Si hay algo destacable en esta nueva película del director de La perrera y El lugar del hijo es la notoria apuesta a la factura de un cine colectivo, no solamente detrás de cámara, sino también delante y en relación con el espectador. El empleado y el patrón es una película incompleta, en el mejor sentido de la palabra: así como la relación entre la cámara y los cuerpos de las personas y los animales deja lugar para la improvisación y demuestra que el director se ha animado a soltar el control y encuadrar lo inesperado, la lentitud rítmica del montaje y la ambigüedad en el carácter de los personajes obligan al receptor a completar el sentido, lo empujan a tomar partido y cuestionar, de ese modo, sus propias categorías morales. Es cierto que esa característica ya estaba en sus películas anteriores, pero en este material Nieto parece haber encontrado el equilibrio perfecto entre la acción narrativa y la contemplación, conservando el pudor, pero, a la vez, jugándose hasta construir secuencias realmente espectaculares; me refiero al espectáculo como concepto plausible, como objetivo consciente.
Para esa manera laxa, abierta y tal vez hasta caprichosa de administrar la información, el fuera de campo es un gran aliado. En el inicio escuchamos, sobre negro, una voz que hace ruiditos y entona breves melodías. Unos segundos después descubriremos que esos sonidos forman parte de la diégesis: una curandera (¿o psicomotricista?) mece a un bebé dentro de una tela colgante mientras le habla y le canta. El plano fijo, que hace resaltar el movimiento de péndulo –vinculado, a su vez, con lo que pasará en la relación entre los protagonistas, marcada por el vaivén emocional–, está enrarecido, porque la cámara se encuentra detrás de un agujero rectangular cuyos marcos se visualizan en los bordes del encuadre y la imagen nos recuerda un teatrino de títeres. El gesto, aunque sutil, evidencia una actitud lúdica del director con respecto a la puesta en escena; a pesar del tono tan serio que atravesará el filme, parece decirnos: no sucumban ante el realismo, esto sigue siendo una ficción, una ventana subjetiva hacia el mundo.
Un patrón, hijo de un terrateniente, acaba de ser padre. Uno de sus empleados, muy joven y recién incorporado a la estancia, también tiene una bebé pequeña. Ambos están en pareja con mujeres muy distintas: una es blanca y rubia, la otra muy morocha y casi una adolescente. Un accidente laboral confuso causa la muerte de la bebé de la pareja pobre. Frente a la tragedia, la desigualdad de clase funciona como eje móvil de toda la película, tópico clásico del cine latinoamericano poco explotado en la cinematografía local. Lo interesante es que el guion logra construir vínculos no maniqueos: el punto de vista, sobrio y omnisciente, oscila entre mostrar semejanzas y diferencias entre los cuatro protagonistas y dibuja una relación compleja entre el personaje de Nahuel Pérez Biscayart y el de Cristian Borges. Aunando un elenco compuesto por personas de procedencias muy diferentes, Nieto se apoya en las corporalidades de los actores –y los no actores– para conseguir una autenticidad perturbadora.
Un capítulo aparte merecen los caballos y el modo en que la fotografía parece gozarse con sus detalles y desplazamientos. Hay un deseo explosivo en el modo en que la película retrata sin palabras el valor que aún tienen esos animales en el ambiente rural, y eso hace despegar su potencia cinematográfica, logrando las escenas ecuestres más intensas que he visto en mucho tiempo. Esa obsesión, que la cámara comparte con el empleado, no resulta luminosa, sino que va tiñendo la progresión narrativa de una extraña oscuridad y hace que el duro final, que corría el riesgo de convertirse en un golpe bajo, se cargue de un sentido trascendente. A diferencia de lo que pasaba en muchas películas de los directores de su generación, Nieto logra que agradezcamos con desesperación que cierto gesto crucial se mantenga fuera de campo. Ya no se trata de un recurso que evidencia que hubo cosas que no se pudieron filmar porque no se tenía el presupuesto o la valentía suficientes. Así, El empleado y el patrón se consagra como una película sólida, de gran fortaleza y madurez, que vuelve a demostrar que el cine nacional se encuentra en su mejor momento.