Ilustre aprovechado - Semanario Brecha

Ilustre aprovechado

De la Comedia Nacional: “Tartufo”

De la Comedia Nacional: “Tartufo”

El paso de los siglos no le hace mella a Molière (1622-1673) ni a títulos como El avaro, El enfermo imaginario, El burgués gentilhombre, Tartufo y varios más. Tramas y personajes se entrelazan en los textos del autor francés para entretener, divertir y hacer pensar al espectador. Con un espíritu y una percepción que parecen pertenecer a los tiempos que corren, el dramaturgo dibuja siluetas femeninas que no sólo se hacen oír, sino también consiguen cambiar la marcha de los acontecimientos con el mismo ímpetu que reina en sus contrapartes masculinas. Y ni que hablar de todo lo que sabe desgranar acerca del egoísmo, la avaricia, la desconsideración y tantos otros defectos humanos de ayer y de hoy. Como sucede con Tartufo, capaz de atraer toda la atención del poderoso Orgón, al grado de que éste le conceda regalos, dádivas y honores capaces de poner en peligro el futuro de su propia familia. Un aprovechado de marca mayor, es decir, un verdadero impostor que logra convencer a quienes se dejan llevar por la adulación y las apariencias, sin detenerse a considerar las probables intenciones de aquel que los halaga. La versión que la española Natalia Menéndez lleva adelante con el elenco oficial de la Comedia Nacional se mueve al compás de un ritmo sin pausas que le cuadra muy bien para retratar las maniobras del interesado pillo y la ceguera de quienes lo cobijan; un puñado de jugosas criaturas en una historia que, entre risas y sorpresas, aviva el entendimiento de quienes la contemplan.

Vale la pena apreciar el rico trabajo de Levón animando al titular, no sólo con los tonos de un hipócrita, sino también con los gestos, los movimientos y la expresión facial de un consumado comediante. Es para festejar también la vitalidad que el dúctil Juan Antonio Saraví otorga a su Orgón, en medio de un elenco donde destaca a su vez la interpretación de Roxana Blanco. Alejandra Wolff da vida a una vivaracha criada, y la rebelde Mariana, hija de Orgón, es encarnada por Stefanie Neukirch con los bríos del caso.

Tal suma de aciertos no llega a disimular algunos errores que Menéndez parece cometer sin causa justificada, como la incidencia de una pretenciosa escenografía –con descomunal escalera incluida– que entorpece los desplazamientos de los actores, obligados casi todos a emerger de sitios insospechados, o el criterio insistentemente frontal con que, a menudo, los obliga a emitir parlamentos que, en varias oportunidades, merecerían mayor relieve. Tampoco luce acertada la forzada referencia a la comedia Don Juan, del mismo autor, a lo largo de un desarrollo en el que tampoco se integran bien los movimientos coreográficos.

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