Una selección variada nos ofrece esta muestra,1 casi una antología de la producción fotográfica de Jorge Vidart (Sauce, 1950). Casi, porque el énfasis está dado en la continuidad de una tradición testimonial, antropológica si se quiere, del reportaje social, pero que se extiende hacia zonas liminares de mayor alcance poético.
Vidart, “Bocha” para sus conocidos, practica una fotografía de la proximidad que se inmiscuye en las almas de los personajes de un pueblo, de un barrio, con un sentido del género reportaje –y el retrato– más bien generoso. No se queda en el mero registro “congelado” de la persona en un momento histórico equis, sino que a partir de la circunstancia captada habilita el nacimiento de una historia o su desarrollo. Por ejemplo, “Pareja de agricultores, nordeste de Canelones” (hacia 1986) nos presenta a dos ancianos –que son pareja, pero que el tiempo vivido los ha hermanado y arrimado sus fisonomías– , sentados en la cama, obedientes, con un crucifijo que se duplica, en la mano de la mujer y en el rosario colgado en la pared. Pareciera que algo han dicho o están por decirnos, y el verdadero tema de la foto es, mucho más que el documento de sus presencias, aquello que imaginamos de su relación y de cómo suponemos conciben la religión que los sostiene.
Al oficio técnico (fidelidad a la foto analógica y a la película Kodak Tri-X) Vidart agrega una sensibilidad por lo narrativo que trasciende la supuesta pureza del blanco y negro. Evita esteticismos preciosistas para adentrarse en personajes anónimos: las viejitas que sacan los pies del Topolino en la rambla de Montevideo como si fueran a meterlos en una palangana, con el perrito atado a la manija de la puerta del auto. (“Rambla República Argentina esquina Paraguay”, Montevideo, hacia 1990).
El drama social adquiere un relieve más notorio en el sepelio de Wilson (“Entierro de Wilson Ferreira Aldunate”, Montevideo, 1988) con el rostro de una joven llorando en el centro de la toma. Pero por regla general Vidart no recurre a los gestos trágicos, no editorializa –influencia declarada de Robert Frank–. En cambio, se mete en la vida rural para darnos esa notable estampa de un niño hojeando una revista de historietas, las piernas colgando de la caja de un camión colmado de ajos, mientras los adultos pelan otros ajos y otros niños juegan o trabajan a la distancia. (“Nordeste del departamento de Canelones”, hacia 1986).
Entre 1976 y 1981 Vidart estuvo preso por la dictadura uruguaya. Nos cuenta el curador Pablo Bielli: “Durante el período que estuvo detenido en el Penal de Libertad, Vidart dedicó mucho tiempo a la lectura –William Faulkner y Thomas Mann principalmente– y, como tantos otros reclusos, utilizó el medio epistolar como forma de vincularse con el mundo exterior”. Ambos datos, la lectura y la escritura manuscrita, resultan claves para esta exposición. Los trabajos recientes lo encuentran con una serie de fotos intervenidas por una grafía que es doméstica y trascendente a la vez: “Tantas cosas detrás de los médanos”, “Todo por hacer y queda poco tiempo” son poemas visuales en los que la imagen no se repite en el texto sino que lo extrapola y se abre a nuevos significados. Sauce, Asunción, Nicaragua, Valizas, Montevideo son algunos destinos transitorios que definen una personalidad inquieta y comprometida con su arte. Vidart se aproxima a los otros y nos los brinda con la misma autenticidad que los descubre mientras en ese diálogo se descubre a sí mismo.