El malón de obreros ya no atraviesa las calles de Juan Lacaze, porque ya no hay pitidos, ni cambios de turno, ni producción. Las máquinas ya no aturden con su sonido ensordecedor ni la celulosa despide su nauseabundo olor. Al lado del puerto, erguida, está la inmensa fábrica desierta, y la calma sólo la interrumpe un trabajador de uniforme que, antes de montarse en su moto y abandonar la planta, cierra con candado el portón. Es uno de los cuatro o cinco obreros que de momento aún trabajan en la Fábrica Nacional de Papel (Fanapel) para cumplir con un encargo de Granja Pocha, empresa de productos lácteos ubicada en la misma ciudad. A finales de 2016, antes de enviar a sus trabajadores al seguro de paro, Fanapel daba empleo a 300 obreros. Cuatro años antes ocupaba a 1.080.
Si se mira en retro...
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