Hasta mañana, las familias migrantes residentes en España y Uruguay pueden inscribirse en el proyecto Catalejo,1 que las invita a escenificar y filmar sus vivencias. La titiritera española Cristina Robledillo y el director teatral Gabriel Macció coordinan este ejercicio, que presta especiales oídos a la juventud.
—¿Cómo surgió esta iniciativa?
Gabriel Macció: —Ante la imposibilidad de estrenar, en mayo de este año, la obra teatral De las entrañas –basada en una experiencia migrante que llevó a Cristina a salir de España en 2013 y regresar en 2019–, pensamos que una buena forma de comenzar a acercarla era proponer un laboratorio virtual de creación escénica dirigido a familias migrantes que residen en Uruguay y España. Durante tres encuentros, mediante videollamada y partiendo de algunas escenas de la obra, las familias reciben estímulos o se les dan disparadores escénicos, musicales y audiovisuales cuyo objetivo es ayudarlas a crear y filmar una pieza escénica de unos pocos minutos que refleje sus sentimientos y reflexiones en torno a dos tópicos: la migración y la pandemia. Los estímulos musicales están a cargo de Manuel Galanes; los audiovisuales, a cargo de Álvaro Adib, y Cristina y yo aportamos recursos de las artes escénicas, el títere y la manipulación de objetos. También solicitamos a las familias que tomen fotos durante el proceso creativo. Ambos materiales, los audiovisuales y las fotos, integrarán una exposición que montaremos, luego del retorno a la normalidad, en el Museo de la Historia de la Inmigración de Cataluña y en el Centro Cultural de España de Montevideo. Exhibiremos esta producción, además, en la sala en la que finalmente estrenemos la obra De las entrañas.
Cristina Robledillo: —Catalejo también surgió por la empatía con quienes están viviendo procesos de migración en el contexto de la pandemia. Yo misma, a pesar de haber vuelto a casa, siento que continúo migrando, porque las cosas, aquí, cambiaron tanto como lo hice yo. Entonces, en tren de empatizar con las personas en tu misma situación, de aterrizar incertezas y colaborar para que todos y todas podamos apartar la atención de la danza de números macabros y la hipervigilancia de la pandemia, me pareció valiosísimo este proyecto, que apuesta a poner la creatividad al servicio de la resiliencia y el vínculo con los demás, que es lo que nos salva.
—¿En qué países estuviste, Cristina?
C R: —Bajando desde México por la ruta Panamericana, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Colombia, Ecuador, Perú, Argentina y, de 2016 a 2019, Uruguay.
—Percibo un oxímoron en los temas que el proyecto propone, en tanto la migración impone un movimiento y la pandemia, lo contrario: una inmovilidad. ¿La propuesta incluye, en algún sentido, esta contradicción?
G M: —No en la forma en que lo planteás –por cierto, interesante–, sino en el hecho de que la condición humana es, por naturaleza, migrante. Permanentemente estamos asumiendo nuevas circunstancias materiales y emocionales. Y una manera de lidiar con eso es nutrirnos de lo que otros nos dan e intentar corresponderles. La migración te obliga a reconstruirte apoyándote en la cultura y la sociedad a la que llegás, y la adquisición de nuevos comportamientos y valores, y hasta de un nuevo idioma, es particularmente impactante para las generaciones jóvenes. El sábado tuvimos el primer encuentro del proyecto Catalejo. Dos niñas marroquíes, que participaron junto con su madre, comentaban que ellas y sus hermanos habían nacido en España. En la imagen, sin embargo, las veías a las tres con la cabeza cubierta por sus respectivos atuendos en pleno verano barcelonés. Estos elementos culturales aparecen en los discursos de las familias y potencian su singularidad, ligándolas con el hecho teatral en tanto narración de subjetividades. Por esto, también, Catalejo aspira a darles un lugar cierto a niñas, niños y jóvenes, cuya visión y cuya reflexión sobre estos temas constituyen un insumo de alto valor para una misión principal de las artes escénicas: resignificar la realidad.
C R: —Creo que la migración y la pandemia están conectadas, porque la creatividad que necesitas para adaptarte al país al que emigras es muy útil, también, para atravesar una situación de cuarentena y distanciamiento social. Al movernos abruptamente el piso, el coronavirus nos obligó a todas y todos a reinventarnos, como dicen, a encontrar un modo original de reestructurar nuestras vidas. Esta universalización de la calamidad es una oportunidad para que asumamos, de una buena vez, que lo que nos caracteriza como especie es la interdependencia, no la discriminación ni el sálvese quien pueda. Nos llama a abrirnos a pensar y compartir con otros y otras la construcción del nuevo mundo.
—¿Cómo evalúan la participación de las familias que asistieron el primer encuentro?
C R: —Fue muy emotivo y productivo. Fue evidente la avidez por compartir tristezas, alegrías y sugerencias.
G M: —Se inscribieron marroquíes, colombianos, venezolanos, cubanos y uruguayos que viven en España. Los resultados del encuentro evidencian, para mí, dos cosas: que el teatro sigue dando encuentro –es decir, oportunidades de ver el mismo asunto desde distintas sensibilidades– y que continúa demostrando que es un arte orgánico, que va rehaciéndose a la medida de sus limitaciones.
1. El equipo del proyecto Catalejo está integrado por Cristina Robledillo, Gabriel Macció Pastorini, Manuel Galanes y Álvaro Adib, con la producción del Centro Uruguayo de Teatro y Danza para la Infancia y Juventud, Ida y Vuelta, Arts escèniques i Educació y Camaleónica Gestión Cultural. Quedan dos encuentros de este proyecto: los sábados 11 y 18 de julio, de las 10.00 a las 12.00 de Uruguay (15.00 a 17.00 de España). Las inscripciones se hacen, hasta mañana, en cutdij@gmail.com y (00598) 099224146.