La dimensión del impacto se mide en porcentajes. Al recuento de las internas, Ernesto Talvi acumulaba el 53,7 por ciento del total de los votos colorados para candidato a presidente (“En los descuentos, con gol de cabeza y en el área chica”, festejó) en un auge que dejó en segundo lugar a Julio María Sanguinetti, retornado a la militancia supuestamente para rescatar al partido, que había fundido Pedro Bordaberry. Después del domingo 27 de octubre, el porcentaje alcanzado, 12,3 por ciento, la performance del partido no mejoró en relación con las elecciones anteriores.
Se puede asegurar que el auge de Talvi al comienzo de las internas fue producto de la intención de ofrecer una imagen socialdemócrata (que no lo es) para disimular su condición de tecnócrata ultraneoliberal (que sí lo es). No hace mucho, en el Ceres Talvi aplaudía la desarticulación de la compleja estructura que había reducido, casi a la mitad, el pago de la deuda externa argentina que habían negociado los Kirchner. Concretamente, el economista se regocijaba, en las frecuentes entrevistas de Radio Sarandí, con la inflexibilidad de los llamados “fondos buitres”, que reclamaban el cobro del 100 por ciento y hacían peligrar el acuerdo que resultaba beneficioso hasta para el Citibank. Después, claro, saludó las medidas de ajuste que impuso Macri, pero fue más cauto con la arremetida de Bolsonaro en Brasil; las elecciones estaban más cerca y Talvi preparaba la sonrisa socialdemócrata.
Realmente debe de haber sido un esfuerzo de voluntad y autoconvencimiento apelar a la figura de don José Batlle y Ordóñez para delinear su nuevo look. No se definió ni como posbatllista ni como neobatllista: batllista a secas. Coincidió con que mi hijo de 11 años hacía una tarea para su clase y leía en voz alta el libro de historia de sexto, cuya versión sobre el batllismo competía con el informativo de las siete. El libro lo definía como una fuerza que impulsaba el intervencionismo estatal con tres herramientas concretas: las nacionalizaciones, las estatizaciones y los monopolios estatales “para que Uruguay pudiera adelantarse a los problemas que enfrentaban en Europa los países avanzados”. Una vez que comprendió los conceptos, el gurí reaccionó frente a una entrevista: “¿Qué? ¿Talvi va a hacer eso?”, sorprendido de que la historia pudiera convertirse en futuro.
El batllismo le duró poco a Talvi. Después de las internas, que lo convirtieron en indiscutible ganador, de-sapareció de la escena política durante una semana o más debido a lo que se explicó como una “tortícolis aguda”. Una tortícolis que le torció el cuello hacia la derecha. Talvi dio un giro de “360 grados”, dijera el contralmirante Márquez, y volvió a sus fuentes. El general Manini dejó de ser un impresentable, el Frente Amplio volvió a ser inaceptable y, a medida que las encuestas enterraban sus esperanzas de ser presidenciable en el balotaje, fue extendiendo cada vez más explícitamente un cheque en blanco a una coalición sin programa pero con un gran deseo. A medida que se diluía su batllismo, toda su propuesta política se fue reduciendo a una coincidencia: impedir un cuarto gobierno del Frente Amplio.
Sobre los argumentos aportados para explicar el giro que dio durante la “convalecencia” sólo se pueden hacer especulaciones. Quizás su cintura política, adecuada a la supuesta “renovación colorada”, no fue del agrado de los viejos dirigentes; quizás estos advirtieron que el coqueteo y las buenas maneras no eran redituables en un proceso de polarización; quizás no era bien visto quien indisimuladamente se presentaba como el preferido del ex presidente Jorge Batlle. En todo caso, hubo ocasión de ver al verdadero Talvi.
En una distendida entrevista en De cerca (TV Ciudad, setiembre de 2019), Talvi le explicó a Facundo Ponce de León cómo a su paso por el campus de la Universidad de Chicago había adquirido el método para evitar encasillamientos en el estudio de la realidad. Se detuvo brevemente a explicar que el mito que se construyó en torno a los Chicago boys (economistas ultraneoliberales, gurúes del libre mercado) “no tiene nada que ver con la realidad” y ofreció una inédita versión histórica que nos permite apreciar con otras luces el despliegue de las dictaduras de la seguridad nacional en el continente: “Pasó que algunos de los estudiantes en Chile, que volvían (de estudiar en Chicago), formaron un centro de estudios y generaron propuestas. Cuando asume Pinochet, no porque fuera un liberal, sino porque había una crisis económica y no había nada en la vuelta, dice: ‘A ver, ¿qué tienen ustedes, muchachos? Bueno, vamos por ahí’. La vida es bastante más elemental, no es conspirativa”, concluyó Talvi, según lo aprendido en Chicago.
Hay que agradecerle al hoy senador colorado que podamos tener una imagen menos truculenta del dictador chileno, saliendo de compras para elegir la primera receta económica que le sale al paso, como si eligiera una palta sin verificar que esté madura. De hecho, la palta es un buen ejemplo: aunque originaria de México, es una de las producciones agrícolas de exportación más dinámicas de Chile. Junto con la forestación y la minería, es el rubro que más agua consume. Pero alrededor de las plantaciones de aguacate, parecidas a vergeles, la tierra está seca, desierta, agrietada. ¿La razón? En 1981 Pinochet privatizó el agua en su país, mediante un código constitucional que permite a cualquier privado arrendar o comprar los cursos de agua, los ríos, los lagos. El agua se cotiza en bolsa y allí donde hay sequía permanente –por ejemplo, la zona central de Chile, donde se concentra la producción de palta– han aparecido los camiones cisterna que venden el líquido a las comunidades. “No es sequía, es saqueo”, dice una consigna que se viene repitiendo desde hace años y que se oye en las manifestaciones y las concentraciones que hoy están poniendo al presidente Sebastián Piñera –digno sucesor del neoliberalismo pinochetista– contra las cuerdas.
Así como los Chicago boys tenían mala fama y Pinochet eligió ingenuamente al azar la receta neoliberal, Talvi podrá decir que las convulsiones chilenas de hoy día son consecuencia de alborotadores (y eventualmente de alienígenas, como propuso la esposa de Piñera). De lo contrario, si esas manifestaciones son la reacción popular inevitable a un sistema económico que privatiza el agua, las jubilaciones, la enseñanza y la producción de energía eléctrica, y agiganta las injusticias sociales, entonces Talvi mostró el rostro verdadero cuando propuso a Chile como ejemplo a seguir por Uruguay.
Talvi se quitó el ropaje batllista y se sumó, sin condiciones, a la entente de derecha.