Un murmullo, que mezcla risa y asombro, se esparce por el Salón de Honor del Congreso Nacional, ubicado en Valparaíso, cuando por los altoparlantes se anuncia que los ministerios de Salud, tanto del gobierno saliente como del entrante, autorizan a quienes están en la testera a sacarse los barbijos. Para el resto de los humanos presentes en la ceremonia, en cambio, sigue rigiendo el protocolo sanitario de llevar cubierta boca y nariz.
Así, casi totalmente enmascarada y con aforo limitado a 500 personas, se celebra la primera ceremonia de cambio de mando de Chile en pandemia. Por esta razón, desde el sector de prensa, ubicado en la parte más alta de la sala, cuesta distinguir los rostros de quienes participan de la asunción de Gabriel Boric, el presidente más joven de la historia del país, natural de Punta Arenas, capital de la Región de Magallanes, en la Patagonia. El nuevo mandatario promete sepultar el pinochetismo aún enquistado en la sociedad chilena a través de un programa de grandes transformaciones, exigidas por la ciudadanía desde el término de la dictadura, demanda que cobró una fuerza implacable a partir de la rebelión popular de 2019.
“Ante el pueblo y los pueblos de Chile, sí, prometo”, enuncia Boric, poco antes de recibir la banda presidencial que hacía algunos segundos estaba en manos de Sebastián Piñera, que deja el poder con un histórico nivel de desaprobación y con la herida latente de los muertos y mutilados del estallido social. Es la acumulación lograda por esa gesta popular la que ha llevado al gobierno a un presidente que se manifiesta comprometido con la elaboración de la nueva Constitución política -paritaria, democrática y con participación de los pueblos originarios- hoy en curso.
Ya con la cinta tricolor cruzándole el tronco superior en forma diagonal, el flamante presidente de la República canta emocionado el himno nacional con la mano izquierda en el corazón. Luego saluda a medio mundo y recibe un caluroso aplauso de la audiencia. Sabe que esa imagen, que circunnavegará el planeta, entraña un quiebre con el duopolio político -la centroizquierdista Concertación y la derecha- que gobernó el país desde 1990. La mirada de Boric se fija a su diestra, donde su familia -incluida su pareja Irina Karamanos- sigue el acto con una bandera magallánica. Incluso se le dibuja una sonrisa cuando, a lo lejos y desde la mesa central, parece corregir a la compañera de su hermano Simón para que muestre la bandera -azul y estrellada por la Cruz del Sur, blanca por las cumbres nevadas y amarilla por el color de la estepa patagónica- en la posición correcta.
Se escuchan vítores desde todos los rincones. Principalmente desde la parte alta de la sala, desde donde la presidenta de la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos (AFEP), Alicia Lira, invitada por Boric al traspaso de mando, clama por “memoria, verdad y justicia” tanto para las víctimas de la dictadura como de la revuelta de 2019. Desde el otro extremo de la tribuna, celebran los representantes de los pueblos originarios reconocidos por el Estado de Chile, más una representante selk’nam, pueblo ancestral aún no reconocido oficialmente, que sufrió un genocidio a fines del siglo XIX en la austral isla de Tierra del Fuego, cuya parte chilena pertenece a la región de la que es oriundo el nuevo mandatario. “Libertad a los presos políticos mapuche”, se alcanza a oír desde ese sector de la tribuna, junto con varios “Piñera asesino” y “Juicio a Piñera” que se disuelven entre el barullo del salón.
“El hecho de que haya invitado a una persona de cada pueblo es porque hay un compromiso de lealtad y objetivos comunes. Y vinimos para darle nuestra fuerza. Este gobierno tiene una impronta de cambios sociales muy anhelados por el pueblo chileno, no solo los pueblos indígenas. [A Boric] yo me lo topaba por acá en el Congreso, en el año 2008, cuando estábamos luchando por la ratificación del Convenio 169, y él era muy joven y yo le tenía mucha fe. Ahí ya estaba en la lucha”, dirá al término de la ceremonia Cecilia Flores, representante de la comunidad aymara y presidenta de la Asociación Regional de Mujeres Indígenas de Tarapacá, en el norte de Chile.
ECOS CONTINENTALES
Mientras Boric presenta a su gabinete -con mayoría de mujeres, entre ellas la primera titular de Interior de la historia de Chile, la médica Izkia Siches-, el músico argentino Pedro Aznar, en impecable traje azul marino, bate las palmas ante cada nombramiento. Un poco más incógnita, como escondida tras la mascarilla, figura la escritora nicaragüense y referente del feminismo latinoamericano Gioconda Belli, tenaz opositora al presidente de su país, Daniel Ortega. Son solo dos de los varios artistas invitados por Boric a la toma de poder.
“Me he sentido inmensamente privilegiada por la vida de haber podido observar esto, porque es una esperanza para América Latina ver un hombre tan joven, un gabinete con tanta diversidad, tantas mujeres. Deseo con todo mi corazón que lo que hemos visto aquí se traduzca en una conciliación, que la gente tenga paciencia para que este presidente dé sus mejores frutos”, comenta a Brecha la poeta y novelista centroamericana, quien agradece la invitación de Boric por “desmarcarse de la política de Daniel Ortega, que ha significado represión, un sistema dictatorial, basado en la sangre de tantos nicaragüenses”.
Cuando Boric sale por la alfombra roja del Congreso rumbo al palacio presidencial de Cerro Castillo, en la vecina ciudad de Viña del Mar, los presidentes latinoamericanos que han acudido a la ceremonia lucen más distendidos, sin los amarres que imponen los protocolos oficiales. Comparten espacio con el nuevo gabinete y otros congresistas chilenos, y la distancia social sugerida por la autoridad sanitaria ya es parte del pasado. Entre ellos está el presidente argentino Alberto Fernández, quien abraza la llegada de Boric y prevé vientos favorables para la región.
“Es una gran expectativa. Chile ha puesto en el sillón del presidente a un hombre de 36 años, a un militante, que tiene lucidez, coraje y ganas de cambiar el país. Nosotros estamos para ayudarlo. No quiero ser ingrato con el presidente Piñera, porque él preservó el vínculo con Argentina, pese a que pensamos muy distinto. Que haya gobiernos con el mismo signo en Perú, Bolivia, Argentina y Chile genera un diálogo más fluido; hablamos un mismo idioma, tenemos objetivos comunes que por ahí no tenemos cuando hay un gobierno progresista y otro conservador. Nuestra mayor preocupación es dotar a América Latina de la igualdad que hoy no tiene, y no podemos estar en paz con nuestra conciencia sabiendo que eso pasa”, dice a este semanario Fernández, quien, atento a las inquietudes artísticas de Boric, le regaló un disco original de su propia colección: el Artaud, de Luis Alberto Spinetta y su banda Pescado Rabioso.
Por el exterior del Congreso Nacional también circula el presidente de Perú, Pedro Castillo, que manifiesta su gratitud por presenciar la asunción de Boric, ya que “se inicia una nueva historia para la hermana república de Chile. Hay coincidencias enormes, estos gobiernos son producto del grito de la calle y queremos transmitirle nuestra energía. La población hoy no se alimenta de ideologías, sino que necesita sentir un centavo en el bolsillo y tener un pan en la boca para llevar a la mesa de su familia. Tenemos la obligación de fortalecer las relaciones entre Chile y Perú”.
VIENTOS DE CAMBIO
La cita del 11 de marzo de 2022 está cerca de expirar. Pasa raudamente el poeta Raúl Zurita, Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y referente de la literatura chilena, quien alcanza a pronunciar la palabra “esperanzado” cuando opina sobre el gobierno naciente. Pasa también Gustavo Gatica, el joven estudiante cegado por la policía durante la revuelta social de 2019, que recibió un abrazo de Boric poco antes de que este saliera del Congreso con la banda presidencial. De la mano de una asistente, Gatica responde afirmativamente cuando se le consulta si cree que Boric liberará a los presos de la revuelta social. Por lo pronto, la primera medida anunciada por el mandatario magallánico es el retiro de 139 querellas realizadas en el marco de la Ley de Seguridad del Estado, presentadas por el gobierno de Piñera contra presos del estallido.
La última integrante del gabinete en despedirse es la nueva ministra secretaria general de Gobierno, Camila Vallejo, ex presidenta de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile en 2011, sucedida en ese puesto al año siguiente por Gabriel Boric. Ambos compartieron la lucha estudiantil y luego se convirtieron en diputados: ella del Partido Comunista y él -actualmente- de Convergencia Social, dentro del Frente Amplio. Hasta ayer compartían cargo en la Cámara Baja; hoy el destino los instala en otro vértice histórico, La Moneda.“Esperamos hacer un buen trabajo que irradie hacia Latinoamérica y el mundo. Aquí somos una generación que, si bien es joven, viene luchando hace bastante tiempo ya, más de 10 años, por democratizar nuestro país, por el derecho a la educación, el derecho a la salud, a las pensiones dignas, por un país que piense en las regiones y que además sea feminista. Hemos conversado con lideresas a nivel latinoamericano; las abrazamos, porque tenemos desafíos compartidos, ya que esto no se trata solo de Chile”, señala Vallejo a Brecha antes de retirarse del edificio del Congreso, aclamada por la gente que aún celebra detrás de las vallas papales puestas para la ocasión. Es el cierre de un día memorable, pero también el comienzo de una historia que recién escribe sus primeros trazos.