Kent Jones fue, durante muchos años, el archivista de Martin Scorsese y un gran colaborador en sus documentales. Hoy es un reconocido crítico de cine (participó en publicaciones como Film Comment, Cahiers du Cinema y The New York Times), así como programador y actual director artístico del Festival de Cine de Nueva York. Se comenta que tanto su documental Hitchcock/Truffaut (enfocado en el influyente libro nacido de la conversación entre ambos cineastas) como Una carta a Elia (el cual codirigió junto con Scorsese y se centra en la afición de este último por el cine de Elia Kazan) son notables lecciones de cine y que en ninguno se percibe ni un ápice de superioridad o altanerismo. Todo este gran bagaje y toda esta sencillez parecerían volcados en esta brillante película.
Son realmente escasas las aproximaciones cinematográficas a la tercera edad; y las pocas cuyos protagonistas se encuentran en esta franja etaria suelen ser comedias livianas, en muchos casos ridículas y hasta ridiculizantes. Pero abordajes del porte de esta película1 son hoy prácticamente marginales, y es algo que durante su metraje se hace sentir constantemente: los conflictos de la protagonista, si bien no escapan a lo que puede vivir cualquier persona en cualquier parte del mundo, se perciben como algo radicalmente novedoso. Se vuelve atrapante la templanza con que esta mujer septuagenaria (interpretada por una insuperable Mary Kay Place) acude a visitar a su hijo drogadicto –quien la recibe sistemáticamente con insultos–, va a ver a su prima convaleciente de un cáncer terminal y sirve cenas a personas de bajos recursos. Entre una cosa y otra, se reúne con amigos, conversa con personajes variopintos, escribe notas en su cuaderno y conduce su automóvil en el gélido invierno del oeste de Massachusetts. Pero gracias a un carácter fuerte, que despierta la identificación, y a las notables pinceladas de humor, el cuadro dramático se ve notablemente alivianado. La gran dirección de actores y la naturalidad obtenida despiertan la sensación de que no hay nada de artificial, nada de forzado en este cúmulo de conversaciones casuales y situaciones cotidianas.
El sentimiento de culpa de la protagonista y su “único pecado terrible” (como ella misma lo define), cometido hace décadas, pesan sobre ella y suponen una carga que determina su existencia toda. De a poco, la película va develando este suceso pasado y las razones por las que ese asunto menor fue configurándose y percibiéndose, por ella misma, como un gran lastre. La sutileza psicológica es tan convincente como universal: nadie impregnado, en mayor o menor medida, por la culpa judeocristiana, puede sentirse ajeno al sentir de Diane. Y, quizá, por detrás de sus buenas acciones exista un imperioso deseo de enmendarse y redimirse.
A sus 60 años Kent Jones filmó esta, su primera película de ficción, inspirado en experiencias propias y en la personalidad de su madre, lo cual explica, en parte, la enorme carga de autenticidad obtenida.
1. Diane. Kent Jones, Estados Unidos, 2019.