Tras ganar en su grupo con puntaje perfecto, Uruguay consiguió ubicarse entre los 16 mejores por tercer Mundial consecutivo. Las selecciones de Uruguay, Brasil, México y Argentina son las únicas que han llegado a octavos de final en los últimos tres mundiales.
Tal vez no signifique demasiado para el aficionado promedio, pero estar entre las 16 mejores selecciones es sumamente importante, ya que marca una continuidad competitiva que había comenzado a tambalear en los sesenta y que prácticamente había desaparecido durante las cuatro décadas posteriores.
El resurgir que comenzó en Sudáfrica se ha consolidado en los años posteriores y ha generado un altísimo respeto en el “planeta fútbol”, algo que se palpa con especial intensidad al recorrer ciudades, estadios y centros de prensa en Rusia. Y lo mejor de todo es que ese respeto, que siempre incluye simpatía y a veces admiración, se basa en una forma de trabajar, de comportarse y de competir, mucho más que en los resultados ocasionales.
Los nacidos después de 1966 no recuerdan el exitoso Mundial de 1970, pero sí vivieron con intensidad los del 74, 86, 90 y 2002, así como las eliminaciones del 78, 82, 94, 98 y 2006. Todos ellos fueron construyendo una relación ambigua con la selección, a la que veían con desconfianza y por momentos con indiferencia. Es verdad que hubo buenos triunfos y algunos títulos, pero en general fueron tiempos de malos resultados, desorganización e improvisación. Fueron épocas de peleas, mala convivencia, técnicos nombrados tres meses antes del Mundial y jugadores que renunciaban en masa. Al mismo tiempo, el mundo comenzó a ver a la selección uruguaya como un equipo violento y desleal, especialmente debido a lo ocurrido en México 86.
Por el contrario, los nacidos en 2002 no saben de verdaderos sinsabores. No saben lo que es quedar fuera de una Copa del Mundo, gozaron con la de 2010, vibraron con la de 2014 y ven la de 2018 con enorme esperanza. Apenas entrando a la adolescencia, ya vieron a Uruguay en las semifinales, ser cabeza de serie y ganar un grupo sin puntos perdidos. Y por sobre todas las cosas, creen en la selección porque ven en ella planificación, unión y compromiso. Y el mundo también cree.
Un par de horas después de la victoria ante Rusia, el centro de prensa del estadio de Samara contaba con un número interesante de periodistas españoles, quienes en ese momento seguían por televisión la suerte de su selección en la definición del grupo B. Mientras no ocultaban su decepción por el rendimiento del equipo, expresaban un profundo deseo de no cruzarse con Uruguay en octavos. Por si hace falta, es bueno recordar que, pese a un andar irregular en la fase de grupos, España es uno de los máximos candidatos al título. Fue campeón en Sudáfrica y ganó dos Eurocopas en los últimos diez años, en tanto que casi todos sus jugadores son figuras en los principales equipos del viejo continente.
Al hablar con los españoles, pero también con belgas, rusos, peruanos, colombianos, mexicanos o argentinos se puede palpar ese mismo respeto, y asimismo la simpatía por un equipo liderado por un técnico “sabio” y compuesto por jugadores “humildes” y “sencillos”.
El periodista español Álvaro Montero, enviado especial de la cadena televisiva Mediaset, llegó a Rusia con el objetivo de seguir diariamente a Uruguay. Mientras intenta incorporar nuestro clásico “vo”, se sigue sorprendiendo por la cantidad industrial de mate que consumen los uruguayos, y especialmente por el trato familiar y cercano que ha visto en la concentración de Nizhny. Muchos otros periodistas extranjeros han dicho cosas similares, como una fotógrafa argentina que comentó que le encanta cubrir a Uruguay porque los jugadores son “súper relajados”.
Todo esto, que tal vez se aprecia con mayor claridad al salir de Uruguay, es fruto de una paciente construcción de un ambiente sano y funcional, que no asegura ningún resultado pero sí genera mayores posibilidades de éxito.
Por eso es que Uruguay, a pesar de todas sus dificultades, ha estado compitiendo entre los mejores equipos del mundo durante los últimos ocho años, despertando respeto y credibilidad, tanto fuera como dentro del país.
LA MEJORÍA. Luego de la victoria deslucida ante Arabia Saudita, Uruguay pasó una prueba dura y, al mismo tiempo, aprovechó una excelente oportunidad para, de cara a octavos de final, dejar atrás el gusto amargo por el rendimiento de los partidos anteriores. La goleada ante Rusia, un equipo que venía con gran autoestima, le permitió quedar primero en el grupo A, pero sobre todo llegar mucho más fuerte a la siguiente fase, gracias a una actuación sólida y contundente.
Antes del partido le preguntaron a Edinson Cavani si Uruguay jugaría más relajado, teniendo en cuenta que ambos equipos ya estaban clasificados. Él negó tal posibilidad y dijo: “La única manera en que sabemos jugar es dejando la vida”.
Cavani no mintió en lo más mínimo y describió perfectamente, y en pocas palabras, la forma en que entendemos y vivimos el fútbol los uruguayos. Sin embargo, ya sin la presión de la clasificación, el equipo sí pareció jugar más liberado, y Suárez avaló esta sensación en la conferencia de prensa posterior al triunfo. “En los primeros partidos teníamos más miedo a equivocarnos y que nos fuera mal, pero hoy estuvimos más tranquilos”, explicó el goleador. Las dos visiones, aunque parezcan contradictorias, son ciertas. Esa responsabilidad extrema con la que juegan –ese “dejar la vida”– tiene sus contras, pero también es el elemento central de una identidad que no debe perderse. Tal vez ante Rusia se haya logrado algo cercano al equilibrio, con Nández trancando con la cabeza y un equipo más libre de presión.
Pero más allá del componente psicológico, que es muy importante, Óscar Tabárez no estaba conforme con el rendimiento del equipo durante los dos partidos iniciales, e incluso lo había dejado claro públicamente. Para enfrentar a los locales el entrenador hizo tres cambios y además modificó el sistema, colocando tres volantes interiores y a Rodrigo Bentancur detrás de los puntas. El ingreso de Torreira, que jugó exactamente en la misma posición que en su club, potenció a todo el equipo, que se mostró mucho más intenso y seguro, sobre todo a la hora de presionar y recuperar.
También fue positivo el ingreso de Diego Laxalt, un jugador sólido y combativo, y el cambio de Martín Cáceres a la banda derecha. La defensa mantuvo la solidez de los anteriores partidos, pese a la ausencia de José María Giménez, quien fue notablemente sustituido por Sebastián Coates.
La mejoría del colectivo potenció las individualidades, y así algunos jugadores que no habían brillado en los primeros encuentros, como Nández y Vecino, elevaron su rendimiento. Y obviamente la contundencia, más que nada en los primeros minutos, jugó un papel fundamental, como pasa siempre en el fútbol de alta competencia.
Es indudable que la involución advertida en el partido ante los saudíes se revirtió completamente y Uruguay dio un claro salto adelante en su juego, lo que tal vez sea aun más importante que lograr el primer lugar de la serie.
EL RIVAL. Portugal no hizo una gran primera fase. El empate inicial con España, en un auténtico partidazo, generó expectativas, pero luego vinieron dos actuaciones poco convincentes ante Marruecos e Irán. Este último partido fue infartante, pues los asiáticos estuvieron a punto de anotar en la hora y de cambiar todo el mapa mundialista.
Este andar irregular no habla tanto de Portugal, entre otras cosas porque a España le pasó exactamente lo mismo, lo que quiere decir que posiblemente Irán y Marruecos no sean tan malos como algunos piensan.
En realidad Portugal es una potencia futbolística, con presencia casi permanente en los mundiales, y logró el cuarto puesto en Alemania 2006. Por otra parte, viene siendo un animador constante en la Eurocopa, ganando la última edición jugada hace dos años, en Francia.
Cuenta con Cristiano Ronaldo, que es una estrella, un ganador, un gran competidor y, sobre todo, un jugador con una capacidad increíble para hacer goles. Ya tiene 85 con su selección, más que ningún otro futbolista europeo en la historia (acaba de pasar al legendario Ferenc Puskás, que anotó 84 para Hungría).
Pero Portugal no es sólo Cristiano, sino que además cuenta con otros jugadores de enorme talento y experiencia, como Quaresma, Pepe, Bernardo Silva y el arquero Rui Patricio. Es un equipo durísimo, que en 2016, pese a la lesión de Ronaldo, logró derrotar a Francia a domicilio para quedarse con la corona europea por primera vez en la historia. Pero, pese a tener claro todo eso, existe la convicción general de que Uruguay puede ganarle. Y si no fuera Portugal y fuera otro todavía más copetudo, esa convicción no cambiaría y habría razones válidas para sustentarla. Obviamente, también sabemos que puede perder, ante Portugal y también ante otros menos poderosos, pero este equipo, a lo largo de estos años, ha logrado generar ilusión sobre bases sólidas.
En otras palabras, sabemos que Uruguay puede competir en la elite y hacerlo bien, logrando además una estabilidad de resultados que es mucho menos común de lo que podría pensarse.
De hecho, sólo hay cuatro equipos que han accedido a octavos de final en cada uno de los últimos tres mundiales: Brasil, México, Argentina y Uruguay.
[notice]La maldición
En cuatro de los últimos cinco mundiales el campeón reinante quedó eliminado en la primera fase: Francia en 2002, Italia en 2010, España en 2014 y Alemania en 2018. Antes de comenzar el torneo nadie pensaba que podía pasarle a los germanos, que jamás en la historia habían quedado fuera tan temprano.
Sin embargo Alemania nunca encontró solidez y se mostró extrañamente vulnerable en materia defensiva, dejando muchísimos espacios para el contrataque. Ofensivamente tuvo sus buenos momentos, pero tampoco logró su contundencia habitual, por lo que nunca pudo manejar los partidos y siempre debió correr de atrás. Luego de la caída inicial ante México, el golazo de Tony Kroos en la hora ante Suecia pareció devolver las cosas a su rumbo normal, pero frente a Corea la historia volvió a ser similar, aunque sin final feliz.
La eliminación temprana de Alemania no hace otra cosa que fortificar una frase que Tabárez repite habitualmente, citando a Horacio “Tato” López: “Ganar es difícil, pero volver a ganar es aun más dificil”. Por algo sólo tres selecciones –Uruguay, Brasil e Italia– lograron ganar al menos dos mundiales en forma consecutiva a lo largo de la historia, y la última vez fue hace nada menos que 56 años. Lo de Alemania también deja en claro la enorme paridad que estamos viendo en la actual Copa del Mundo, cuya crueldad no respeta camiseta alguna, por más gloriosa que sea.
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