La esquina de Manuel Alonso y 4 de Julio se ha convertido en un punto de encuentro del circuito alternativo de escenarios de Montevideo. Allí se encuentra El Almacén Teatro, que adquirió su nombre porque en esa esquina funcionaba antiguamente un almacén de barrio de los bisabuelos del director André Hübener. El espacio funciona desde 2014, cuando el grupo estrenó su primera obra, Schmurz, el hombre que quedó ido, y desde entonces no ha dejado de presentar interesantes y potentes propuestas escénicas que invitan a volver. Para asistir a su último montaje, La langosta (dirigida por Hübener, con la dramaturgia del fraybentino Leonardo Martínez), hay que reservar por mail con bastante anticipación.1
El director visualiza el montaje como una gran composición musical y aprovecha el talento de su elenco para ello (se destacan las participaciones vocales de Lucía Bonnefon y Viviana Stagnaro). La anécdota se desarrolla en una oficina donde la neurosis del equipo de trabajo se retroalimenta dentro del sofocante encierro. Hay un excelente diseño del espacio (recordemos que es una sala pequeña y, por ello, íntima), que permite la movilidad del numeroso elenco con soltura y acompaña la construcción coreográfica del montaje (el diseño de escenografía, cuidado en todos los detalles, está a cargo de Maite Bastarrica). Hübener construye personajes paródicos, grotescos, que transitan con desparpajo por el absurdo enmarcados en una gran pieza sonora. El diseño de sonido reproduce los sonidos típicos de la oficina en las acciones repetitivas de los personajes, se construye desde la distorsión de discursos superpuestos y aflora en números de canto que irrumpen de forma inesperada, enfatizando el sinsentido de su lógica interna.
En La langosta hay un diálogo crítico entre el adentro y el afuera; Sebastián Torres encarna a varios personajes que representan ese exterior que es percibido como amenaza. Se destaca su ductilidad para convertirse en Mirta, Ruben, Seba y Martín, los usuarios de esta oficina, que en cada aparición de-satan problemas que el conjunto no puede resolver. Ese afuera amenazante está plagado de langostas, tan nocivas como el grupo cerrado que este conjunto de oficinistas representa. Camila Vives interpreta a la auxiliar de servicio de origen extranjero, que también lucha contra los estigmas y la discriminación, y parece ser el único ser, dentro de la oficina, que comprende a las personas que ingresan desde el exterior. Sobre la amenaza de ese “otro”, del “distinto”, de la incapacidad para lograr empatía, sobre la neurosis colectiva que se transforma en paranoia sin sentido nos habla este texto de Martínez, que utiliza el humor como herramienta crítica.
El elenco acompaña con mucho talento las líneas de la dirección. Gabriela Pérez encarna a la nueva jefa, Patricia, y se desenvuelve con destreza a partir de la serie de altibajos emotivos que la pieza propone. El equipo se completa con la participación de Juan Frache, Ana Fernández, Ilana Hojman y Alfonso Balbis. Sin duda, se trata de una propuesta que escapa al circuito habitual –mientras demuestra que es posible la autogestión–, recibe a su público al mediodía y lo invita a compartir un almuerzo improvisado, a puro rock. El grupo El Almacén se estará presentando, además, en el Primer Festival Red de Artes Vivas; mostrará Claudia, la mujer que se casa y El monstruo, así que se trata de una gran oportunidad para ver montajes anteriores del colectivo.
1. elalmacen.teatro@gmail.com. La obra va los sábados y los domingos a las 13 horas, hasta noviembre.