Las elecciones parlamentarias europeas golpearon a los partidos que gobiernan Alemania como parte de la denominada Gran Coalición y ratificaron la caída libre del Partido Socialdemócrata. El nuevo descalabro socialdemócrata desembocó en la renuncia de su líder y en el agravamiento de su ya prolongada crisis.
Si bien la Unión Demócrata Cristiana (Cdu) y su socio bávaro, la Unión Socialcristiana (Csu), quedaron en primer lugar en las últimas elecciones parlamentarias europeas, con el 28,9 por ciento, el triunfo tiene un sabor agrio para el partido de Angela Merkel. Las urnas vuelven a ratificar que la formación de la canciller no logra revertir la tendencia decreciente de los últimos años y ve cómo su electorado conservador es seducido por Die Grünen (Los Verdes) en el centro y por Alternativa para Alemania (Afd) en la extrema derecha.
Más de un millón de ex votantes de la Cdu‑Csu fue a parar a Los Verdes, que se ubicaron en el segundo lugar, con el 20,5 por ciento. El partido ecologista fue el gran ganador de la contienda, ya que logró duplicar sus votos respecto de 2014 y capitalizó la creciente preocupación del electorado alemán por el medioambiente. Además del buen resultado general y del previsible crecimiento dentro del electorado burgués de los entornos urbanos del oeste, quizás la novedad más prometedora para Los Verdes es el 33 por ciento de los votos que conquistaron entre los menores de 30 años y el crecimiento, aunque aún tímido, en los territorios de la extinta República Democrática Alemana (Rda) que hasta ahora les eran esquivos.
Cerca de un millón y medio de los votos que recibieron los ecologistas son de ex votantes socialdemócratas. La sangría del Partido Socialdemócrata (Spd) parece no tener fin. El partido quedó en tercer lugar, con el 15,8 por ciento, lo que significó el peor resultado de su historia. El desplome de casi 12 puntos porcentuales respecto de 2014 hizo que en muchos territorios del este los socialdemócratas ni siquiera lograsen sostener el tercer lugar y quedasen relegados a una cuarta posición, detrás de la ultraderecha de Afd o los poscomunistas de Die Linke (La Izquierda).
LA RENUNCIA DE LA PRESIDENTA. Tras conocerse los decepcionantes resultados, Andrea Nahles, que lideraba el Spd desde abril de 2018, anunció su voluntad de someterse a una votación de confianza de la Ejecutiva Federal Socialdemócrata. No obstante, una semana más tarde, presentó su renuncia a los dos liderazgos que ostentaba: el del partido y el de la bancada del Spd en el Bundestag. La primera mujer en presidir el partido, cuyas raíces se remontan a 1863, explicó en un comunicado que después de los resultados electorales ya no contaba con el respaldo necesario para seguir en el cargo.
Tras la salida de Andrea Nahles, la dirección del Spd fue asumida de forma transitoria por Malu Dreyer, Manuela Schwesig y Thorsten Schäfer-Gümbel. La enésima recaída socialdemócrata también abrió especulaciones sobre un posible final prematuro de la Gran Coalición, que integran la Cdu‑Csu y el Spd y que sostiene el cuarto mandato de Merkel. Sin embargo, en la primera aparición pública del triunvirato que comanda al Spd, Malu Dreyer se comprometió a continuar con la Gran Coalición. “Decidimos unirnos a la gran coalición después de una votación de nuestros militantes y somos leales a ese mandato”, dijo Dreyer.
LA MADRE DE TODOS LOS MALES. Si bien las socialdemocracias europeas sufren –o han sufrido– crisis identitarias que tienen orígenes profundos y diversos, para la militancia del Spd la participación en los sucesivos gobiernos liderados por Merkel es el desencadenante de todos los males. En nueve de los últimos 14 años, los socialdemócratas estuvieron en una Gran Coalición a la sombra de la canciller. Y, si bien el Spd logró que se introdujeran algunas reivindicaciones relevantes de su programa, como la del salario mínimo –y es probable que haya servido como freno a algunos recortes en el gasto social y de infraestructura–, la práctica indica que el socio mayoritario es el que se lleva el crédito en este tipo de acuerdos.
La presidenta saliente, Andrea Nahles, había sido defensora de la participación del partido en la actual Gran Coalición, cuyo acuerdo se cerró en marzo de 2018, cuando el 66 por ciento de los afiliados al Spd votaron a favor de esta opción. Quienes defienden aquella decisión argumentan que el partido se unió al gobierno federal como víctima de circunstancias adversas, casi en contra de su voluntad. Según esta versión, los socialdemócratas estaban bajo la presión pública. En aquel momento, el fracaso de las negociaciones entre la Cdu‑Csu, Los Verdes y Los Liberales para conformar un tripartito abría la puerta de nuevas elecciones, y este era un riesgo que Alemania no se podía permitir, teniendo en cuenta el auge de la ultraderecha.
Parece claro que los socialdemócratas no entraron a la actual Gran Coalición por convicción ni por obligación, sino porque no encontraron las justificaciones suficientes para negarse. Apenas 15 meses después, no sólo entre los militantes, sino también entre los analistas, hay un convencimiento de que aquella decisión puso al Spd en una espiral autodestructiva que parece no tener fin.
DESORIENTADOS. En un tablero político en el que el bipartidismo es historia, la socialdemocracia alemana no sabe qué papel debe jugar e intenta ocupar el centro del espectro, no por convicción, sino más bien por costumbre y, por qué no, falta de audacia. En medio de esta hemiplejia y falta de perspectiva, las alternativas que proponen algunos referentes socialdemócratas parecen difícilmente reconciliables.
Por un lado, el ex líder del Spd, Sigmar Gabriel, publicó una columna de opinión en el semanario liberal Handelsblatt en la que pone como ejemplo de éxito a los socialdemócratas daneses. El partido que lidera Mette Frederiksen ganó las elecciones parlamentarias la semana pasada con un discurso de mano dura contra la inmigración conjugado con un amplio programa social. De hecho, los socialdemócratas daneses apoyaron, desde la oposición, casi toda la restrictiva política de refugiados e inmigración que el gobierno de conservadores y ultraderechistas encabezado por Løkke Rasmussen llevó adelante en los últimos cuatro años. “El camino recorrido por la socialdemocracia danesa no sólo ha sido un triunfo para su propio partido, sino que también ha causado una amarga derrota a los ultraderechistas”, escribió Gabriel, volviendo a poner en el tapete el tema fetiche de Afd.
En el otro extremo está Kevin Kühnert, el presidente nacional de los Jusos, la agrupación de jóvenes del Spd que intenta que el partido dé un giro a la izquierda. En declaraciones al semanario Die Zeit, quien fue el más ferviente opositor de la reedición de la Gran Coalición sacudió las aguas al asegurar que el capitalismo había penetrado “en demasiadas áreas de la vida” y que “no podemos continuar de esta manera”. Además, se mostró partidario de un nuevo “socialismo democrático” y explicó que “la superación del capitalismo es inconcebible sin la colectivización”. Dentro de la propuesta de colectivizar empresas, Kühnert explicó que compañías como Bmw deberían pertenecer “en partes iguales” a sus empleados. Y extendió su idea a la vivienda: “No creo que sea un modelo comercial legítimo ganarse la vida con el espacio que otras personas necesitan para vivir”. Con estas declaraciones, el líder de los Jusos se hace eco de movimientos de la sociedad civil surgidos en las grandes ciudades alemanas para protestar por el incremento de los alquileres y la creciente concentración de la propiedad de las viviendas.1
SIN SUCESORES A LA VISTA. Todavía no aparece claro quién ocupará el lugar que dejó libre Andrea Nahles. De hecho, ninguno de los tres líderes provisionales mostró interés por postularse al cargo. Para Manuela Schwesig, su lugar está en Mecklenburg‑Vorpommern, estado donde es primera ministra desde 2017. Por su lado, Malu Dreyer dijo que quería volver a postularse como primera ministra en las próximas elecciones de Rheinland‑Pfalz, mientras que Thorsten Schäfer‑Gümbel explicó que quiere retirarse de la política en el otoño.
Que ninguna de estas figuras quiera hacerse con la presidencia del partido es sintomático. Parece que quien se atreve a asumir el mando del Spd pone en riesgo toda su carrera política. En los últimos 14 años (lo que lleva Merkel en el gobierno federal), los malos resultados y las intrigas palaciegas en la Willy Brandt Haus (sede del Spd en Berlín) se han cobrado ocho líderes.
Un congreso federal, cuya fecha todavía no ha sido determinada, será el encargado de elegir el nuevo presidente antes de que acabe el verano boreal. Los socialdemócratas no tienen tiempo que perder. Si el Spd profundiza su caída en las elecciones regionales de Brandenburg, Sachsen y Thüringen, a celebrarse entre setiembre y octubre, la convención federal prevista para diciembre podría convertirse en el velorio del partido socialdemócrata más antiguo e influyente de Europa.
1. El gobierno regional de Berlín, en el que el Spd gobierna en coalición con La Izquierda y Los Verdes desde 2016, aprobó esta semana una ley que congela el precio de los alquileres por cinco años y permite imponerle, además, un monto máximo, mientras apuesta a la construcción de más viviendas sociales (N de E).