Galeano. Los primeros trazos - Semanario Brecha
abril 2025: GALEANO DIBUJANTE

Galeano. Los primeros trazos

Eduardo Galeano fue un hombre de las artes visuales, una faceta de su obra no tan visitada y a la que aquí buscamos rendir tributo. A diez años de la muerte de quien fuera uno de nuestros fundadores, este especial de Brecha recoge al Galeano dibujante –caricaturista, viñetista, ilustrador– en el diario El Sol y al crítico de arte en esas mismas páginas. Una entrevista a los historiadores Vania Markarian y Franco Morosoli sobre el archivo Galeano-Villagra que custodia el Archivo General de la Universidad contempla también esa dimensión: al frente de la Gaceta Universitaria y más tarde de Crisis, Galeano imprimiría un cambio radical en el diseño gráfico. Detrás de aquellas decisiones, la sonrisa de un muchacho que empezó a dibujar en la prensa con apenas 14 años.

Editorial

Yo era un muchacho,
casi un niño, y quería dibujar.

Eduardo Galeano
(«Ventana sobre el arte II», de Las palabras andantes)

Eduardo Galeano siempre emplazó su pasión por el dibujo en la infancia. En el canal Encuentro, de Argentina, conjuró esta síntesis: «Cuando era chico me gustaban los libros con figuritas, o sea, los libros de puras letras me parecían aburridísimos, y de ahí yo creo que me llegó, atravesando los tiempos, los días y los años, esta manía mía de meter figuras en los libros, que yo mismo dibujo o monto o que provienen de algunos artistas que admiro, como, por ejemplo, José Guadalupe Posadas, gran grabador mexicano, o J. Borges, grabador también, del nordeste del Brasil, el último de los mohicanos de la literatura de cordel, con quien también hice un libro. Y me gusta mucho ese juego de las imágenes y las palabras y creo que eso proviene de la infancia, de que en la infancia me daban terror los libros de puras letras. Y en todo caso, cuando no hay imágenes, me gusta que haya espacios vacíos, en blanco, que son como los silencios, imprescindibles para que las palabras multipliquen su sentido».1

Cuando a principios de los cincuenta empezó a publicar sus primeros dibujos en El Sol, semanario político del Partido Socialista dirigido por Emilio Frugoni durante largo tiempo, tenía 14 años. Para entonces, dibujaba en la pieza de la Casa del Pueblo con Raúl Sendic, 15 años mayor, que escudriñaba los dibujos por encima del hombro y le soplaba gracias y sornas políticas. También sabían de discusiones, Eduardo y Raúl. Se sabe que el viejo Frugoni y el joven Galeano tenían por norma ir al cine los domingos y partían de ahí, de la Casa del Pueblo. Iban al Trocadero o al Metro y ese bien pudo ser el bautismo de la perdurable cinefilia de Galeano. Hace poco, cumplido el centenario de Sendic, Samuel Blixen escribió sobre los tiempos de Gius,2 que así firmaba sus dibujos y caricaturas en El Sol: «Eduardo Galeano conoció a Raúl Sendic cuando era un pibe que entraba al mundo del periodismo por la puerta de las caricaturas políticas desde las páginas de El Sol. Sendic –que supo ser el Bebe mucho antes de ser tupamaro– visitaba asiduamente la pieza de la Casa del Pueblo, donde funcionaba la redacción del semanario. Era un escenario informal propicio para retomar los tiroteos verbales durante las sesiones del Ejecutivo del Partido Socialista, que él integraba, que terminaban por sacar de las casillas al secretario general Emilio Frugoni, quien también oficiaba de director del semanario. Frugoni no sabía cómo lidiar con aquel canario mordaz que despreciaba convertirse en abogado porque le bastaba con ser procurador y cuya irreverencia lo perseguía sin piedad por la casona de la calle Soriano. […] Poco antes de abandonar Montevideo y sentar sus reales en Paysandú (donde comenzaría a crecer su fama de vengador de injusticias como representante de empleados, peones y obreros), Sendic y Galeano fueron tejiendo una particular amistad. En sus incursiones por la redacción de El Sol, el Bebe se demoraba mirando por encima del hombro de Galeano para seguir los trazos del dibujo aún incierto y solo aventuraba opinión sobre los detalles políticos del personaje o la situación que sería caricaturizada. El dibujante agradecía la filosa ironía del observador; había un tácito acuerdo en que la tarea estaba terminada cuando se estampaba la firma: GIUS, una especie de reproche por el origen anglosajón del apellido paterno, Hughes».

En el especial que el lector tiene entre manos se recogen algunas de las ilustraciones y caricaturas de Galeano para El Sol, más unos ejemplos de su escritura como crítico de arte en las mismas páginas.3 Comparece también, de colada, una caricatura de Fidel Castro que Galeano dibujó para Marcha.

Esta breve introducción quiere cerrar con un texto que es síntoma elocuente de la pasión que siempre sintió Galeano por las artes visuales; una filigrana de palabras que delata mucho escrúpulo y afecto cuando se trata de hablar de tinta, talla o imprenta; palabras, también ellas, con vocación de imágenes. Viene a ser una suerte de prefacio, una de las muchas ventanas del libro Las palabras andantes, ilustrado por el grabador nordestino J. Borges. Se llama «Ventana sobre este libro» y dice: «Una mesa remendada, unas viejas letritas móviles de plomo o madera, una prensa que quizás Gutenberg usó: el taller de José Francisco Borges en el pueblo de Bezerros, en los adentros del nordeste del Brasil. El aire huele a tinta, huele a madera. Las planchas de madera, en altas pilas, esperan que Borges las talle, mientras los grabados frescos, recién despegados, se secan colgados de los alambres. Con su cara tallada en madera, Borges me mira sin decir palabra. En plena era de la televisión, Borges sigue siendo un artista de la antigua tradición del cordel. En minúsculos folletos, cuenta sucedidos y leyendas: él escribe los versos, talla los grabados, los imprime, los carga al hombro y los ofrece en los mercados, pueblo por pueblo, cantando en letanías las hazañas de gentes y fantasmas. Yo he venido a su taller para invitarlo a que trabajemos juntos. Le explico mi proyecto: imágenes de él, sus artes de grabado, y palabras mías. Él calla. Y yo hablo y hablo, explicando. Y él, nada. Y así sigue siendo, hasta que de pronto me doy cuenta: mis palabras no tienen música. Estoy soplando en flauta quebrada. Lo no nacido no se explica, no se entiende: se siente, se palpa cuando se mueve. Y entonces dejo de explicar; y le cuento. Le cuento las historias de espantos y de encantos que yo quiero escribir, voces que he recogido en los caminos y sueños míos de andar despierto, realidades deliradas, delirios realizados, palabras andantes que encontré –o fui por ellas encontrado–. Le cuento los cuentos; y este libro nace».

  1. «Los días de Galeano: dibujos y silencios», en canal Encuentro, 2005. ↩︎
  2. «El hermano más hermano de Artigas», por Samuel Blixen, Brecha, 21-III-25. ↩︎
  3. «Por las exposiciones», columna de crítica de arte que escribía en El Sol y que firmaba como «ehg» (y, eventualmente, «Eduardo Hughes Galeano»). ↩︎

Sofi Richero