Como en muchas otras actividades, artísticas o no, quienes se dedican al cine o al teatro pronto descubren que no resulta fácil ser actor o actriz, una comprobación que parece mantenerse aun cuando los reflectores se apagan y el artista intenta volver a integrar el mundo de afuera. Acerca de ese punto se extiende el texto del argentino Marcelo Ramos, al proponer seguirle los pasos a Paco (Bananita González), un cómico de revistas de larga carrera que, además de encontrarse en un momento de transición –ya se sabe que el éxito no siempre les sonríe a los intérpretes con la continuidad deseada–, enfrenta una prolongada crisis conyugal, a la vez que se siente atraído por Sandra (Martina Graf), una muy joven y flamante compañera de escena. Las charlas –y encontronazos– de Paco con su compinche, consejero y casi agente Osqui (Juan Gamero) hacen avanzar la trama, mientras crece, para el cómico, su quebradizo vínculo con la recién llegada al ambiente, y se intensifica la distancia que lo separa de Helena (Lilián Anchorena), su mujer de muchos años. La mirada del autor se vuelve, sin duda, comprensiva, al darle a entender a la platea cuán fuertes son para el artista las conexiones que se tejen entre lo que sucede dentro y fuera del escenario, un sentimiento que, desde el propio título, lo incita a exclamar que es necesario salvar al cómico, es decir, ayudar a los artistas en general, de modo que las cosas les vayan tan bien dentro como fuera del teatro, porque si al actor le va mal en uno de esos lados, no es nada difícil que todo se le complique también en el otro. La puesta que dirige la sensible Virginia Ramos extiende la mirada comprensiva sobre los cuatro involucrados, cuyos pasos y explicables contradicciones ponen de relieve que, pese a quien pese, el espectáculo debe continuar. Con tal finalidad, cabe, por lo tanto, proteger –léase salvar– al artista que lo saca adelante. En esta ocasión, vale la pena apreciar el apoyo que la Ramos uruguaya obtiene de un cuarteto en el cual Graf logra reflejar los altibajos de la principiante, junto con una Anchorena que revela el desgaste y la desilusión de quien se rinde ante los acontecimientos que Bananita propicia con controlado manejo de las idas y venidas, las dudas y las depresiones de la contradictoria silueta del nacido para hacer reír. Gamero también sabe extraer el mejor partido de un personaje llamado a moverse en esferas donde no dejan de aflorar sus propios conflictos. A menudo, se dice que la vida del artista es complicada. No cabe duda.
Detrás del escenario
En el Teatro del Centro: “Salven al cómico”.
Foto: difusión
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