional. Algo positivo podemos sacar de este horror: Israel está perdiendo la guerra del relato. Todos los mitos de la start-up nation, la única democracia de Oriente Medio… La gente ahora ve más allá de estas mentiras.

—¿Cómo ven el futuro de Palestina, de la región, y qué esperan de los pueblos del Sur que apoyan la lucha de liberación palestina?
I. A. R. —Estamos en un momento muy peligroso, porque Israel y Estados Unidos están intentando imponer un protoestado en Gaza y que no haya unificación con Cisjordania. Hay dos cosas fundamentales: una, cómo ir en contra de esta continua interferencia internacional y poder decidir quiénes van a gobernar y a representarnos, y dos, cómo hacer para que los israelíes paguen por lo que hicieron. Los criminales deben ser llevados ante la Justicia. Los militares israelíes no pueden ir de vacaciones a Uruguay sin que sean denunciados y tengan que enfrentar un tribunal. Y también hay que cortar muchas relaciones de complicidad con el régimen genocida.
La situación de los 9 mil presos palestinos es gravísima. Se ha documentado la violencia sistemática, las violaciones, las torturas incluso hasta la muerte y la hambruna forzada en las prisiones. En los países de América Latina que tuvieron dictaduras militares, la cuestión de los presos políticos fue un tema muy sensible. Si en Uruguay o América Latina hay grupos interesados, la campaña por la libertad de Marwan Barghouti va a volver a activarse a nivel internacional. Yo no soy muy fan de centrarse en una persona, pero sirve y es importante que la gente pueda identificar por lo menos a una figura simbólica para exigir la liberación de todos los presos.
También estamos mirando más hacia América Latina, porque durante años nos enfocamos en Europa y América del Norte. Tenemos un equipo en Brasil, porque es necesario desarrollar estas relaciones (también habrá una presencia palestina fuerte en la COP30 y en la Cumbre de los Pueblos paralela). Sabemos que tenemos más afinidad con estos pueblos; pero a la vez la distancia geográfica y la lingüística hacen que el nivel de comunicación e información sea menor que con el Norte.
Tengo esperanza en la fuerza tremenda que se despertó en la diáspora. Yo diría que hay una fractura generacional. La generación de nuestros padres fundó la OLP [Organización para la Liberación de Palestina], fue activa en los años setenta, ochenta, y después todo eso falló con Oslo. Ahora la generación más joven se apropia de su identidad y entiende que tiene que jugar un papel en la representación palestina; todavía no hay una dirección que unifique, pero hay una fuerza en esta generación refugiada y de la diáspora que tiene un gran potencial.
Entonces vamos a tener que esperar un poco. Creo que el espacio de organización política es bastante limitado, controlado. Los ingredientes necesarios para una revuelta todavía no están en Cisjordania, por cómo la opresión y la represión se están orquestando entre Israel y la Autoridad Palestina que colabora con él. Pero creo que algo va a cambiar políticamente. Porque resistir, la gente va a volver a resistir. En Gaza y también en Cisjordania.
Q. M. —Yo soy periodista y escribo sobre lo que está pasando; no puedo predecir el futuro. Pero creo que a corto y mediano plazo habrá momentos muy difíciles. Israel todavía no renuncia a su proyecto de colonización absoluta, de deshacerse del pueblo palestino, porque tiene un enorme problema demográfico: hoy entre el Jordán y el Mediterráneo hay un poquito más de población árabe palestina que judía israelí. Y la población refugiada son 6 o 7 millones, y sigue reclamando su derecho al retorno. Que tras ocho décadas siga siendo refugiada es por simple racismo supremacista judío, porque al mismo tiempo que se le permite a cualquier persona judía del mundo venir y recibir la nacionalidad, a la gente que tiene las llaves de sus casas no se le permite volver. Esa infamia no se ha borrado, al contrario: se ha hecho aún más importante en estos últimos años.
Israel está en un problema muy grande, porque está aislado en el mundo entero, y creo que ese aislamiento es irreversible. Al mismo tiempo hay un pueblo que no solamente no ha renunciado a su causa, sino que se siente más amenazado y determinado a resistir. En Palestina hay una expresión para decir que alguien se sacrificó hasta el máximo y más allá: se dice que se sirvió la muerte en una copa y se la tomó. El pueblo palestino literalmente se tomó la muerte en una copa, y más de lo que ha hecho no puede hacer. No significa que vayamos a parar, porque es una cuestión de existencia. Así que cómo se termina esto va a depender del resto del mundo. ¿Hasta qué punto los poderosos en Occidente van a aferrarse a este proyecto colonial sionista? ¿Hasta qué punto van a empeñarse en que el pueblo palestino no tiene ningún lugar en el mundo?
La movilización de los pueblos en estos dos años, desde abajo, fue una prueba de que sí tiene un efecto. Y por eso creo que estamos en el tramo final de un episodio de la historia del sistema internacional. No significa que el próximo será mejor, puede que sea mucho peor, que se deshaga de todas las máscaras democráticas; pero creo que no, que finalmente el mundo dirá que el pueblo palestino ya ha sufrido suficiente y merece tener un poco de vida en lo que le quede de vida al planeta.
Por eso tengo un poco de optimismo hacia el futuro, pero también sé que esto solo puede terminar con la descolonización. Lo que suceda después, un Estado o dos Estados, no me importa; cuando podamos vivir libres en nuestra tierra se acabará el problema. Y creo que finalmente el mundo dirá que ya hemos sufrido suficiente y que merecemos tener un poco de vida en lo que le quede de vida al planeta.
Palestina será libre, pero ¿cuándo? ¿Cuánta sangre más? ¿Estaré vivo para celebrarlo? ¿Mi generación o la próxima tendremos que ver más sufrimiento y más sangre antes de que llegue? Eso también depende del resto del mundo y no solo de nosotros, que lo hemos dado todo.
Espero que la conciencia que fue demostrada en las calles sea verdadera, y que los pueblos no se dejen engañar como pasó en Oslo. Espero que la solidaridad que irrumpió en el mundo sea irreversible, y que el cambio que comenzó a raíz de este genocidio no pare. No por Palestina solamente, sino por la humanidad. Y de eso dependerá qué clase de mundo será el del resto de este siglo y del próximo.
Al cierre de esta nota, el jueves 30, Israel ya había violado el alto el fuego decenas de veces y asesinado a más de 220 palestinos, 100 en un solo día, incluidos más de 50 niños.
Inès Abdel Razek es politóloga, integrante del think tank palestino Al-Shabaka y codirectora del Instituto Palestino de Diplomacia Pública (PIPD) y su portal digital, Rābet. Twitter/X: @InesAbdelrazek.
Qassam Muaddi es periodista, escribe regularmente en varios medios, como Mondoweiss, The New Arab, Diario Red, y es fundador de Hara 36, un portal en francés que reúne voces jóvenes palestinas. Twitter/X: @QassaMMuaddi.











