Anna Temirbekova huyó de Kiev hace dos semanas. Su familia había pasado las dos semanas previas durmiendo en el pasillo del edificio de apartamentos en el que vivían, para tratar de protegerse en caso de bombardeos rusos. Después de varios días de ansiedad y poco sueño, escuchó caer una bomba más cerca de lo habitual y se dio cuenta de que tenía que irse. Hizo las maletas y, junto con su esposo y su hijo de 9 años, tomó un tren a Polonia a la mañana siguiente. Su madre se quedó en Kiev.
En medio de esas semanas de angustia, Temirbekova y su madre recibieron mensajes de sus primos en Rusia. «“¿Cómo estás?”, me preguntaban. ¿Cómo íbamos a estar? Bajo bombardeos», dice, incrédula. «Ellos me decían: “No te preocupes, venimos a rescatarte de estos neonazis”», agrega, mientras sacude la cabeza. El marido de Temirbekova es originario de Kirguistán y en casa los dos hablan ruso. Les parece ridícula la retórica del Kremlin de que los rusohablantes de Ucrania no tienen derechos. «Mi esposo ha estado en Ucrania durante 15 años, no sabe ucraniano, pero eso nunca fue un problema», dice. Después de la promesa de «rescate», Temirbekova eliminó todo diálogo con sus primos y salió de los grupos de chat familiares. «Ya no son mis parientes», dice. «Han estado leyendo propaganda durante 20 años y ahora son así.»
El Estado ruso ha sido estricto en su cobertura mediática: la invasión de Ucrania no es una guerra, sino una «operación militar especial», necesaria para liberar a los ucranianos rusohablantes de los neonazis. Hay algunos grupos antisemitas de extrema derecha en Ucrania (véase «Qué difícil decidirse», Brecha, 3-II-22), y las leyes que priorizan el idioma ucraniano en entornos oficiales han generado críticas de los medios de comunicación que transmiten en los idiomas de la minorías étnicas. Sin embargo, estos hechos han sido inflados e instrumentalizados para justificar una invasión que bombardea al «pueblo hermano» que dice «proteger». Para los ucranianos que huyen de la guerra, esa propaganda, y el hecho de que los rusos comunes se la crean, es tan absurda que resulta dolorosa.
ECHADA DE CASA
«Espero que esta guerra termine pronto y pueda volver a mi casa», dice Anna K., de pie en una estación de trenes en Przemyśl, Polonia, rodeada de maletas. Para llegar aquí, Anna, que no revela su apellido, viajó durante tres días desde su casa en Sumy, al este de Ucrania. Normalmente trabaja como profesora de Física y Matemáticas en la universidad, pero desde la semana anterior a dejar Sumy hubo bombardeos y disparos incesantes, y Anna pasó mucho tiempo bajo tierra, antes de, finalmente, escapar con algunos familiares.
Antes de la guerra, Anna no seguía las noticias muy a menudo, pero, una vez que la invasión empezó, comenzó a mirar todos los despachos de noticias que pasaban en la televisión. Descubrió que la emisora pública ucraniana reflejaba lo que ella también veía que sucedía a su alrededor, pero la cobertura del Estado ruso era desquiciante: «A veces veo noticias rusas para comparar, pero me enloquece», sostiene. «Buena parte de lo que dicen es directamente falso. Dicen que no están bombardeando civiles, pero yo lo vi en mi ciudad con mis propios ojos, vi cómo bombardean los edificios.»
Muchos ucranianos, como Anna, pueden alternar fluidamente entre el ruso y el ucraniano. «El ruso es mi lengua materna, nací en la Unión Soviética», explica. Como millones de ucranianos, ella también tiene familia en Rusia. Pero, según dice, sus parientes creen por completo en las mentiras que ella ha visto en los informes rusos. «Es imposible explicarles que no es cierto», insiste. «Tal vez los jóvenes con acceso a Internet piensen diferente. Pero las personas mayores creen al cien por ciento en la televisión, realmente creen que esta guerra no es real.» Debido a esa postura de negación de parte de sus parientes, Anna ha cortado, en gran medida, el contacto con ellos. Al igual que más de 2 millones de ucranianos, ahora busca un lugar para quedarse en Polonia, aunque espera que solo sea temporal.
La propaganda rusa sobre la guerra ha sido interminable y polifacética. En la televisión y en los sitios de noticias estatales rusos ha habido cientos de informes que sostienen, de forma infundada, que Ucrania preparaba ataques contra los separatistas rusos o contra la propia Rusia. Se alega que las potencias occidentales dieron un golpe de Estado en Ucrania, que Ucrania está llena de nazis que controlan su gobierno y que se estaba cometiendo un «genocidio» contra los rusoparlantes de la región de Donbás, afirmaciones que diversos organismos de chequeo y monitoreo de desinformación han probado son falsas en varias ocasiones. En Facebook, Twitter, Instagram, Tiktok y canales de Telegram, hubo en los últimos meses un aumento dramático de dichos contenidos y de su promoción por el gobierno ruso.
Esta propaganda también ha sido impulsada en medios de comunicación en inglés y en español. Además de publicaciones frecuentes en los sitios de prensa oficiales del Estado ruso, como Sputnik News, RT y TASS, después de que los rusos bombardearan una clínica de maternidad en Mariúpol el 9 de marzo, la embajada rusa en Reino Unido afirmó que una de las mujeres embarazadas que aparecía en las fotos de la tragedia era simplemente una «actriz de crisis». Pero la mujer sí está embarazada y estaba presente en la clínica de maternidad cuando esta fue bombardeada, de acuerdo a varios medios internacionales presentes en el lugar y a la propia cuenta de Instagram, en la que desde hace meses la mujer documenta el avance de su embarazo.
«Las noticias rusas dicen que su gobierno no ataca a la gente común, pero no es cierto», dice Valery Kalinovshka, estudiante de Medicina que huyó de Zaporiyia a Polonia. «Aunque no te maten las armas, no hay comida, ni agua, ni electricidad», sostiene. Cuando las redes de telefonía celular funcionan, sus amigos en la cercana región de Donetsk le escriben que están atrapados y sitiados por todos lados. A Valery le preocupa que pronto se queden sin comida.
«NOTICIAS FALSAS»
Kalinovshka habla ucraniano y ruso. En casa, su familia habla surzhyk, una lengua creole surgida de los dos idiomas. En los primeros días de la guerra, comenzó a leer noticias rusas todo el tiempo, tratando de entender lo que los rusos creían que estaba pasando. Encontró algunos bloggers y youtubers que llaman a la guerra por su nombre. «Algunos de ellos entienden de qué se trata», dice. «Pero a nivel oficial y en los medios de Rusia no se dice que es una guerra, sino que es una operación especial», se lamenta.
El Estado ruso ha estado tratando de reducir el acceso a la información sobre la invasión. En las últimas semanas, han bloqueado el acceso a informes independientes desde el interior de Rusia, así como a medios europeos como la BBC y la Deutsche Welle. Poco después de que comenzara la guerra, Facebook bloqueó a RT y Sputnik dentro de la Unión Europea y, en respuesta, Rusia bloqueó a Facebook, Instagram y Twitter. La Duma rusa aprobó simultáneamente una ley que penaliza con hasta 15 años de prisión los informes «falsos», lo que esencialmente hace que sea ilegal para los periodistas rusos reconocer siquiera que hay una guerra.
Algunos ciudadanos rusos se han pronunciado en contra de la invasión. Miles han sido arrestados por asistir, en diferentes partes del país, a protestas contra la guerra. Pero Kalinovshka afirma que la mayoría de las publicaciones rusas que ha visto en Instagram y Telegram niegan la guerra por completo. Los primeros días trató de discutir con las personas que hacían esas publicaciones: «Traté de decirles, en ruso, que lo que estaban diciendo era información falsa, pero no nos entienden», dice Kalinovshka. «No entienden que esto es una guerra. Ya no quiero ni hablar con ellos», agrega.
Desde entonces, ha eliminado de su celular todos los canales rusos de Telegram que estaba siguiendo. Cuando llegó a Polonia, había dejado de leer las noticias por completo, le resultaban demasiado dolorosas, dice. Y concluye: «Ellos siguen las noticias, pero no son las mismas noticias que vemos nosotros: nosotros vemos nuestras ciudades bombardeadas».
*Moira Lavelle es una periodista griega especializada en inmigración y género. Ha cubierto la crisis migratoria del Mediterráneo desde 2015.
(Publicado originalmente en Jacobin. Traducción de Brecha.)