“Cuando yo era chico, la maestra nos hacía leer en voz alta, y a nosotros no nos gustaba. Sólo con el paso del tiempo aprendí que eso había sido muy importante en mi formación”, repitió Galeano en varias entrevistas. Y es bien sabido que gustaba de las lecturas de sus textos, que modulaba con evidente fruición y sabedor de cómo y con qué cautivar a su público. Lo hizo en teatros, en foros, en ferias del libro. Y también en escuelas. Con el tiempo sus hijos se habrán acostumbrado a escucharlo, a hartarse incluso, a cargarlo por algún tic, pero en 1964, Verónica, su hija mayor, con 5 años, en los bancos de preescolares del Colegio Latinoamericano, era puro orgullo y sorpresa. Eduardo había ido a leer un texto y a charlar sobre la segunda marcha de los cañeros a Montevideo. Y mi padre, Gerard...
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