Una pareja de gente mayor y una mujer más joven irrumpen en escena. La idea inicial del espectador es que se trata de la historia de un matrimonio cuya relación se resquebraja debido al vínculo que el hombre parece mantener con una tercera en discordia. Pero, en realidad, el desarrollo será mucho más complejo e intrigante que eso. No conviene adelantar demasiados detalles, de forma que sea el propio público el que descubra y analice los puntos que el joven dramaturgo costarricense Kyle Boza desgrana a propósito de una sagaz observación del trío.
Por cierto, todo gira en torno al sentimiento del amor y de los lazos entre los integrantes de una pareja, por más que también importa sobremanera la alusión al paso de los años y a las alteraciones que el propio transcurso del tiempo produce en la vida de cada hombre y cada mujer. Las referencias al medio que los rodea –un país que sufre inestabilidades políticas– y a la probable interferencia de terceras personas –el mentado y eterno triángulo amoroso– complementan la observación que Boza lleva adelante para establecer que los años conllevan cambios drásticos en la identidad de los protagonistas. El alcance de tales procesos se dilucida frente a la platea, que, de buenas a primeras, descubre que aquello que tiene lugar en el espacio teatral tiene claros puntos de contacto con lo que puede sucederles a quienes lo contemplan desde su butaca.
El trío establece una dinámica de inesperadas jugarretas, que Fabián Sales, desde la dirección, se encarga de sugerir con una inspirada utilización del cuadrilátero en torno al cual se ubican los espectadores. Sales, de procedencia uruguaya, hace años que reside en Costa Rica y, en el presente trabajo, no deja dudas del entendimiento que mantuvo con Boza en una tarea que el primero extendió hasta hacerse también cargo de la ambientación y las luces de una puesta que atrapa a la concurrencia desde el inicio, habida cuenta de los acordes que el músico Alejandro Jiménez desgrana en bien dispuestas oportunidades. La labor de Boza y Sales encuentra, sin duda, en la actuación de Pepe Vázquez, Isabel Legarra y la hondureña-costarricense Shirley Rodríguez a los mejores exponentes de un planteo que despierta, en los espectadores, un merecido y constante interés.