China sorprendió a todos con el abrupto cambio en la estrategia de combate a la pandemia, pasando drásticamente de los controles extremos (confinamientos, test sistemáticos y cuarentenas colectivas) a la ausencia casi total de ellos. En octubre, en el marco del XX Congreso del Partido Comunista Chino (PCCH), Xi Jinping alardeaba de la política de covid cero como muestra de una superior eficiencia sistémica frente al modelo liberal.
En aquel evento, que consagró a Xi para un tercer mandato, nadie le podía echar en cara datos de contagios, hospitalizaciones o muertes, que en China, con una abultada población, ofrecían cifras pírricas en comparación con el Occidente desarrollado. Ahora, sin embargo, Xi saca de la galera el abandono de esta política, a marchas forzadas…
¿Por qué cambiar de estrategia? ¿Es parte de una agenda más amplia de cambios que nos aguardan en el nuevo año del conejo? Podemos suscribir la idea, señalada por las autoridades, de que, tras haber evitado los peores estragos de la variante delta y otras similares más mortales, la menor letalidad de la ómicron facilita, y hasta aconseja, la implementación de la nueva política. Y quedarnos ahí. Pero, si vamos más allá y contextualizamos esta decisión, podemos deducir un ajuste importante en la política china y su agenda para los próximos meses.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que se han alcanzado los principales objetivos políticos de cara a la conformación del liderazgo y Xi se ha asegurado la marginación de los sectores menos complacientes con su estrategia en el último lustro, en aspectos que van desde el modelo de lucha contra la pandemia hasta las relaciones con Occidente.
TRES SÍNTOMAS
A esa discriminación de los sectores menos afines procedería sumar ahora la apropiación y la desactivación de algunas de sus críticas. Si en las últimas semanas, especialmente con el estallido de las protestas cívicas en noviembre, se ha podido constatar una sensación de agotamiento de la política de covid cero, otros aspectos sobresalientes merecen atención. En primer lugar, atendiendo a las advertencias sobre lo delicado de la coyuntura y de las graves consecuencias de persistir en aquel rumbo, la recuperación económica pasa a primer plano, con el propósito de volver a la normalidad cuanto antes. La puesta en marcha de políticas de estímulo a diversos niveles, sectoriales y territoriales, y un mayor esfuerzo por garantizar la estabilidad de las cadenas de suministro refuerzan esa convicción. Pese a los habituales vaticinios pesimistas, todo apunta a que el objetivo de crecimiento de China para 2023 se situará en el entorno del 5,5 por ciento, tras crecer en los tres años de pandemia a un promedio del 4,5 por ciento. Esto debería garantizar la consecución de los objetivos del plan quinquenal vigente y la recuperación de la agenda socioeconómica.
En segundo lugar, es un tanto sorprendente también el anticipo en el cambio del ministro de Exteriores, Wang Yi, por el exembajador en Estados Unidos (desde 2021), Qin Gang, una de las novedades incorporadas al Comité Central del PCCH en el XX congreso. Lo normal hubiera sido esperar a las sesiones legislativas de marzo. Se rompe así una muy larga tradición presente en la amplia nómina de sus antecesores (desde Huang Hua hasta el propio Wang Yi). Puede justificarse por la inminente visita del secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, a Beijing para ensayar el muy complejo reseteo de las relaciones entre ambos países. Pero también es llamativo el anuncio del relevo del portavoz de Exteriores, Zhao Lijian, considerado un reconocido líder de los wolf warriors, los diplomáticos de estilo agresivo promovidos por la administración de Xi. Ambos gestos trasladarían el mensaje de un previsible ajuste en la política exterior orientado a limar asperezas con Estados Unidos y Occidente, especialmente en las formas más que en los contenidos, pero con afectación en diverso grado a estos últimos.
Un tercer elemento significativo es el discurso de Año Nuevo de Xi Jinping. En él obvió las expresiones que pudieran ser interpretadas como más militantes y hasta beligerantes en relación con Taiwán, el contencioso que más puede incendiar las relaciones con Washington. Ese lenguaje más suave coincide con el nombramiento de Song Tao –exdirector del Departamento Internacional del PCCH– al frente de la Oficina de Asuntos de Taiwán, como sustituto de Liu Jieyi, que ocupaba el cargo desde 2018. No es que Xi abandone el postulado de la reunificación y la revitalización, ni siquiera que vaya a aparcar las misiones militares aéreas y marítimas en las inmediaciones de la isla, pero sugiere un mayor afán en la creación de las condiciones indispensables para facilitar más interacciones positivas en el estrecho de Taiwán, con la mirada puesta en las decisivas elecciones taiwanesas de enero de 2024.
LAS PIRUETAS DE XI
La cuestión de fondo que inspiraría estos ajustes es la preocupación por el estado general de la economía y el nivel de frustración ciudadana, aspectos enfatizados por el primer ministro, Li Keqiang, y su entorno, y la necesidad de retomar la agenda prepandémica.
En marzo de este año, cuando se lleven a cabo las sesiones parlamentarias chinas y se conforme buena parte del aparato institucional estatal, será el momento de calibrar los efectos políticos de esta pirueta estratégica de Xi. Pero quienes auguran que la hipotética pérdida de reputación y credibilidad asociada al cambio de política con la pandemia llegará a comportar una erosión de su cuota de poder pueden estar muy alejados de la realidad en el marco actual. Xi, con un pleno totalmente afín en el Comité Permanente del Buró Político, tiene garantizada una proyección sin apenas contestación. Y si algo ha caracterizado su mandato hasta ahora es una profunda repartidización del Estado, con lo que sus equilibrios respecto a los nombramientos principales serán de menor empaque. Si a ello sumamos ese rebaneo de las aristas socialmente más críticas de sus detractores internos, el margen de actuación seguirá holgado en tanto sea capaz de preservar la estabilidad general y relanzar la economía.
La pandemia ha servido a Xi Jinping para reforzar su posición interna y la propia legitimidad del PCCH, y tratará de sortear las críticas asociadas a la insostenibilidad final de su política. En modo alguno se aceptará un cuestionamiento de su idoneidad e infalibilidad. Por tanto, puede ser muy ilusoria la idea de que Xi ha llegado al límite de su poder y que a partir de ahora se inicia su decadencia. Ello a pesar de que, si la imagen del XX congreso era la de un PCCH cerrando filas en torno a Xi, lo que ahora momentáneamente vemos son atisbos de un Xi cuestionado socialmente, con manifestantes reclamando su dimisión y una expectativa de la salida de la pandemia que puede resultar más complicada de lo previsto, por más que los datos se oculten o se edulcoren. Y, ciertamente, nada está escrito.
(Publicado originalmente en CTXT. Brecha reproduce fragmentos.)