En Occidente hay movimientos políticos de ultraderecha que promueven un cambio cultural. El término batalla cultural ha sido utilizado en la política estadounidense de las últimas décadas y se refiere a una serie de acciones destinadas a imponer algunos valores sociales sobre otros preexistentes. Son ejemplos los presidentes Donald Trump y, en América Latina, Javier Milei, que obtuvieron y mantienen el apoyo de la población al polarizar a la sociedad con base en una reacción contra una serie de conquistas de los movimientos de izquierda.
Trump afirma que los valores tradicionales de la sociedad estadounidense están siendo amenazados, percepción que logró imponer en la sociedad y tras lo cual consiguió un apoyo contundente que se reflejó en la última votación.
Milei, por su parte, propone volver a los valores del liberalismo hispanoamericano de Juan Bautista Alberdi, un hombre polifacético, abogado, periodista, escritor, músico, que fue el autor de los textos que se tomaron como base para la Constitución argentina de 1853 y que también influyeron en otras constituciones de América. Tomaba como modelo la sociedad estadounidense y promovió la unión de los países americanos sobre la base de una unión aduanera, lo que nunca se concretó.
Alberdi planteaba que el Estado era un obstáculo para el desarrollo de los países al poner freno a la libertad y que esta era la única forma de salir de la pobreza: «Llevad con orgullo, argentinos, vuestra pobreza de un día; llevadla con esa satisfacción del minero que se para andrajoso y altivo sobre sus palacios de plata sepultados en la montaña, porque sabe que sus harapos de hoy serán reemplazados mañana por las telas de Cachemira y de Sedán».
Según este jurista, el gobierno consiste en promover la libertad y el resto viene solo: «Los Estados Unidos pueden ser muy capaces de hacer un buen ciudadano libre, de un inmigrado abyecto y servil, por la simple presión natural que ejerce su libertad, tan desenvuelta y fuerte que es la ley del país, sin que nadie piense allí que puede ser de otro modo». Sin embargo, también dirá: «Poblar es apestar, corromper, degenerar, envenenar un país, cuando en vez de poblarlo con la flor de la población trabajadora de Europa se le puebla con la basura de la Europa atrasada o menos culta». Y lo que sigue: «Poblar no es civilizar, sino embrutecer, cuando se puebla con chinos y con indios de Asia y con negros de África».
Sus ideas se proyectan en la «batalla cultural» de Milei, que propone el surgimiento espontáneo de la riqueza sobre la base de la libertad de los individuos, y entonces promueve la aceptación del sacrificio de la pobreza para que luego venga la riqueza como consecuencia natural, algo que esconde la desconsideración de los atrasados, de los brutos, de los vulnerables. Subyace el pensamiento darwinista de la supremacía del más fuerte y la idea de la solidaridad como algo «contranatural».
Según Alberdi, la libertad ejercería una «presión natural» que conduciría a la riqueza, lo que Milei toma como bandera para proponer, aunque sin decirlo abiertamente, que la pobreza es necesaria para alcanzar la riqueza. Estas ideas están muy próximas también a postulados mitológico-religiosos: el sacrificio para obtener lo deseado; el dolor es necesario.
Se fundó recientemente una institución (Faro) dedicada a promover la batalla cultural de Milei sobre la base de combatir a los que denomina woke. Esta palabra inglesa, que significa «despierto», fue utilizada inicialmente en la década del 30 por los afrodescendientes estadounidenses para referirse a la conciencia de sus derechos contra la discriminación racial. El significado tuvo un giro en el discurso de la derecha y la ultraderecha a partir de 2020 al adquirir un sentido peyorativo no solo hacia los movimientos políticos antirracistas, sino también al feminismo, aquellos que se preocupan por la desigualdad social, los que promueven los derechos de las comunidades LGBT, la despenalización del aborto, la educación sexual. Con esa palabra, en última instancia, se designa despectivamente a los movimientos progresistas.
La fundación Faro se creó en Argentina para obtener fondos de empresarios poderosos con el fin de generar una usina ideológica estratégica para promover y expandir la doctrina libertaria del gobierno, a través de la formación de cuadros políticos y otras acciones. Su presidente, Agustín Laje, dijo: «La Argentina está partida entre los buenos y los malos. Podemos identificar perfectamente a la gente de bien y a la gente de mal; sabemos quién está en cada bando por primera vez en la historia. De un lado estamos los que defendemos la vida y la dignidad humana y del otro lado están los zurdos hijos de puta».
Concomitantemente apareció una agrupación militante nacionalista de La Libertad Avanza, llamada Las Fuerzas del Cielo, que se autodenomina el «brazo armado» o la «guardia pretoriana» de Milei. En su presentación aparecen estandartes que rodean el estrado, muy parecidos a los de los movimientos nazis, en los que se lee: «Dios», «Propiedad», «Libertad», «Vida», «Familia», «Argentina será el faro que ilumina al mundo». Tanto Faro como Las Fuerzas del Cielo tienen vinculación directa con el gobierno.
Milei ubica su batalla cultural dentro del ámbito moral: «La raíz del problema argentino no es político o económico, es moral», y de allí la propuesta de combatir la casta, la corrupción y a los zurdos, un cajón de turco en el que cabe todo aquello que se le opone. Su propuesta también toma un cariz de origen mitológico-religioso: es necesario matar a un chivo para aliviar al pueblo argentino.
La batalla cultural apunta a desmontar lo que Milei considera la hegemonía de la ideología de izquierda y las políticas progresistas; la batalla es contra el woke. Su visión no se reduce solo a Argentina; en su megalomanía, cree que el mundo occidental está en peligro y que él puede ser el ejemplo salvador. La batalla cultural de Milei es en contra de la solidaridad y a favor de la competencia y del más fuerte.
Dentro de los objetivos de esta batalla están la educación y la cultura, que considera gobernadas por los zurdos, con centros educativos adoctrinadores en marxismo. Milei entiende que el destrato y el insulto a personalidades educativas y de la cultura forman parte de la batalla cultural para mostrarles a los argentinos cómo los roban.
Otro objetivo fundamental es destruir el progresismo, es decir, todo aquel pensamiento que pretenda defender derechos más allá de la libertad. El Estado no debe proteger derechos. No le tembló la mano, por ejemplo, para desmantelar el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo o el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad.
Para la batalla cultural utiliza los medios que son afines al gobierno, mientras denigra con insultos al periodismo que lo critica y cierra la agencia Télam (una de las más grandes de Latinoamérica), con pretextos exclusivamente políticos. También utiliza a un grupo de militantes leales para campañas sucias a través de las redes.
Tal vez lo más grave es el descrédito de los opositores con acusaciones morales para ensalzar su propia figura, como el ejemplo del bien supremo luchando contra el mal, con lo cual está deslegitimando el sistema democrático al mismo tiempo que promete la riqueza a través de sacrificios de los más humildes, a los que está condenando a la pobreza extrema. Es antiparlamentario y no tiene ningún reparo en afirmar que el Parlamento es un «nido de ratas». Si bien no lo dice abiertamente, Milei es un dictador en potencia y no desperdiciará la ocasión si el momento le es propicio, porque se siente elegido como un mesías.
Hitler hizo lo mismo, se edificó como ejemplo del bien con base en una batalla cultural en contra de un mal, también artificialmente construido y encarnado en judíos, comunistas y homosexuales, y luego en todo aquel que se le opusiera. Lo apoyaron grandes empresas que ocultaron luego sus vínculos, como Bayer, Kodak, Volkswagen, Coca-Cola, BMW, entre otras. Hitler también utilizó para ello los postulados del libro El judío internacional, de Henri Ford, que fue condecorado con la Gran Cruz del Águila en 1938, un año antes del comienzo de la guerra.
Hitler consideraba que Alemania tenía un pasado glorioso que había que reconquistar. Milei considera que la Argentina fue gloriosa a partir de los postulados de Alberdi y que hay que volver allí.
Hitler propuso un cambio cultural, desarrollando los ideales nazis sobre la base de conceptos darwinistas de la supervivencia del más apto, por lo que la guerra, la batalla, era una parte sustancial de su ideología, la búsqueda de la excelencia de la raza aria. De igual modo consideraba la existencia de características humanas vinculadas con la raza y en especial aludía a la degeneración de los valores en el caso de los judíos. Se aferraba a una moral en la que la raza interviene como determinante entre lo bueno y lo malo para plantear la purga de la sociedad de esos individuos considerados una lacra.
De manera similar, Milei propone nuevos ideales para Argentina, a la que quiere llevar a ser el mejor país del mundo, basándose en la purga de la casta, en la que incluye todo aquello que considera un obstáculo, y fundamentalmente el mal del woke, del progresismo, al que culpa de la decadencia. A diferencia de Hitler, Milei se asocia al sionismo, en el que encuentra aliados. En el enemigo no se encuentra la raza, sino la ideología «progresista».
Milei es un defensor acérrimo del sistema capitalista sin Estado, es «anarcocapitalista» y si tiene éxito en la macroeconomía, igual que Hitler, se rodeará de grandes empresarios nacionales o extranjeros que lo felicitarán, al tiempo que lograrán grandes beneficios. Inevitablemente conducirá a los individuos vulnerables a condiciones infrahumanas, que inocentemente esperarán la promesa de que su sacrificio redundará en un futuro mejor. A diferencia de Hitler, que utilizó la propaganda antijudía para convencer a las masas, Milei se monta sobre el sionismo para impulsar sus ideas.
El capitalismo no tiene fronteras y se ubica en donde mejor pueda reproducirse, sin importar otro fin que ese y sufra quien sufra. Sin Estado, el poder del capital no tiene límites.
La población argentina por el momento encuentra verdades en los postulados y las promesas de Milei, y siente que es necesario sacrificarse; no sabe que el liberalismo económico no tiene corazón y no ha advertido que lo que propone Milei conduce a mayores desigualdades sociales e incluso a morirse de hambre en uno de los países más ricos de Latinoamérica.
En los tiempos de crisis, como en el caso de la Alemania endeudada entre guerras, cuando ocurrió una hiperinflación alarmante, o el de Argentina, también endeudada y sufriendo de una inflación sin precedentes, surgen líderes sobre la base de encontrar y acusar a un culpable de lo que ocurre. Las encuestas muestran cómo la población estadounidense se inclina a favor del autoritarismo. Como decía Bertolt Brecht en La vida de Galileo, malos son los tiempos en los que se necesitan héroes. La búsqueda del héroe salvador pudo conducir en el pasado a una de las masacres más grandes de la humanidad. Esperemos que el pueblo argentino tome conciencia de los riesgos que corre al apoyar a este líder mesiánico.
En este año que se abre, vale la pena mirar lo que sucede en nuestro vecino país para aprender lo que puede suceder cuando se expanden determinadas formas de pensar y actuar que polarizan a la sociedad entre el bien y el mal, y advertir la importancia de los valores de solidaridad y de la convivencia en paz, así como del respeto por las ideas del otro. Porque el otro no piense como yo, no encarna el mal. Ni yo encarno el bien.