No es fácil crear una comedia con sus ritmos, sus giros y sus guiños inteligentes. Menos todavía si se parte de un hecho trágico que, como en este caso, sucedió en la vida real. La actriz Cecilia Sánchez (recordemos sus inolvidables roles en Mi muñequita, Gatomaquia, Las conquistas de Norman, etcétera), que ha transitado por la comedia en una infinita cantidad de ocasiones, decidió lanzarse a escribir y dirigir una comedia luego de haber perdido a su bebé cuando este tenía un mes de vida. Sobre esa pérdida tan insalvable, la resiliencia y el tabú que ronda la muerte trata su obra La pérdida. Un plan franco, que pone en escena a un elenco de grandes actores que la acompañan en este viaje creativo y de sanación.
Al ingresar a la sala de La Gringa el ambiente agobiante se percibe desde la acertada construcción de la escenografía (a cargo de Tamara Couto y Lucía Tayler). Una plataforma inclinada, que parece querer aplastar a los protagonistas, recrea el ambiente de un sótano. Ahí aparece la primera rareza del texto: dos personajes (Fernando Amaral –el padre de la beba– y Gustavo Saffores –su amigo–) planean secuestrar a un médico. Aun desde el dolor más profundo e indescriptible Amaral construye la figura del padre que transita toda la primera parte de la obra tratando de llevar a cabo su plan: secuestrar a la doctora que lideró el equipo médico que trató a su hija en el proceso de su muerte. Los equívocos no tardan en aparecer y se despierta el humor de una situación delirante que, si bien así lo parece, puede acercarse demasiado a lo real. En medio de los giros cómicos aparecen discursos de denuncia de los personajes sobre las fallas del sistema de salud, los rígidos protocolos de actuación, la falta de explicaciones certeras y, sobre todo, la ausencia de humanidad en el trato con la pareja que vive una pérdida tan honda que no se parece a ninguna otra.
Es un logro del equipo haber alcanzado la distancia necesaria para construir los momentos de mayor humor. Para componer las primeras escenas Sánchez se inspiró en la película Perros de la calle, de Quentin Tarantino. Ese ritmo vertiginoso se logra entre el trío de actores que se concreta con la aparición del médico interpretado por Carlos Rompani. Lo patético fluye entre los secuestradores y el rehén, que no encajan en sus categorías esperables. Sánchez profundiza en los enredos con un nuevo personaje, encarnado por Gastón Torello (el dueño del local), que compone la mirada más externa y distanciada ante la penosa situación. La puesta en escena cambia marcadamente de tono cuando se introduce el personaje de la madre, con la interpretación firme y sensible de Leonor Svarcas, que lleva la escena hacia lugares más dramáticos. Dada la cercanía de la vivencia, fue el personaje que a la directora más le costó trabajar, y llega para culminar la obra con todo su dolor y toda su verdad. Svarcas desarrolla un discurso cargado de sensibilidad, en el que habla de su pérdida y sus vivencias, y de un vacío tan hondo que nada ni nadie puede llenar. Nuevamente el acierto de la escenografía y la iluminación transforma su mundo para demostrar que, a pesar de todo, hay un camino que se abre para poder seguir.