Es curioso pero, incluso el día de hoy, exhibir cuerpos desnudos en una película es una forma de incorrección política. No estamos hablando de los cuerpos esculturales que suelen obsequiarnos a diario los medios, sino de cuerpos alejados de los estándares publicitarios, cuerpos de personas bajas, flacas o gordas, de edades avanzadas, con abundancia de vello, flacideces, várices, celulitis y otras tantas “imperfecciones”. Cuerpos no tan agradables de ver, como en definitiva son o muy pronto serán los de todos nosotros. Pero el espectador promedio está tan adiestrado por el mainstream que una película de este tenor puede resultarle chocante y quizá hasta ofensiva.
Esa misma sensación de rechazo visceral es la que viven en pantalla los vecinos de un exclusivo barrio privado, en la provincia de Buenos Aires. La colonia nudista ubicada en los terrenos linderos les genera un rechazo radical, sienten temor, ven amenazada su integridad moral por la sola existencia de una colectividad de estas características. Y eso que los integrantes de la comunidad nudista son perfectamente solidarios, pacifistas, espirituales y tántricos.
Belén es una chica que comienza a trabajar como empleada doméstica en la casa lindera; su empleadora es una señora entrada en años, una “pituca” con todas las letras, eternamente preocupada con que su casa esté reluciente, y muy dada a exigirle a Belén “favores” que exceden sus competencias, como que le sostenga la mano, la escuche y vea junto a ella fotos familiares a altas horas de la madrugada. Su hijo, tan insoportable como ella, es un tenista profesional proclive a las rabietas, caprichos y arrebatos de ira. Uno de los puntos más fuertes de la película es precisamente su reparto: actores provenientes principalmente del teatro que dan con una tonalidad muy particular, a medio camino entre lo farsesco y lo dramático. Iride Mockert, actriz que interpreta el papel de Belén con posturas sumisas y miradas esquivas, funciona como nexo entre ambos mundos, un personaje cuya evolución emocional es perceptible gracias a mutaciones gestuales y corporales mínimas. Corresponde nombrar que el actor que interpreta al tenista no es otro que Martín Shanly, director de la excelente Juana a los 12: la gente talentosa tiende a juntarse.
El aquí director, Lukas Valenta Rinner, es un joven austríaco, residente desde hace diez años en Buenos Aires, y quien se había dado a conocer con su ópera prima de ciencia ficción apocalíptica Parabellum (2015). Es notable −y ciertamente muy divertida− la forma en que aquí le da un giro a la eternamente representada lucha de clases, convirtiéndola en una lucha entre gente que vive con miedo y otros que simplemente quieren habitar tranquilamente su lugar en el mundo. Así, esta película es una gran alegoría sobre Argentina y el mundo de hoy, sobre ciertas contradicciones e hipocresías, sobre la paranoia y el miedo al otro, sobre la naturaleza y la sexualidad (o la ausencia de ambas). El final, absurdo y hasta delirante, es una muestra más de la incorrección presente en una de las películas más diferentes y frescas estrenadas este año.