Apenas Petru Valensky –comediante de vocación desde el comienzo– pone un pie sobre el escenario, los espectadores ya están a pleno. No importa demasiado el orden en el cual asoman sus personajes con sus excéntricos atuendos, pero sí su enorme entrega en la relación con quienes van a verlo y escucharlo.
El desfile, otra vez con Omar Varela en libretos y dirección, toma como punto de partida el espectáculo Más loco que una cabra, que Petru hizo para la compañía Italia Fausta en 2005. La puesta al día, por cierto, incluye dardos y ocurrencias referidas a los tiempos que corren, con chistes a propósito de figuras de pública notoriedad, como Bonomi, Mujica, Daisy Tourné, Sendic y el mismísimo Puglia, amén de inefables menciones a la programación del Canal 5 o a las telenovelas turcas. Las entradas y salidas del artista dan motivo a que encarne tanto a una primera bailarina como a una irritable cuidacoches que cualquiera podría encontrar a la salida del teatro. Las diferentes siluetas y sus respectivos accesorios de vestuario –Nelson Mancebo mediante– tienen su gracia. Y vale la pena resaltar la celeridad con la que Petru cambia de traje y peluca para continuar con el desfile, que, por momentos, le exige no sólo distintos tonos de voz, sino también diversas maneras de desplazarse.
Hay que verlo y oírlo referirse a cierta gente de Carrasco que se las arregla para no traspasar casi nunca los límites de su vecindario o hablar sobre quienes, pendientes de sus celulares, ignoran a los que los rodean. Dos por tres, las bromas lo llevan a bajar del escenario para comunicarse directamente con algún espectador –o incluso a invitar a algún otro a seguirle los pasos en una instancia determinada–. El público toma estos gestos con regocijada complicidad y nadie parece sentirse molesto o disminuido cuando Petru lo mira y le pregunta alguna cosa, puesto que, desde el comienzo, queda claro que la fiesta es para todos y que las ocurrencias del actor –y de Omar Varela, claro está– hacen efecto tanto hoy como en las largas temporadas de ¿Quién le teme a Italia Fausta?
La culminación trae consigo un punto nuevo, que, de inmediato, se convierte quizás en el momento más entrañable de la puesta en escena, en el que el artista vuelve a vestir sus ropas de todos los días, toma una silla, se sienta y, con mirada franca, repasa su vida frente a la platea. Los recuerdos de su infancia, del barrio Buceo y de sus comienzos en lugares que ya no existen, la mención de entrañables compañeros de escena que ya no están, como Luis Charamello y Álvaro Borges, surgen por allí en un relato que, más allá de las referencias biográficas, se convierte en otra afirmación del compromiso del intérprete con una profesión que le permite mantener un diálogo singular con una platea que lo sigue y lo acompaña.