Antes de hacer del combate de la violencia política –la peste que más gente ha llevado a la tumba en Colombia– el eje de su vida, Héctor Abad fue médico especialista en políticas de salud pública y docente universitario. Calvo, de lentes gruesos, afable, siempre de saco y corbata, Abad también fue padre de un varón y cinco mujeres, esposo enamorado, lector minucioso y cultivador de rosas. De la pasión con la que repudió los crímenes del Estado colombiano y defendió la vida en toda su extensión quedaron el ejercicio médico entre los pobres de Medellín, investigaciones científicas, libros de ensayo, cientos de artículos, discursos y un archivo que es una cartografía de la muerte y la impunidad en su país: fotografías de cuerpos mutilados, cartas de madres desesperadas por la desaparición del...
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