Al entrar en la sala, el espectador advierte que el espacioso escenario del teatro ha sido transformado en un amplio andén de ferrocarril. Tal panorama abre camino a que la platea se enfrente a los tres únicos personajes que irrumpen en dicho espacio para aguardar su tren. Son un hombre con trazas de desgastado y nervioso ejecutivo, una abuela de aire inseguro y una decidida jovencita. En cierto momento, uno de ellos, al referirse a las características de otro, lanza una comparación con los habitantes lunares. La concurrencia deberá decidir si por allí se ha asomado algún selenita o, en cambio, aquellos pocos que se desplazan por el andén no reflejan, en alguna medida, rasgos que quien ocupa cualquiera de las butacas podría descubrir como propios. Esas reflexiones pueden dar lugar a una charla a la salida del teatro, después de haber visto y escuchado al trío que Marcelo González Fehér diseña con mano inspirada, y aluden a una situación en la cual la realidad y el absurdo conviven con pasmosa naturalidad a lo largo de un intrigante desarrollo.
Descubrir cómo es, de dónde viene y adónde se dirige cada uno de los integrantes del trío resulta tan interesante como los posibles vínculos que se esbozan entre ellos durante una espera singular y, de pronto, más o menos lógica. Es al director Carlos Rodríguez a quien le corresponde manejar con sutileza los puntos referidos; González Fehér y Rodríguez, con el apoyo del preciso vestuario de Felipe Maqueira, las bien dispuestas luces de Martín Blanchet y la imprevista música de Carlos Rodríguez, cuentan con mucho ritmo (¿suspenso, quizás?) una historia que transcurre en ese andén, espacio sugerente diseñado por el mismo director.
Andrés es la silueta que Fernando Amaral encarna con creíbles toques de impaciencia, inseguridad y una soledad que disfraza con súbitos arranques dictatoriales. La última en aparecer será Lucía, una chica que Lucía Soca dibuja con la desenvoltura del caso y que, por momentos, brinda la impresión de pisar el suelo de manera bastante más firme que el tal Andrés y la, de a ratos, vacilante y, en otros, decididamente sabia Basilia, que Cristina Morán interpreta con ejemplar domino de tonos, miradas, gestos y movimientos. La labor de la actriz, cabe señalar, impresiona como un logro digno de especial admiración en la carrera de alguien que suele identificarse como comediante. Tanto lo que dicen como lo que quizás no se atreven a musitar Andrés, Basilia y Lucía es muy digno de ser tenido en cuenta por quienes se ubican del otro lado del andén, y cuentan, asimismo, con algo para compartir u ocultar. Los selenitas, como se sospecha, pueden aparecer por cualquier parte.