¿Se acuerda, lector, cuándo acarició a alguien por primera vez? ¿Y cuándo fue acariciado por alguien, por primera vez? ¿Puede reconstruir, acaso, la sensación que recorrió sus terminaciones nerviosas en el momento en que unos dedos se deslizaron por su mejilla, por entre sus propios dedos o por sus llamadas “partes íntimas”?
La semiótica de los gestos, que nos ha provisto de un arsenal de opciones para demostrarles a los demás cólera, alegría o tristeza, e incluso para fingir cólera, alegría o tristeza, nos ha dejado desarmados para enfrentar el gesto íntimo, la construcción gestual y sensorial mediante la cual le trasmitimos al otro una información que trasciende las palabras; aunque hay frases íntimas, claro, como las que se pronuncian durante el llamado “acto sexual”. Sin embargo esas p...
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