La única fecha que el teatro Solís tenía disponible para un concierto de la cantante y compositora Rossana Taddei coincidía con su cumpleaños número 51.1 Ella la aceptó como una oportunidad para volver a soplar burbujas de gratitud sobre nuestras cabezas.
—¿Cómo fue tu primer acercamiento a la música?
—Tenía 7 años y vivíamos en Suiza. Nuestro primo, José Luis Taddei, tocaba la guitarra y el charango, y era un apasionado del folclore latinoamericano. Al ver que mi hermano Claudio y yo teníamos condiciones para la música, junto con un amigo italiano, Stefano Marsiglia, comenzaron a pasarnos acordes. En ese grupito yo tocaba el bombo y cantaba, porque ya tenía la voz predispuesta al canto. La música también era una presencia en mi casa: mi padre, Julio, era artista plástico y mi madre, Cristina, cantaba todo el día y nos ayudaba a memorizar las letras del repertorio que armamos con ese grupete.
—Emigraron a Suiza cuando tenías 1 año. ¿Fue un exilio político?
—Nací en 1969 y partimos en 1970 o 1971. Estaba configurándose la dictadura y mis padres habían iniciado una aventura como chacreros, en la que no les iba nada bien, por falta de experiencia. Mi padre, su padre y mis bisabuelos, Cristofforo y Europina, nacieron en Monte Brè, una montaña del cantón suizo Ticino, donde se habla italiano, mi lengua madre. Regresamos de Suiza en 1981.
—En abril volvés a Suiza para una larga estadía artística. Cuando estás en una patria, ¿extrañás a la otra?
—Pasa, sí. La canción “No tengo idea” habla de eso. Es una dualidad que el tiempo me ayudó a transformar en comprensión. Entendí que no se trata de acá o allá, sino de acá y allá. Y todos mis viajes siempre fueron artísticos, nunca de mero placer. El placer es la posibilidad que te dan de interactuar con colegas y salir a caminar y conocer. Compartí, por ejemplo, una noche de tarantela con músicos italianos, entre los que estaba Vincenzo Fonti, un amigo siciliano que había integrado nuestra primera bandita juvenil en Suiza, y conocí la riquísima historia cultural que hay detrás de lo que se ha difundido como un baile de saltitos. La antigua tarantela era tocada por músicos con poderes para exorcizar males del cuerpo y el alma de un tarantado, o una tarantada, que es la persona mordida por una tarántula. Saltan, al bailarla, porque están matando arañas. Te recomiendo el video en Youtube. Poné “tarantella” o “taranta”. Está en blanco y negro, pero es fantástico.
—¿Qué estrategias utilizaste para sanar tu interior, no tu música?
—No puedo disociar música y vida: el arte es lo que me ha sostenido y sostiene a diario. El trabajo espiritual y la introspección son como venas por las que circula la inspiración poética y musical. Mi mente está siempre atenta y observo mucho. Donde vivo ahora, además, la naturaleza entra por todos los poros.
—¿Dónde estás?
—Fortín de Santa Rosa. Tengo cerca el mar; tengo plantas, un huerto en el fondo, cuatro gatos y un perro que vinieron por su cuenta, un colibrí, un sapo. Contemplar estas criaturas te permite desacelerarte de la ciudad, las pantallas y el celular. Aprendí a relacionarme sólo con la parte del afuera vinculada al amor y la solidaridad, y a preservar la conexión con mis emociones. Las cuido, porque creo que es lo mínimo que merece la gente: que le entregue la versión más armonizada de mi ser. Hace años que el público uruguayo me distingue con un cariño que no me canso de agradecer, como les agradezco a mis viejos y a la tribu familiar que hayan incubado una artista.
—¿Siempre te sentiste querida por el público o hubo momentos de soledad?
—Siempre, aunque recién ahora, gracias a Internet, toda mi producción está disponible. Incluso he vuelto a escuchar mi primer casete, De Minas a París, y me resulta asombroso. Antes de la existencia de las plataformas y las redes era muy difícil conocer, diacrónicamente, el trabajo de un músico. Las nuevas tecnologías son estupendas y peligrosas a la vez, porque no es lo mismo profundizar en un repertorio que hacerle zapping. Como tampoco es los mismo leer en el celular mientras bajo del bondi, camino y subo a un ascensor que consagrar dos horas de mi tiempo al compromiso con un libro, sintiéndole el peso en las manos y hasta el aroma.
—¿A qué tuviste que renunciar para mantener el equilibrio interior?
—A nada. Las cosas fueron dándose naturalmente, sin exigirme más tarea que nutrir la fidelidad a la música.
—No tuviste hijos.
—No quise tenerlos. Hay un momento en el que desde la biología hasta tu entorno familiar y social te presionan en esa dirección. Pero yo, como te dije, siempre fui muy observadora, y veía, por ejemplo, que la mayoría de las parejas con hijos que conocía se separaba a poco de juntarse, y veía el tipo de sufrimiento que eso producía. Traer un ser humano a este mundo es una responsabilidad que nunca debería entregarse a la inercia.
—¿La coincidencia de la fecha del espectáculo en el Solís con tu cumpleaños fue buscada o fortuita?
—Brujería fue. En abril me voy a Suiza a trabajar por tiempo indeterminado en un proyecto artístico. Mi plan era volver a Uruguay en noviembre o diciembre de este año, dar un recital y partir otra vez. Cuando la directora del teatro me comunicó que no tenía ninguna fecha libre esos meses y añadió como única alternativa el 19 de marzo. Le comenté: “Es mi cumpleaños”. Y ella replicó: “Por algo será”. Comprendí que estaba recibiendo el obsequio de festejar vida y música en comunidad.
1. Íntima, concierto cumpleaños de Rossana Taddei. La cantautora celebra 51 años de vida y 35 de trayectoria musical repasando su propia discografía junto con Gustavo “Cheché” Etchenique y Gastón Ackermann, jueves 19 de marzo, 21 hs, teatro Solís. Rossana Taddei Lista nació el 19 de marzo de 1969 en Montevideo.