Es sumamente difícil abarcarlo todo; esta semana quedan sin reseñar la polémica película mexicana Bardo, de Alejandro González Iñárritu, y las interesantes El brindis, de Laurent Tirard, y El menú, de Mark Mylod. El viernes próximo se vienen más estrenos notables: la chilena Mis hermanos sueñan despiertos, y la prometedora y aclamada por la crítica Aftersun, y la siguiente semana llega la esperada El suplente, de Diego Lerman, por lo que conviene no dormirse.
DOCUMENTAL A LO GRANDE
El compositor y director de orquesta italiano Ennio Morricone tuvo dos atributos que suelen ser muy atractivos para los abordajes biográficos: orígenes humildes y cierto sentimiento de inferioridad. Esto genera algo interesante: la envidia que a priori podría despertar su desmesurado éxito se ve anulada con empatía y hasta cierto aprecio hacia su persona. Y he aquí uno de los grandes aciertos del documental Ennio: el maestro: se le da mucho espacio en cámara a Morricone, a su inseguridad, a sus miedos y frustraciones vitales. Su relato tiene así algo de epopeya, con varios lugares comunes de las historias de los self-made men. Con cariño y devoción, el director Giuseppe Tornatore –quien trabajó junto con él en varias películas, incluida la icónica Cinema Paradiso– le rinde homenaje repasando su vida y obra durante casi tres horas de metraje.
El abordaje es convencional y casi televisivo: una infinidad de entrevistas, fragmentos fílmicos, montañas de material de archivo se suceden, con un formato de cabezas parlantes, imágenes remasterizadas y voces en off. Como Morricone musicalizó cerca de 500 películas, la galería de personajes célebres que trabajaron junto con él es interminable, y todos sin excepción parecen venerarlo como a un dios.
Pero esta película atina principalmente gracias a una característica infrecuente: unifica la cinefilia con la melomanía, y parece cuidar por igual ambas pasiones, ampliando, de esta manera, su público potencial. Los aficionados de una u otra de las artes (o de las dos) se verán así satisfechos. Asimismo, el documental iguala la grandeza del músico con sus propias dimensiones: largo y grandilocuente como la mismísima obra de Ennio. Así, el descomunal trabajo del compositor pareciera quedar equiparado con una desmesurada labor de entrevistar, recopilar, estructurar y editar un cúmulo inabarcable de material.
Otro mérito no menor es que, en su abordaje, Tornatore no parece temerles a las descripciones técnicas; más allá de los elogios recogidos, buena parte del metraje se basa en descripciones musicales, en las que la terminología abunda en arpegios, pizzicati, contrapuntos, etcétera, que dan sustancia y fundamentan tanta adulación. Además, los entrevistados tararean y cantan, algo probablemente estimulado por el entrevistador. Esto, sin dudas, agrega gracia y frescura en buenas dosis.
EL PERIODISMO DE ALLÁ
Así como Argentina, 1985 fue una propuesta clásica, bien lograda y efectiva, Ella dijo plantea, de la misma manera, una atractiva investigación basada en un hecho real. En este caso, las protagonistas son periodistas de The New York Times e inician su labor en la historia que ayudó a lanzar en 2017 el movimiento #MeToo y que desmanteló el caso del depredador sexual Harvey Weinstein, así como el silencio sistémico que lo amparaba y en el que Hollywood se encontraba inmerso.
No puede negarse que lo perfectamente previsible, siempre que esté bien logrado y articulado, ofrece cierto placer. Y, en ese sentido, esta película cumple sus cometidos con creces: da exactamente eso que uno espera ir a ver si ya leyó la sinopsis o vio los tráileres, si conoce los parámetros del género y sabe más o menos de qué viene la cosa. Con actuaciones notables, buen ritmo, una trama ágil y siempre interesante, con un libreto inteligente que avanza sin facilismos ni subrayados, Ella dijo incluso emociona en varias de sus escenas clave.
En un momento de la investigación, tres testigos fundamentales se encuentran muy lejos de la redacción de The New York Times, respectivamente en Silicon Valley, Londres y Gales. Las entrevistadoras deben tratarlas presencialmente, ya que suele ser muy difícil convencer, vía telefónica y desde un sitio remoto, a una persona de que se anime a denunciar públicamente a una figura poderosa, máxime si fue víctima de abuso sexual. Ante la gran dificultad locativa, la editora jefa les dice a sus periodistas: «Prepárense para viajar», lo cual, traducido al criollo, quiere decir: «El New York Times les pagará el viaje para que puedan hacer sus entrevistas». Esto da la pauta de la lejanía de un periódico de primera línea, económicamente redituable y leído masivamente, respecto de la amplia mayoría de los medios periodísticos del mundo. La distancia suele ser grande, inmensa o colosal, según con qué medio de prensa queramos compararlo. En momentos en que la crisis del periodismo es prácticamente una catástrofe, en momentos en que las fake news se viralizan y los medios no pueden costear un boleto interdepartamental –mucho menos oficiar en su histórico papel de contrapeso del poder–, películas como esta (o como Spotlight y tantas otras) nos recuerdan la importancia de la supervivencia del periodismo, pero también nos dan una imagen radicalmente falsa sobre el estado de salud de las redacciones del mundo.
EL HEREDERO
El japonés Ryusuke Hamaguchi debe de ser de las revelaciones más importantes del cine actual y un director que viene ganando una creciente aceptación crítica mundial. Su película Drive My Car le valió el Oscar a mejor película extranjera en 2022, suceso que opacó a nivel mundial el estreno de esta La rueda de la fortuna y la fantasía, lanzada en 2021, y que quizá sea tan buena como la otra, o incluso mejor. Hamaguchi se alza, con esta película, como un sucesor de un estilo naturalista y casual que pulieron y perfeccionaron Éric Rohmer y Jacques Rivette, y cuyo mayor heredero fue hasta el momento el coreano Hong Sang-soo. Pero Hamaguchi toma la posta y parece rendir un homenaje a la altura de estos nombres, obsequiando un cine de conversaciones casuales y encuentros fortuitos, en el cual es imposible no verse seducido por cada una de las anécdotas desplegadas.
Como en Las citas de París, como en Oki’s Movie, como en En otro país, la estructura es episódica y la verdadera sustancia está en los gestos, en diálogos que dicen determinadas cosas, pero esconden muchas otras, en pequeñas inflexiones en la voz, en una economía minimalista de recursos. El talento de Hamaguchi dirigiendo actores es descomunal, y cada uno de los tres capítulos presenta personajes aparentemente ordinarios, que acaban involucrándose en situaciones incómodas y sorprendentes. Hamaguchi utiliza la sobreabundancia de protocolos del trato japonés ordinario y los atraviesa con afirmaciones inesperadas por parte de sus personajes, a menudo crueldades terribles u ocurrencias que descolocan y que, asimismo, revelan psicologías complejas y comportamientos enigmáticos. En cada una de las historias, personajes femeninos casi inescrutables ofrecen material suficiente para análisis psicológicos profundos y para debates interminables sobre qué, por qué y cómo. La rueda de la fortuna y la fantasía, como indica su título, nos habla sobre el azar y la magia presentes en la vida cotidiana, y cómo pueden llegar a ser mucho más desconcertantes y sustanciosas que las más elaboradas ensoñaciones.