El próximo 22 de marzo es el Día Mundial del Agua, pero en Uruguay hay muy poco para festejar. A los conocidos problemas de las cianobacterias, cuencas contaminadas por derivados de agroquímicos y arroyos sucios, ahora se suma otra señal alarmante: Uruguay tiene la más alta proporción en el mundo del agua consumida en sus exportaciones agropecuarias, cuando se la mide en relación con su población.
Cuando el país exporta materias primas, como soja o pasta de celulosa, no solo envía esos productos, sino que también consume agua y energía. En cada tonelada vendida al exterior podría decirse que está incorporada una mochila de esos componentes. En muchos casos los éxitos de exportación, que celebran políticos y calculan los economistas, esconden la sombra de pesados morrales ecológicos por todos los recursos naturales que se consumen, deterioran o queman. Todos esos impactos y deterioros quedan en el país, aunque son invisibles para la economía tradicional. Eso está sucediendo en Uruguay con el agua, y es necesario reconocerlo.
Existe una nueva familia de procedimientos que no están restringidos al cálculo en dinero típico de la balanza comercial. Estiman el consumo de materias, energía y agua a lo largo de las cadenas de extracción y producción. En algunos sitios, esas mochilas ecológicas son tan enormes que un país, antes que exportar cierta mercadería, en realidad está transfiriendo enormes aportes de energía o agua. Un ejemplo son las exportaciones de aluminio de Brasil, que tienen un consumo enorme de energía. Ese país, antes que vender la bauxita procesada, en realidad, exporta energía barata y se queda con todos los impactos que ello acarrea.
Con respecto al agua y a la actividad agropecuaria ocurre algo similar. Para dejar en claro lo que está en juego, por detrás de cada uno de los porotos de soja que componen los más de 85 millones de toneladas que Uruguay vende en los mercados internacionales está toda el agua requerida para sostener los suelos y esas plantas.
Entre esos nuevos indicadores está el que se enfoca en el agua consumida en la exportación de bienes, conocido como agua virtual exportada. Las implicancias son relevantes porque, a escala global, el agua requerida para las exportaciones agropecuarias representó un cuarto de todo el consumo de agua en ese sector; esa proporción se duplicó entre 1986 y 2007.
En este caso la evaluación es análoga a una balanza comercial, pero en lugar de déficits o superávits en dólares, se calcula el saldo del agua embebida en importaciones en comparación con la que consumen las exportaciones. Ese análisis fue llevado a cabo por un grupo en el Politécnico de Torino (Italia), liderado por Elena Vallino, y se publicó unos meses atrás en una reconocida revista académica. Encontraron que Brasil es el país con la más alta transferencia neta de agua virtual, casi toda implicada en exportaciones a China, la cual representa el 6 por ciento del total global. Le siguen Estados Unidos, Indonesia y Argentina. Del otro lado, el país con el balance que arroja la más alta proporción de importación neta de agua virtual es China, seguida muy por detrás por Japón. O sea, China no solo se ha convertido en un gran importador de agroalimentos, sino que en ello, de alguna manera, se apropia del agua de otras regiones.
Muchas de esas situaciones son delicadas, porque el agua que se deriva hacia la industria agropecuaria de exportación no es utilizada en otros sectores. En los países que tienen ese recurso acotado, ya sea por escasez o déficit en lluvias, regar los cultivos de exportación puede significar dejar muchas canillas sin agua entre sus habitantes. En ese sentido, incluso Brasil y Argentina enfrentan ese problema, en tanto ocupan el segundo y tercer puesto en el ránking mundial de escasez del agua, ponderada con esa balanza comercial hídrica.
Pero lo que alarma es que cuando la evaluación se hace en relación con la población, Uruguay salta al primer lugar del mundo. En efecto, el país tiene la más alta tasa neta de exportación virtual de agua en todo el mundo; le siguen Paraguay y Australia. Cuando se comparan esos valores con la escasez de agua dentro de cada país, Uruguay queda en tercer puesto, por detrás de Costa de Marfil y Paraguay.
Esta es otra arista de los riesgos que enfrentan los recursos hídricos en Uruguay y que se suman a otros. Persiste la incapacidad para recuperar cursos de agua deteriorados, como los arroyos Carrasco, Pantanoso y Miguelete, mientras que todas las grandes cuencas del país tienen algún problema de contaminación, lo que es particularmente grave en la del río Santa Lucía. Sobre todo, a ello se agrega que el agua pasa a ser un elemento clave para entender las relaciones comerciales: Uruguay exporta agroalimentos, pero en ello también transfiere agua y otros recursos. Por todas estas razones, ante los festejos del Día Mundial del Agua, volver a repetir discursos y promesas ya no es suficiente. Es indispensable un cambio radical en las políticas ambientales.