Sól es una niña de nueve o diez años que es enviada por su madre a pasar un verano en la granja de unos tíos abuelos. No queda muy claro el motivo de ese mandato, posiblemente algún robo cometido por la niña –al llegar a la granja su tía le dice: “No tienes ojos de ladrona”–, pero no será el único detalle que permanezca en alguna forma de indefinición en esta película.1 La directora islandesa Ása Helga Hjörleifsdóttir elige mirar ese universo –físico y humano–, nuevo para la protagonista, a través de sus ojos. Y la edad y la situación de esa criatura parecen colocarla siempre en una especie de borde que no puede completar casi nada. Desde una infancia aún presente, comienza a asomarse, aunque de forma discontinua y no predeterminada, a la adolescencia. Desde su formación citadina, no tiene más remedio que someterse a las formas de vida y reglas del campo. Desde la ignorancia de los lazos que los adultos tejen entre sí, no puede evitar ser testigo de algunas manifestaciones turbadoras de esos lazos. La extrañeza es entonces la sensación que acompañará a esa criatura, y a la película y sus espectadores con ella. Ya casi al comenzar su periplo campesino Sól tendrá la menuda sorpresa de que hay un extraño compartiendo su cuarto (se ve que los justificados recelos por la pedofilia no llegan al campo islandés), un joven que realiza trabajos zafrales en la granja y que escribe compulsivamente en un cuaderno, que esconde celosamente. Esa cercanía nocturna y el gusto compartido por las palabras ligará a la niña a ese joven tan peculiar, un extraño también él en ese ambiente, a pesar de ser un campesino.
Sin detenerse a explicar ni prolongar historias que apenas esboza, la película bordea así, suavemente, tanto las experiencias nuevas que debe encarar Sól en su nuevo hábitat como la atracción que comienza a sentir por ese joven, que, se insinúa, tiene un trasfondo trágico a lo Cumbres borrascosas, dada su inestable relación con la altanera hija de los dueños de casa. Un personaje clave en ese entorno, a la vez más cercano a la niña por asunto de edad, y mucho más lejano, dada su peculiar manera de reinar en ese ambiente, que es su origen, pero con el que, al parecer, no tiene ni un poco de afinidad. Con los dos personajes, la niña alerta y la muchacha temperamental y contradictoria, el filme esboza dos maneras del ser femenino, opuestas totalmente. Aunque sin detenerse a esbozar definiciones aclaratorias, la peculiar relación de Sól con las palabras y las historias parecen señalar –sólo señalar– que esas diferencias no son solamente un asunto de edad.
Pero, además, la granja es un lugar donde la vida y la muerte conviven por razones de estricta necesidad, y, por ejemplo, los hermosos animalitos con los que una niña como Sól no puede menos que encariñarse pueden ser sacrificados sin la menor vacilación. Asimismo, las historias que Sól va pergeñando, las cosas que escribe su amigo en el cuaderno secreto, el cuento del cisne que su prima le cuenta, van desplegando alrededor de una forma de vida ruda y directa un trasfondo de leyendas, de vuelos con cierto aire mitológico que engloban ese ambiente, pero lo llevan más lejos, hacia un sin tiempo más allá del tiempo concreto en que se inscribe la trama. Es, en muchos aspectos, una película incompleta, que deja preguntas pendientes, y que, sin embargo, contiene un hálito poético y humano que la dota de un encanto peculiar.
1. Svanurinn. Ása Helga Hjörleifsdóttir, Islandia/Alemania/Estonia, 2017. Basada en novela de Gudbergur Bergsson.