El personaje principal es un aspirante a escritor que desea escribir historias «de sentimientos». Cuando al comienzo su interlocutora y coprotagonista le pregunta si eso significa «historias de amor», él responde que no, que prefiere llamarlas así. Ella comenta que siempre le interesaron los detalles de las relaciones amorosas, ya que le recuerdan las que tuvo e, incluso, las que no tuvo. Este diálogo anticipa y resume el espíritu de esta película¹, que supone un recorrido accidentado y algo intrincado a través de la vida amorosa de varios personajes. Pero no son historias románticas –o no solamente–, sino que condensan todo el drama, la amargura y el dolor que trae aparejados el amor en sus diferentes formas.
Los espíritus de Eric Rohmer y Jacques Rivette sobrevuelan a cada paso de la travesía, y también el de Truffaut, de Jules et Jim. Los personajes, introspectivos y autoanalíticos, ofrecen atinadas reflexiones sobre lo que les sucede, a ellos y a los demás. Las conversaciones, recogiendo la posta de una larga tradición fílmica francesa, tienen lugar en hermosos parajes de la campiña o en esos apartamentos acogedores tan utilizados para recrear la cotidianeidad de la juventud bohemia parisina. El elenco actoral es sobresaliente y en la puesta en escena se recrean conversaciones casuales. A pesar de que el artificio explota de a ratos –la música clásica de la banda sonora se impone–, la ilusión de naturalidad se mantiene en todo momento, inquebrantable.
No sería de extrañar que el escritor protagonista, un muchacho algo ingenuo que observa y padece sus desencuentros y desamores con ingenuidad e irritante pasividad, sea un alter ego del director y guionista marsellés Emanuel Mouret. Mouret ya tiene 51 años y más de siete películas en su haber –de hecho, ya estrenó una nueva en Cannes–, pero hace relativamente poco se lo reconoce como un gran autor, provisto de un estilo propio. Su obra previa merece revisiones, y él podría ser una de las más importantes revelaciones cinematográficas de los últimos tiempos.
Es sumamente entrañable el cúmulo de personajes que presenta la película, cada cual con sus preferencias, sus inclinaciones y sus opiniones: están los que prefieren el amor más tradicional y monogámico, los que tienen varios amantes, los que llevan sin problemas una doble vida, los que anteponen la honestidad a todo, los que consideran el amor algo tan importante como para rendirle culto y los que lo consideran algo superfluo y pasajero, y se entregan a él sin pensarlo demasiado. Se expone notablemente un abanico de situaciones comunes que suelen darse en las relaciones duraderas, como el amor por contagio, el amor por resignación, el amor desigual, el amor fingido. La narración va dejando pistas de que las historias se extienden al infinito: un personaje cuenta casualmente cómo sus abuelas vivieron su vida amorosa; en las plazas y los boliches hay parejas besándose, desarrollando sus propios vínculos.
Quizá uno de los puntos más interesantes en los que ahonda la película es la difícil cuestión de hasta qué punto se vive en un enamoramiento; qué rol cumplen la rutina y la costumbre en la construcción de una pareja; cómo lo que aparenta ser un amor verdadero puede resultar una ilusión, y viceversa; cómo la vida se termina decantando hacia una opción que no parece la esperada o la ideal y que siempre estará teñida por las dudas.
1. Les choses qu’on dit, les choses qu’on fait. Emanuel Mouret, 2020.