El páramo - Semanario Brecha
La estrategia de tierra arrasada de Israel en el sur de Líbano

El páramo

Un estudio de universidades estadounidenses con uso de imágenes satelitales revela que Israel ha convertido una larga franja de territorio en el sur de Líbano en una “zona muerta”. Junto al uso de bombardeos masivos como forma de castigo colectivo, esta medida podría extenderse como parte de un esfuerzo por alterar la geografía política de Oriente Medio.

Humo de los proyectiles de fósforo blanco israelíes, en Khiam, Líbano, el 11 de setiembre. XINHUA, TAHER ABU HAMDAN

Israel y Hezbolá están ahora inmersos en una guerra que será difícil de terminar para cualquiera de las dos partes. El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, quiere inclinar permanentemente a favor de su país el equilibrio de poder entre Israel, por un lado, y Hezbolá, junto con su aliado regional Irán, por el otro. Esto será resistido con todas sus fuerzas por Hezbolá, el movimiento de resistencia chiita libanés, cuyo objetivo principal siempre ha sido luchar contra Israel.

Tan solo este lunes, los ataques aéreos israelíes mataron a 558 personas, incluidos 35 niños, e hirieron a otras 1.645, según el Ministerio de Salud de Líbano. La Fuerza Aérea Israelí dice que ha atacado 1.600 objetivos de Hezbolá en el sur de Líbano y el valle de la Becá, pero el terrible número de muertes de civiles demuestra que, como en Gaza, Israel se siente libre de definir como objetivo hostil todo lo que haya en el terreno.

Se escuchan por estas horas comparaciones con la invasión israelí de Líbano en 1982, que también produjo horribles víctimas civiles y una campaña que solo terminó en 2000, cuando las fuerzas israelíes finalmente se retiraron después de no poder derrotar a Hezbolá en una prolongada guerra de guerrillas. Una incursión israelí en 2006 causó mucha destrucción, pero dejó a Hezbolá con una reputación militar mejorada. Pero a medida que el conflicto actual se intensifica, las analogías con estos conflictos pasados resultan engañosas. En muchos aspectos, son las diferencias entre las crisis pasadas y actuales, no las características comunes, las que resultan tan ominosamente reveladoras.

Una diferencia clave es la composición del actual gobierno israelí, dominado más que en cualquier otro momento de la historia del país por fanáticos ultrarreligiosos y ultranacionalistas, plenamente decidido a destruir la resistencia palestina y libanesa de una vez por todas. Creen que este es el mejor momento para hacerlo, ya que la opinión pública israelí favorece ampliamente la guerra desde el ataque de Hamás el 7 de octubre y el presidente estadounidense Joe Biden no está dispuesto a usar su indudable influencia –a través del suministro de armas y el apoyo diplomático– para frenar a Israel.

La nueva postura estadounidense es, con diferencia, el cambio más importante en la situación entre la invasión israelí de Líbano en 1982 y la escalada del conflicto en 2024. Durante casi un año, Biden ha aplicado una política contradictoria (algunos podrían decir hipócrita) de afirmar públicamente que quiere evitar que la guerra en Gaza se extienda a la región, fortaleciendo al mismo tiempo a Israel militarmente contra cualquier represalia que pueda recibir por sus ataques por parte de Hezbolá e Irán. En la práctica, esto le da a Netanyahu una póliza de seguro que le permite correr el riesgo de enfrentar represalias del «Eje de la resistencia» liderado por Irán.

Es debatible hasta qué punto el giro de Biden hacia un apoyo casi incondicional a Israel ha sido consecuencia de su bien documentado deterioro mental o del mayor poder político obtenido en los últimos años por los partidarios ultraderechistas de Netanyahu dentro de Estados Unidos. Además de la gran libertad de maniobra que le ha dado Biden, Netanyahu sabe que sus manos serán aún más libres si Donald Trump gana las elecciones presidenciales en noviembre.

Las intenciones de Israel en el sur de Líbano han sido sombríamente presagiadas durante el último año por la destrucción total que ha infligido en el corredor de cinco kilómetros de ancho al norte de la frontera entre Israel y Líbano, que se convirtió en un páramo inhabitable. Se han arrasado sistemáticamente casas e infraestructuras y los repetidos ataques aéreos han hecho imposible que los residentes regresaran a sus hogares.

Aparte de las bombas y los proyectiles, Human Rights Watch publicó en junio en un informe que había «verificado el uso de municiones de fósforo blanco por las fuerzas israelíes en al menos 17 municipios del sur de Líbano desde octubre de 2023, incluidos cinco municipios donde se usaron ilegalmente municiones aéreas en zonas residenciales pobladas». El fósforo blanco, que se inflama al exponerse al oxígeno, causa lesiones terribles e incendia casas y campos. Inevitablemente, casi toda la población civil de esta zona ha huido y solo quedan atrás las patrullas de la guerrilla de Hezbolá.

Un estudio del Financial Times que combina datos comerciales de satélites con investigaciones del Centro de Graduados de la Universidad Municipal de Nueva York y la Universidad Estatal de Oregón concluyó que Israel ha creado «una zona muerta» en gran parte del sur de Líbano incluso antes del bombardeo de esta semana. Es probable que esta zona de devastación total y permanente se repita ahora en todo el sur de Líbano y en las zonas chiitas del sur de Beirut y el valle de la Becá.

Israel insiste en que está intentando atacar los centros de mando, depósitos de armas y otras instalaciones de Hezbolá, prácticamente la misma explicación que ha dado en Gaza, donde 41.455 personas han muerto, incluidos 16.500 niños, así como ha habido 95.878 heridos, según el Ministerio de Salud palestino.

El devastador bombardeo israelí de Gaza y el sur de Líbano tiene sus precedentes en otras campañas de bombardeos recientes en la región. En todos los casos, los perpetradores dicen mentiras muy similares sobre la precisión del bombardeo y el número de civiles muertos. En 2017, Estados Unidos bombardeó con aviones y artillería la ciudad siria Raqqa, la capital no oficial del Estado Islámico. La ciudad fue destruida, un gran número de civiles fue asesinado y los pistoleros del Estado Islámico finalmente fueron expulsados ​​de la ciudad en autobús, en virtud de un acuerdo para poner fin al asedio. Las fuerzas del gobierno sirio y los rusos se habían comportado de manera muy similar un año antes cuando bombardearon el este de Alepo, reduciendo gran parte de ella a ruinas, pero finalmente permitiendo a los hombres armados que la defendían salir de la ciudad de forma segura.

Los verdaderos objetivos de estas operaciones de asedio, ya sean realizadas por Estados Unidos, Siria, Rusia o Israel, nunca se revelan con honestidad. Las fuerzas guerrilleras, el supuesto objetivo, están equipadas para sobrevivir y escapar de los intensos bombardeos. La afirmación israelí de que una fuerza guerrillera ligeramente armada como Hamás tiene innumerables puestos de mando es claramente falsa. En la práctica, todos estos bombardeos aéreos son castigos colectivos que golpean a la población civil y destruyen infraestructuras civiles como hospitales, escuelas, tiendas, servicios como la electricidad y el agua. El ataque de Israel al sur de Líbano no es diferente a otros y es, sobre todo, un castigo colectivo a sus 600 mil habitantes en pos de objetivos políticos que es poco probable que se alcancen.

(Publicado originalmente en I News. Traducción de Brecha.)

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