Acercarse a través del teatro o la novela al conocimiento de personajes de nuestra historia, pero subordinados o acallados por la historia oficial, nos ha deparado una mayor comprensión de los sucesos que marcaron nuestra identidad, sumado al disfrute de la emoción estética, como lo lograron Milton Schinca o Víctor Leites en la dramaturgia o lo viene haciendo Marcia Collazo en la narrativa.
La propuesta estrenada en el Teatro Circular –La incapaz– tiene como punto de partida un atractivo personaje multifacético como lo fue Clara García de Zúñiga, integrante de una de las familias terratenientes de mayor fortuna en el país. Casada por conveniencia apenas llegada a la pubertad, tuvo, luego de su divorcio, un peregrinaje erótico salpicado por excesos que escandalizaron a la sociedad de la época, pero su mayor pecado fueron sus acciones respecto a su fortuna, como la más pródiga de ellas, al lanzar libras esterlinas a la muchedumbre desde el balcón del Club Uruguay. Por esas y otras acciones, sucesivamente marido y luego yernos utilizaron sus influencias políticas para declararla incapaz y repartirse su aún abundante fortuna, encerrándola en el altillo de la mansión que hoy es el Museo Blanes.
Este personaje es tomado por el virtuoso novelista argentino –y uruguayo por adopción– Carlos María Domínguez, nutriéndose de los materiales históricos hallados en la preparación de su novela El bastardo, centrada en la vida de uno de los hijos de Clara, el dandy y poeta de nuestra aldea –a la que llamaba Tontovideo–, Roberto de las Carreras. Personaje que es interesante recordar que el actor Armando Halty (1939-2003) encarnó en esa misma sala del Circular en la obra de Schinca Boulevar Sarandí y que fue uno de los grandes sucesos del teatro uruguayo en los años setenta, en uno de los, por esa época, infrecuentes unipersonales.
Esta obra de Domínguez conoció una primera versión interpretada por la actriz Elisa Contreras en 1998, que incluso fue representada algunas funciones en el propio Blanes y le valió a la actriz el Florencio de ese año.
En este primer estreno del año, la actriz Denise Daragnés es quien se pone en la piel y el alma de Clara, una actriz que ha alcanzado una madurez interpretativa con la depuración de sus recursos expresivos, que la proyectan solvente para trasmitir la complejidad del personaje, con momentos especialmente logrados cuando deja las interpelaciones al público y se abandona a su mundo, soltando su cuerpo y manos de manera sugerente.
En este recorrido es guiada por la dirección sobria y ajustada de Cecilia Baranda y el apoyo visual de los diseños de Paula Villalba.
Todos estos aportes y elementos creativos forjan un espectáculo motivador, quizás tanto como para recorrer el museo Blanes, en una próxima visita, con sentidos más alertas. Aunque el personaje de Clara, tal como está presentado en el texto y luego de una entrada que promete llevarnos a un viaje desconocido a la locura, comienza a oscilar entre la información de los acontecimientos de su vida, la interpelación desafiante al público, el demasiado lúcido lenguaje poético sobre las pasiones, sus recuerdos cotidianos y su presencia fantasmal, en un vaivén que genera cierto distanciamiento con el personaje, al que vemos en su altillo como a través de un vidrio opaco, por lo cual la curiosidad gana a la compasión y la seducción que hubiera sido posible.
Por otro lado, incluso en su desenfado erótico, más que una celebración alegre y transgresora predomina una falta de afecto verdadero de absolutamente todos los que la rodearon, que empuja al desvarío angustioso y lo vuelve una triste búsqueda que el cuerpo no puede colmar. Por eso impacta en la obra uno de los parlamentos finales –que si bien como escribe Artaud y es aplicable a Clara “nadie se vuelve loco, lo vuelven loco”– que “la locura no nos volvió sabios ni buenos”, acertadamente evita idealizar la locura y queda flotando la soledad de una vida injustamente malograda.