Los libros son peligrosos y por eso corren peligro. Es sabido, desde la historia legendaria de la Biblioteca de Alejandría hasta Farenheit 451, de Ray Bradbury, que los libros han ardido en la realidad y en la imaginación, en los datos y en los símbolos. Los nazis quemaron los libros del poeta romántico Heinrich Heine, por su origen judío, quien había escrito una frase premonitoria y hoy, gracias a ellos, eterna: “Allí donde empiezan quemando libros, acaban quemando hombres”. Como contraparte, existe también un impulso por salvar a los libros que significa salvar a los hombres. Dos recientes y diversos ejemplos acaban de sumarse a mi archivo de historias de bibliotecas.
Uno viene de lejos y es reciente. En Damasco, capital de Siria, un grupo de personas, en su mayoría ex universitarios que...
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