—Que te llames Verónica quizás sea noticia.
—Sólo mi padre me llamaba por mi nombre auténtico. Luego no he conocido a nadie que lo haga.
—La poesía comenzó a los 15, con un poemario de Delmira Agustini, regalo de tu madre; ¿tus otras vocaciones tienen fecha?
—La infancia fue la edad de los lápices de colores, crayolas y todo utensilio que sirviera para pintar en esta casa (estamos en su hogar de la calle Tabaré, donde nació y vive). Aquí era bien recibido todo niño que no tuviera amigos para dibujar.
—Que no tuviera con quién compartir ese placer.
—Claro, el dibujo fue la relación exclusiva que nos unió, de niños, con Arturo Castellá, un escultor que ojalá nos regale más obra. Él venía con sus hojas y lápices de colores, desplegábamos todo en la mesa, solemnes, dibujábamos horas y se iba.
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