En el marco de la IV Muestra Iberoamericana de Teatro de Montevideo se estrenó If-Festejan la mentira, escrita y dirigida por Gabriel Calderón. Significa un regreso muy esperado del director y dramaturgo, que no dirigía un texto propio desde 2013. Este trabajo retoma un camino que había comenzado en 2006 con el estreno de Uz, el pueblo, primera entrega de la saga que denominaría “pentalogía fantástica”. A ella le siguió en 2010 Or, tal vez la vida sea ridícula y Ex, que revienten los actores, en 2012. El común denominador de estas obras es la irrupción de un elemento fantástico que sorprende en la trama, siempre cargada de humor corrosivo y con un código de actuación que lleva a los protagonistas a extremos inesperados.
Calderón sabe que el teatro es de los actores y se rodea de un elenco que responde a sus planteos y conoce su forma de trabajo. En este caso se compone por Gloria Demassi, Dahiana Méndez (quien lo acompaña desde Mi Muñequita), Carla Moscatelli, Gustavo Saffores (su actor fetiche) y la actriz y bailarina argentina Giselle Motta. La puesta plantea tres escenas que trabajan la parodia en registros muy dispares; el “como si” del título se despliega en varios niveles narrativos. Los actores componen personajes que entran y salen con una naturalidad poco habitual. Se evidencia el pacto ficcional: estamos en el teatro y lo que vemos es una ficción. El autor nos invita a todos a festejar la mentira.
La estructura trabaja sobre el leitmotiv del abuelo muerto al que no puede darse sepultura. A partir de esta imagen, los significados se multiplican. Aparecen temas recurrentes en la escritura de Calderón, como la memoria, la herencia, la familia disfuncional y la discusión sobre la importancia del dinero en la construcción de los vínculos. Los diálogos verborrágicos de los personajes (ya trabajados en Or y Ex) instalan un ritmo vertiginoso que refuerza las ironías del texto. En el primer fragmento destaca la composición de Gloria Demassi como la abuela poco convencional, la de Carla Moscatelli como la madre que lleva la culpa sobre sus hombros y la de Giselle Motta como la original figura de gestora de duelos.
Con los mismos elementos escenográficos se instala una segunda parte muy diferente. Los actores mantienen algunas características de sus personajes, pero son visiblemente otros. El negro se adueña del vestuario (con la característica belleza que define el trabajo de Paula Villalba) y el duelo es el centro de la escena. Gustavo Saffores compone a un militar con un discurso plagado de ironías ultramachistas, que dialoga con los personajes femeninos en un tono que, de tan frontal, se torna jocoso. Se hace visible el problema del poder y la investidura, y se sienten reminiscencias de los tiempos de dictadura, trabajados sobre la figura de un cuerpo ausente que, por lo tanto, no puede sepultarse. Hay también referencias al teatro clásico (las actrices recitan extractos de Tres Hermanas, de Chéjov); la superposición intertextual cuestiona ideologías fácilmente reconocibles en la vida real. Sin embargo, la mentira flota sobre cada uno de esos discursos como condición insalvable.
Calderón vuelve a posicionarse como una de las voces más interesantes de nuestra escena. Continúa en su búsqueda desde la escritura fantástica, poco común en nuestro medio, y así pone sobre la mesa los temas que nos duelen. La obra se presenta hasta el 9 de setiembre en la Sala Verdi y luego comienza su recorrido internacional.