“(…) éramos caballeros de rapiña”, afirma uno de los epígrafes con que abre Los trabajos del amor, y son palabras de El buscón, de Quevedo. El otro pertenece a Cyril Connolly en La tumba inquieta, y aventura que “La irrealidad es lo que nos aleja de nosotros mismos, y la mayoría de los placeres son irreales”. Dos citas inteligentemente elegidas para una novela que imbrica el policial con la picaresca y el registro naturalista con las irrupciones alucinadas, cuasi fantásticas, en una muy hábil y abigarrada organización narrativa. Aunque poco ortodoxa, sigue tratándose de una novela policial, y por eso Las trampas del amor ha ido a engrosar la cada vez más abultada colección Cosecha Roja, de Estuario. Como se advierte en esta edición, los primeros capítulos del libro fueron apareciendo por e...
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