Las mujeres son el último eslabón en las cadenas del narcotráfico. El más remplazable, descartable, olvidable. Tienen tareas de bajo nivel pero de alto riesgo. Se suele decir que son el componente “más débil”, aunque la debilidad –tan asociada, como característica, al género femenino– poco tiene que ver con mujeres que en toda América soportan penas de entre diez y veinte años de prisión por delitos de microtráfico o narcomenudeo. Cargan con la pena muchas veces para encubrir (y al hacerlo salvar) a sus parejas varones, a primos o a hermanos envueltos en redes de narcotráfico, incluso inculpándose en hechos que no cometieron. Otras se vinculan al tráfico como “mulas”, en una estrategia de supervivencia del núcleo familiar, y su detención aumenta la vulnerabilidad personal y de sus familiar...
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