La pala de la retroexcavadora se clavó en la tierra. Como miles de veces antes. Pero esta vez, además de tierra, la pala dejó entrever rastros de cal sobre la pared de la trinchera. Un rastro más intenso que lo normal. Un rastro que debía analizarse, por lo que se inició el trabajo manual para abrir el cuadrante contiguo. El reloj marcaba el mediodía del martes 27 de agosto. Horas después, el Grupo de Investigación de Antropología Forense (Giaf) confirmó que ese rastro de cal representaba lo que presumían: allí había restos humanos.
El hallazgo se produjo en la
trinchera 3896, sobre los fondos del Batallón 13, a unos 80 centímetros de
profundidad, en la margen del arroyo Miguelete, sobre una barranca. Una zona
anegable y de difícil acceso, que dificultaba la intervención arqueológica. El
...
Artículo para suscriptores
Hacé posible el periodismo en el que confiás.
Suscribiéndote a Brecha estás apoyando a un medio cooperativo, independiente y con compromiso social
Para continuar leyendo este artículo tenés que ser suscriptor de Brecha.
¿Ya sos suscriptor? Logueate