Al presentar sus Conversaciones, Carlos Liscano apuntó que Tabaré Vázquez era un candidato a presidente sin doble apellido ni caballos de carrera. Por su historia y su origen tejano, Tabaré representa, en parte, el sueño de «m’hijo el doctor». Metáfora vital y social en absoluto desdeñable para periféricos y subalternos. También fue la proyección de «mi viejo el del sindicato», «mi barrio, la parroquia y el club de fútbol». Y, sin dudas, «mis seres queridos, a quienes el cáncer se llevó muy rápido».
Hubo y hay algo en Tabaré –ese nombre charrúa que empezó a popularizarse en la mítica sociedad aluvional del Novecientos, a partir de la visión europeizada de Juan Zorrilla de San Martín y las hojas de la escuela pública– que lo acerca a muchos y lo hace bien uruguayo. Algunos dirán que muy mon...
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