Era previsible: el acceso a un cargo público debía ser el colofón adecuado para una carrera mediática caracterizada por el oportunismo y la obsecuencia. Como no prosperó la posibilidad de ser candidato a intendente multicolor para Montevideo, Gerardo Sotelo se mantuvo en la gatera a la espera de otra oportunidad cuando su partido, el Independiente, fuera favorecido con el reparto de cargos. Íntimamente habrá agradecido a su colega Laura Raffo que le ganara el lugar en el podio para una Intendencia que difícilmente podrá serle arrebatada al Frente Amplio. Su reciente carrera política se estrenó con un fracaso, como segundo senador no electo del PI, que no llegó a los votos necesarios para retener la banca que ostentó el líder de dicho partido, Pablo Mieres.
Y sí: un sentimiento de desconsuelo se instaló entre los periodistas profesionales cuando se supo que Sotelo sería el director del Servicio de Comunicación Audiovisual Nacional (Secan), que abarca los medios públicos: Televisión Nacional de Uruguay (Tnu) y las cuatro radios estatales (entre ellas, la periodística Rnu). En su trayectoria Sotelo pasó por el semanario Aquí, Radio Nacional, Radio Sarandí, Canal 10 y el diario El País, además de ser vocero de Un Solo Uruguay.
Era preferible –y, por supuesto, deseable– un candidato fracasado a la Intendencia que un director del Secan con poder real. La designación de Sotelo pone en tela de juicio, desde el comienzo, el criterio de relacionamiento de la coalición gobernante con la práctica de informar y comunicar. De todas formas, a poco de conocida su designación, el hecho de que permaneciera como segundo candidato de la coalición a la Intendencia de Montevideo instaló un reparo ético. Pero ahora, en medio de la pandemia, Sotelo se decidió a ejercer la autoridad con un ucase que, como se temía, dejó en claro a qué aspiran, en los medios públicos, quienes promocionaron y ratificaron su designación y hasta dónde está dispuesto a llegar él mismo.
La difusión no oficial de una circular firmada por Sotelo confirmó las peores de las aprensiones. Su primer acto de gobierno fue una decisión dictatorial: ningún contenido periodístico en las radios públicas podrá ser producido y emitido sin la venia previa del coordinador designado por Sotelo, el señor Jorge Gatti, de desapercibida trayectoria. Esa orden se instala en el medio de un texto que habla de equilibrios, de balanceos de opiniones, de reflejar todos los puntos de vista, de criterios profesionales e institucionales (y los periodistas sabemos que entre ambos criterios hay contradicciones a veces insalvables). La circular también se regodea con conceptos tales como principios y estándares de calidad, todo lo cual viste con un ropaje pomposo una simple y llana censura previa.
Sotelo podría haber comenzado su carrera de funcionario con mayor tacto y humildad, pero prefirió inspirarse en el discurso que modula el concepto autoridad con acento comisarial: autoridá. El primer traspié, cuando ni siquiera había mantenido una conversación inicial con sus súbditos, mereció el rechazo del Frente Amplio, que reclamó al gobierno “corregir este yerro” y “cuidar la democracia”. Según el FA, el comunicado firmado por Sotelo implica una censura, “un proceder que atenta contra la libertad de expresión”. Los senadores Enrique Rubio y Amanda della Ventura, de la Vertiente Artiguista, denunciaron en la Junta de Transparencia y Ética Pública (Jutep) que la designación de Sotelo implica “una situación de apariencia irregular o no compatible con los principios establecidos en la normativa vinculada a la actuación de los funcionarios públicos”.
En el arranque de lo que fue una sucesión de incontinencias verbales, Sotelo declaró a El Observador que “el Frente Amplio no tiene autoridad moral para hacer estos planteos”. Mientras las redes sociales explotaban, el novel censor duplicó la apuesta en una entrevista en Radio Universal: “La tradición en Uruguay es que los medios públicos sean utilizados por los gobiernos a su antojo. Antes de este comunicado, los directores de los medios públicos hacían lo que querían. ¿Qué querían? Desbalancear la información, parcializar la información al servicio del poder de turno”. “Sistemáticamente todos los gobiernos que pasaron por la presidencia de la República, unos más, otros menos, todos actuaron con arbitrariedad y discrecionalidad en un espacio tan delicado como el manejo de la información y los contenidos periodísticos de los medios públicos”, acusó al barrer. “Hasta ahora, lo que teníamos era una debilidad del sistema democrático”.
En un agravio a los periodistas que conducen los programas informativos en la televisión y las radios públicas, Sotelo dijo: “¿Vos pensás que los buenos periodistas van a tener algún problema en ser guiados por los estándares de calidad del mundo? Al contrario, ¡van a estar encantados! Lo que hagan será medido, evaluado”. Su concepción del periodismo quedó diáfanamente explicada: “¿Cómo actuar ante una denuncia de corrupción que involucre a un funcionario de gobierno o querer entrevistar a un ministro o presidente? En esos casos hay que consultar al referente encargado de coordinación, que deberá ponderar si esa nota es de interés público. A su vez, el periodista deberá plantear cómo va a balancearse la entrevista y asegurar que la narración será imparcial”.
En un ejemplo de lo que considera ponderación y mesura, opinó: “Ver al FA –al cual una vez pertenecí–, el Frente Amplio de Seregni, de Chifflet, de Hugo Batalla en su momento… ver que cayó en las manos que cayó y que utiliza el enorme poder que le dio la ciudadanía para difamar a la gente es realmente, además de indignante, decepcionante. Yo soy mucho más severo en el cumplimiento de las normas éticas que lo que me puede exigir otra persona. No voy a esperar que venga el FA a acusarme de conjunción de los intereses público y privado. Tranquilos, que nadie me tiene que venir a decir cómo me tengo que comportar en la vida”.
El inmerecido ataque de Sotelo a los periodistas profesionales que han elevado notablemente el nivel del periodismo en las radios públicas (y que generó un coro de ranas, al que se sumó el mordaz Darwin con una infeliz y discriminatoria alusión: “Las radios públicas son el Mides del periodismo, señor”) tuvo una respuesta personal de Luis Custodio, uno de los conductores del programa periodístico matutino de Radio Uruguay: “Lo que no debería ser, y mucho menos resulta sano, es que se nos meta a quienes ejercemos esta profesión, hoy en los medios públicos, en una puja política en la que se pone en duda la honestidad o el cumplimiento en el trabajo, adjudicando intencionalidades ajenas a la tarea por la cual nos pagan”. Remató: “Las pujas políticas, las vendettas, las acusaciones, los insultos y las teorías conspirativas no las dirijan para acá. No generalicen. Estamos trabajando”, expuso al aire, digna y moderadamente.
A esa altura, y previendo un conflicto con el sindicato de los trabajadores de las radios públicas, Sotelo pretendió dar un giro en la perilla de la nueva normalidad periodística. Solicitó una reunión con el sindicato, que ocurrió el lunes 4 por la tarde, en la que aseguró que no había dicho lo que había dicho, que había sido malinterpretado. Un comunicado del Sindicato Único de Trabajadores de Radios Estatales (Sutre) “rechaza enfáticamente que se vincule nuestro trabajo con cualquier aparato de propaganda política”. Y cuenta: “Como resultado de esta reunión, y después de un largo intercambio sobre estos asuntos, Gerardo Sotelo admitió que el comunicado genera confusión y que no es justa la generalización respecto a la acusación de parcialidad de la que fuimos objeto, por lo que se comprometió a aclarar ambos temas cuando tenga la oportunidad de hacerlo públicamente”.
Más tarde, Sotelo advirtió a los miembros de la directiva del sindicato que una entrevista que había concedido a El Observador –y todavía no había sido publicada– podía contener apreciaciones de las que se desdijo en el encuentro del lunes, pero no así la que salió este jueves en Búsqueda, en la que incorpora su “nueva” mirada sobre la calidad de los periodistas de las radios públicas. Como quien dice, el censor se autocensuró.