No quedaba bien para la crítica literaria encontrar virtudes en un libro de Galeano. Ni siquiera quedaba bien considerarlo un escritor. Se podía perdonar a otros con esa indulgencia que a veces festeja debuts sólo por no perder el tren generacional o que acompaña en prolijo seguimiento las solitarias carreras de antiguas noveles promesas. Pero a Galeano no. Ni siquiera era fácil conseguir críticos de oficio que reseñaran su trabajo en algunas de las redacciones que ahora llenan páginas de luto. Entre los escritores, casi todos cometimos el pecado de negarlo más de tres veces. Galeano se repetía. Cuidaba del personaje midiendo cada palabra. Todo eso era cierto. También era verdad que ningún periodista escribía como él. Había parido, dice la leyenda que en 40 días y 40 noches, un gran report...
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