La experimentación sobre la combinación de música y escena es un sello personal de la directora y dramaturga Lucía Trentini, quien se arriesga, a través de esos lenguajes, a narrar ficciones en novedosos formatos del musical. En 2014 fue protagonista del monólogo Música de fiambrería, un policial dirigido por Diego Arbelo. Su fuerte impronta vocal le valió el premio Florencio como revelación. Desde entonces no ha dejado de sorprender con sus creaciones. En 2016 presentó Muñeca rota, un musical también policial de mayor formato en el que una banda en vivo acompañaba las acciones de los personajes. En 2017 estrenó Inconfesable. Sonata para dos actrices, donde actuaba junto a Josefina Trías e incorporaba elementos del videoarte. Con Ejecución pública, tocar o morir demuestra su ductilidad como directora e incorpora la presencia de la percusión como lenguaje escénico.
La elección del título refiere al hilo narrativo y a la presencia de los músicos en escena, que adquieren el rol de personajes. Ejecutan sus instrumentos de percusión alejados de las formas clásicas (todos los elementos presentes en la escena se vuelven instrumentos: chapas, serruchos, ruedas de bicicleta, bidones de agua, piedras, etcétera) mientras son expuestos al sometimiento público de un hombre parlante (José Pagano, en una lograda interpretación tanto en escena como en el formato audiovisual), que como un Gran Hermano envía sus órdenes desde una gran pantalla que ocupa el centro de la escena. Los cinco percusionistas-actores utilizan la música como forma de expresarse frente al verdugo; a través de ella responden a sus exigencias y también componen su presencia vital y creativa. Otros dos personajes denominados “alcahuetes” los acompañan. Uno responde a los pedidos del represor y el otro dialoga desde el piano con el resto de los músicos. Las proyecciones a cargo de Diego Ferrando son un punto alto en la apuesta estética del montaje.
Es muy interesante el trabajo de intervención en el espacio. En el hall de entrada de Tractatus hay una mesa con copas, cuerdas, cubiertos, legumbres, cadenas, etcétera. Todo tiene una capacidad sonora latente. También se invita al público con copas de vino. Paradójicamente, en el interior de la sala el espacio escénico adquiere una bella forma visual con elementos fríos, de metal, que remiten a instrumentos de tortura que penden a diferentes alturas. Un logrado trabajo de iluminación a cargo de Lucía Acuña destaca esta composición, que pronto se transforma en un espacio sonoro, envolviendo al público en una potencia inusitada. Trentini aprovecha el talento de los músicos Mauricio Ramos, Rodrigo Domínguez, Andrea Silva, Sebastián Pereira, Sebastián Macció y Agustín Texeira para trabajar, mediante la potencia de la percusión y el piano en vivo, los extremos de la represión y la subversión. Todos son percusionistas de larga trayectoria (algunos se han formado en la Escuela Universitaria de Música, otros integran bandas como Latasónica, el ensamble de percusión Horma Möbius, la murga Queso Magro, etcétera). En la muy buena acústica de la sala, destaca además el trabajo de Juan Martín López en la instalación sonora.
La música trasmite estados y es un fuerte elemento narrativo: es un mérito de la directora utilizarla con tanta precisión para potenciar su impronta actoral. La búsqueda da como resultado una pieza líquida, que transita entre los diversos lenguajes sin poder catalogarse. Ejecución pública, tocar o morir se presenta como la primera parte de una saga que promete continuar. Trentini fue seleccionada por el teatro Solís para una beca en el Lincoln Center de Nueva York, donde se encuentra haciendo una residencia artística. A su regreso llevará a escena la segunda parte de esta historia, que si repite equipo creativo seguro tendrá un valor estético de vanguardia muy importante para nuestro medio.