El gobierno anunció una pausa en el acuerdo entre la Agencia Nacional de Innovación e Investigación (ANII) y la Universidad Hebrea de Jerusalén para el establecimiento de una Oficina de Innovación y Emprendimiento. Es un paso en la dirección correcta, aunque insuficiente y tardío.
Abrir y mantener esa oficina implicó siempre una acción política, como lo señalaron el presidente de la ANII, Álvaro Brunini, y su expresidente Edgardo Rubianes («Lacalle geopolitizó la ANII», La Diaria, 19-VIII-25). Mientras el mundo observaba el horror desatado por Israel contra el pueblo palestino, Uruguay no solo sumaba su voto en la ONU al pequeño puñado de países que evitaba condenarlo, sino que instalaba una oficina en Jerusalén, con el simbolismo que ello implica. Camuflado en colaboración académica, el gobierno del presidente Luis Lacalle Pou mostró apoyo a Israel cuando avanzaba en su proyecto colonial.
Desde entonces, el clamor por cerrar esa oficina no ha parado de crecer. En abril, la Universidad de la República solicitó su cierre y el Frente Amplio, presionado por sus bases, solicitó que el Poder Ejecutivo evaluara su suspensión. A esas alturas, Israel ya había asesinado a más de 50 mil palestinos, incluyendo 17.500 niños, y destruido prácticamente todas las instituciones educativas y sanitarias, así como los sistemas de saneamiento y agua potable, además del 70 por ciento de las viviendas. En ese momento, al gobierno no le pareció suficiente horror para cerrarla.
Los 17.500 niños asesinados no son un efecto colateral. Las armas inteligentes impactan exactamente donde los operadores deciden. Asesinan familias –bebés incluidos– según criterios que definen a cuántos civiles se puede matar en el intento de asesinar a un sospechoso. El Israel de la innovación y el emprendedurismo que nos pintan con colores bonitos construye esas tecnologías de muerte y vigilancia que nosotros compramos. Que hayan sido probadas sobre los palestinos es un argumento comercial. Esas tecnologías equipan las cámaras que inundan nuestras calles. Los criminales israelíes proporcionan armas y forman a nuestros policías.
Para desarrollarnos necesitamos mucha más ciencia y tecnología. Ello requiere inversión sostenida y creciente (algo que hoy no se cumple), apoyo real a nuestras investigadoras, vinculación entre la investigación y los problemas que nos aquejan. Necesitamos investigación al servicio de la vida y no de la muerte. En la discusión presupuestal que se avecina, aquellos que hoy lloran por la Oficina de Innovación y Emprendimiento (OIE) tendrán la oportunidad de apoyar de verdad el desarrollo de la ciencia y la tecnología en Uruguay. Pero ahora el centro de la discusión no puede ser esa oficina. Hay que hablar del genocidio en curso.
En estos meses hemos visto el uso del hambre como arma de guerra. Se niega el pan y el agua a más de
2 millones de personas, mientras miles de toneladas de alimentos se pudren del otro lado de la frontera. Cada día, decenas de civiles son asesinados mientras hacen fila desesperados por recibir alimentos y más de 250 han muerto de hambre, según las cifras publicadas por Al Jazeera. Las imágenes de niños famélicos muestran el nivel a que ha llegado la bestialidad del régimen israelí. Nada de eso fue suficiente para despertar la conciencia del gobierno y la mayoría de los políticos de Uruguay a fin de llamar a las cosas por su nombre. Pero empieza a despertar el pueblo uruguayo y se multiplican las actividades por Palestina, las proyecciones de documentales, las concentraciones, las charlas, los intercambios.
Mientras tanto, se pone en práctica paso a paso la vieja idea del Gran Israel –revivida por el presidente Donald Trump– de vaciar a Gaza de su población para apropiarse de ese territorio. Los planes para construir un gigantesco campo de concentración en el sur se discuten abiertamente. La reciente decisión de ocupar la ciudad de Gaza y desplazar a un millón de habitantes hacia el sur es un paso más en esa dirección.
Nadie puede aducir ignorancia ante un drama que se desarrolla a los ojos del mundo, pese al intento deliberado de ocultarlo. Más de 200 periodistas han sido asesinados por cumplir su deber. El silencio cómplice es ensordecedor, como es abrumador el silencio ante el asesinato sistemático del personal de salud o de los trabajadores humanitarios.
Es en estas circunstancias que, por fin, el gobierno decide congelar la OIE. Es una decisión bienvenida, pero a estas alturas sabe a poco. Hay temas que no admiten cálculos políticos, pues se refieren a lo más básico que nos hace humanos. Condenar firmemente la matanza deliberada de niños, de personal de salud o de periodistas es una cuestión de decencia.
Las acciones de Israel lo han convertido en un Estado paria. Miles se manifiestan cada día en todo el mundo, incluidos muchos judíos que gritan «no en mi nombre». Los trabajadores portuarios griegos y británicos se niegan a trabajar en los barcos que transportan armas para el genocidio. El gobierno uruguayo prefiere jugar a las medias tintas. No cancela la oficina, sino que la congela. No acompaña a Sudáfrica en la denuncia del genocidio israelí ante la Corte Internacional de Justicia. Evita usar la palabra genocidio. No se asocia con Chile, Brasil y Colombia para tomar medidas firmes ante el agresor, sino que realiza mesuradas declaraciones diplomáticas.
El Uruguay que nos enorgullece fue solidario y dio refugio a los perseguidos del mundo, entre ellos miles de judíos que huían de los horrores en Europa antes y después del Holocausto. Reconoció tempranamente el genocidio del pueblo armenio. Condenó con coraje la invasión de República Dominicana en el 65. Estableció relaciones con Palestina hace más de diez años. Hoy el gobierno congela una iniciativa que debería cancelar. Una medida tímida nos parece un logro. ¿Qué nos está pasando? Mes tras mes marchamos para denunciar el drama palestino, que es el drama de la humanidad. ¿No deberíamos ser un mar humano que grite contra la barbarie y por la vida?
Condenar lo que está pasando en Palestina es un asunto de ética elemental, pero también hay razones más profundas, si es que eso cabe. Se ensayan allí tecnologías de muerte y vigilancia. Se ensaya la violación impune de las normas elementales de convivencia y la destrucción del Estado de derecho a nivel internacional. Israel es hoy la avanzada del fascismo en el mundo. Palestina prefigura lo que puede ser el destino de muchos. Al fascismo no se lo combate con medidas timoratas, sino con decisión y coraje.
Los que hemos reclamado el cierre de la oficina de la ANII en Jerusalén sentimos que esta es una victoria, pequeña pero importante. Este puede ser el comienzo de un cambio real de la posición oficial de Uruguay en la condena del drama palestino y la solidaridad con su pueblo. Para lograrlo hace falta la movilización de todos.